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31 octubre 2018 • "Bienaventurados seréis"

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta de Todos los Santos: 1-noviembre-2018

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Mt 5, 1-12: En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».

Durero: retablo de Todos los Santos

Reflexión

En la fiesta de Todos los Santos la Iglesia quiere celebrar en un mismo día a todos aquellos que en sus circunstancias y estados de vida propios, lucharon por conquistar la perfección y gozan actualmente en el Cielo de la visión de Dios por toda la eternidad.

Ella reúne en una misma alabanza no solamente a aquellos que han sido beatificados o canonizados oficialmente, sino también a los Santos que sólo Dios conoce y a los que no se puede celebrar en particular.

Y lo hace para dar gloria a Dios en sus santos, exaltar su triunfo y su alegría, al mismo tiempo que para invitarnos a nosotros a seguirlos en sus ejemplos y compartir un día su felicidad.

Dos enseñanzas principales podemos sacar:

1. Toda la santidad que se encuentra en la Iglesia tiene como raíz y como causa a Cristo Jesús. Es la santidad vista como gracia.

2. Esta santidad exigió la colaboración de los santos que ahora gozan de ella. Por ello hablamos del mérito de la santidad.

I. La santidad es una de las notas de la Iglesia, decimos en el Credo.

«La Iglesia verdadera es SANTA porque santa es su cabeza invisible, que es Jesucristo, santos muchos de sus miembros, santas su fe, su ley, sus sacramentos, y fuera de ella no hay ni puede haber verdadera santidad» (Catecismo Mayor).

Es decir, sólo Ella es santa, sólo en Ella se da esta nota que la hace reconocible a los ojos de todos los hombres. Y esto hay que afirmarlo contra el error actual del falso ecumenismo, que pretende que la santidad puede darse en cualquier religión.

La Epístola de la Misa nos presenta la visión de San Juan:

«Después de esto miré, y había una gran muchedumbre que nadie podía contar, de entre todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, que estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos de túnicas blancas, con palmas en sus manos» (Ap 7, 9).

Esta gran variedad de la santidad de la Iglesia responde al plan de Dios:

«desde antes de la fundación del mundo nos escogió en Cristo, para que delante de Él seamos santos e irreprensibles; y en su amor nos predestinó como hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 4-5).

Es decir, sólo en Jesucristo puede hallarse la santidad; que no puede ser sino una participación en la Santidad que es Cristo Jesús. No podía ser de otro modo, pues el misterio de la Iglesia es la irradiación de Cristo y como su complemento.

«La palabra griega: Huiothesia que la Vulgata traduce adopción de hijo, significa exactamente filiación, es decir, que somos destinados a ser hijos verdaderos y no sólo adoptivos, como lo dice S. Juan (1 Jn. 3, 1), tal como lo es Jesús mismo. Pero esto sólo tiene lugar por Cristo, y en Él (cf. Jn. 14, 3 y nota). Es decir que “no hay sino un Hijo de Dios, y nosotros somos hijos de Dios por una inserción vital en Jesús. De ahí la bendición del Padre (v. 3), que ve en nosotros al mismo Jesús, porque no tenemos filiación propia sino que estamos sumergidos en su plenitud”» (Mons. STRAUBINGER, in: Ef 1, 5).

2º Esta santidad exige nuestra colaboración.

Un error sobre la santidad es desvirtuar el verdadero carácter de la gracia hasta llegar a pensar que no requiere de parte nuestra ninguna colaboración. En efecto, no basta que Dios nos asigne una función y un lugar en la Iglesia: hace falta que la criatura conozca cuál es este lugar, y conociéndolo, se disponga a cumplirlo.

Dios le manifiesta este lugar que ha de ocupar por medio de la vocación: vocación primera a la fe, vocación segunda a tal o cual estado de vida, vocación que para algunos es señal de mayor predilección de Dios, cuando es llamada a la vida sacerdotal o religiosa.

Pero este llamamiento se dirige a criaturas libres. Es necesario que el hombre lo escuche y quiera cumplirlo. Y el cumplimiento de esta vocación se realiza siempre, no lo dudemos, por la aceptación de muchas y variadas cruces. Así lo vemos en el Evangelio de la fiesta de Todos los Santos. Las bienaventuranzas, ¿qué otra cosa son sino una llamada a renunciar a nosotros mismos, a morir al pecado, a aspirar a los bienes del cielo?

*

La fiesta de Todos los Santos es para nosotros una invitación apremiante, a la santidad. También nosotros somos hijos de la Iglesia que ha de manifestarse fecunda en nuestra vida.

Pidamos, pues, a la Santísima Virgen, a San José, a todos los santos la gracia de aspirar generosamente a la santidad, sin dejarnos desalentar lo más mínimo por nuestras miserias y por las cruces y adversidades que nos toque sobrellevar; para que un día podamos recibir como ellos la recompensa que Dios reserva a sus fieles servidores.