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17 noviembre 2018 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

26º Domingo después de Pentecostés: 18-noviembre-2018

Evangelio

Mt 13, 31-35: En aquel tiempo: Dijo Jesús a las turbas esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas». Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa». Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Reflexión

El evangelio de hoy nos presenta dos parábolas de Jesús: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambas parábolas pueden ser aplicadas tanto a la vida de la Iglesia tomada en su conjunto, como a la vida del alma de cada bautizado considerada en particular.

La levadura que crece por sí misma, casi sin darnos cuenta, y el grano de mostaza a partir del que brota un arbusto imponente son una imagen expresiva. Ambos significan la fuerza interna con que la gracia de Dios, que nos llega a través de la Iglesia, se apoderan de toda la humanidad y de cada uno de los hombres, transformándolos y renovándolos por completo.

1. El Señor hace su entrada en el mundo silenciosa y humildemente, bajo la frágil figura del Niño de Belén. A lo largo de treinta años, oculta es su oración, oculto su sacrificio. Su vida pública no es más aparatosa, ni menos modesta. Al morir, el resultado de su misión es, hablando humanamente, casi nulo. Ni siquiera sus mismos Apóstoles están completamente formados, transformados.

Pero llega el día de Pentecostés: el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego sobre la Iglesia naciente. Desde ahora ya será la gran Iglesia, el poderoso fermento, que se apoderará de la humanidad y la renovará prodigiosamente.

2. En las Epístolas de San Pablo encontramos con frecuencia descripciones del modo en que la gracia invade y transforma por completo al hombre infundiéndole el espíritu y la vida de Cristo. Es un cambio radical, ontológico que afecta al ser mismo del bautizado y que San Pedro describe como hacernos partícipes de la divina naturaleza por la gracia (2Pe 1, 4). «De la naturaleza del amor es transformar al amante en el amado; por consiguiente […] si amamos a Dios nos hacemos divinos» (Sto. Tomás).

En la Epístola de la Misa la conversión al Cristianismo es resumida en tres puntos concretos (Fillion):

  • el abandono del culto de los ídolos,
  • la adhesión al Dios único, que es llamado vivo y verdadero por oposición a las divinidades sin vida y sin realidad del paganismo,
  • y la espera de la segunda venida de Jesucristo, juez futuro de los vivos y de los muertos”.

“Si entonces había que superar la dificultad de una religión completamente nueva y repugnante a la mentalidad pagana o judaica, amén de la hostilidad del poder político que divinizaba al César y condenaba a muerte a quien se negaba a adorarlo, hoy, después de veinte siglos de cristianismo, los obstáculos a vencer no son menores. La idolatría práctica es harto más peligrosa que la idolatría teórica y es más difícil hacer cristiano a quien ha renegado de su bautismo que convertir a un pagano o a un ignorante de buena fe” (P. J. B. Penco).

De esta manera, el Cristianismo da a toda la vida humana una tonalidad divina, un carácter sobrenatural que nos hace vivir para lo eterno, para Dios. Esto ocurre:

  • Cuando vemos y reconocemos en todo lo que nos sucede en la vida, la presencia de Dios, su infinito amor hacia nosotros y voluntad de hacernos eternamente felices.
  • Cuando aceptamos, en todos nuestros deberes y obligaciones, la santa voluntad de Dios, también en los momentos y situaciones de sufrimiento o incomprensión.
  • Cuando dedicamos más atención a nuestra vida sobrenatural, es decir, a la vida de la gracia, a la vida de amorosa unión con Dios.
  • Cuando vivimos de cara a la eternidad y medimos todo con la medida de Dios, de Cristo, del Evangelio.

Demos gracias a Dios por habernos hecho hijos de la Santa Iglesia en la que nos ha comunicado su gracia. Permanezcamos siempre fieles a ella para que crezca y dé fruto abundante y pongamos en práctica con obras y con palabras la voluntad de Dios sobre nosotros.