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20 octubre 2018 • FORMA ORDINARIA

Marcial Flavius - presbyter

29º Domingo del Tiempo Ordinario: 21-octubre-2018

Mc 10, 35-45:
Se acercaron Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos hagas lo que vamos a pedirte. Díjoles El: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Que nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria. Jesús les respondió: ¡No sabéis lo que pedís! ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado ? Le contestaron: Sí que podemos. Les dijo Jesús: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, seréis bautizados vosotros; pero sentaros a mi diestra o a mi siniestra, no me toca a mí dároslo, sino que es para aquellos para quienes está preparado. Los diez, oyendo esto, se enojaron contra Santiago y Juan; pero, llamándoles Jesús a sí, les dijo: Ya sabéis cómo los que en las naciones son príncipes las gobiernan con imperio, y sus grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida para redención de muchos.

Veronese: Encuentro de Cristo con la esposa e hijos de Zebedeo (c.1565)

Reflexión

El Evangelio de este Domingo tiene como protagonistas a San Juan y Santiago, dos hermanos a quienes Jesús llamó “hijos del trueno” (Mc 3, 17), nombre indicador del carácter impetuoso y del celo ardiente de ambos apóstoles, como lo manifiestan en su vida.

Ambos piden sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en su triunfo como Mesías victorioso. Jesús no condena precisamente, como algunos han creído, esta gestión que sus primos hermanos intentan por medio de su madre Salomé, como sabemos por el relato de San Mateo (Mt. 20, 20) porque muestra al menos una fe y esperanza sin doblez. Pero alude una vez más a los muchos anuncios de su Pasión, que ellos, querían olvidar, señalando así el camino el verdadero camino para alcanzar un puesto en el Reino de Dios: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con el que yo me voy a bautizar (v. 39). El cáliz es símbolo frecuente del sufrimiento, y aquí hace referencia al sufrimiento como destino doloroso de una persona (nosotros decimos “pasar un mal trago). Ser bautizado, significa aquí ser sumergido, es decir, también indica los sufrimientos que soportarán Jesús y sus seguidores. Así, Santiago será el primero de los Doce Apóstoles que sufrirá el martirio.

Es Jesús quien recorre plenamente ese camino que ahora propone a sus discípulos por eso concluye su enseñanza así: el Hijo del hombre ha venido «a servir y dar su vida en rescate por la multitud» (v. 45). Era lo que ya habían anunciado las profecías del AT como hemos escuchado en la 1ª Lectura (Is 53, 10-11).

En efecto, una de las finalidades de la Encarnación del Verbo de Dios fue darnos ejemplo de vida, al aparecer como modelo de todas las virtudes: «Os dio ejemplo para que sigáis sus pasos» (1Pedro 2, 21) — «Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2, 5).

A esto es lo que llamamos imitación de Cristo que no es un esfuerzo mimético sino que responde a una profunda realidad (el obrar sigue al ser): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (San Ireneo).

1. Como nos recuerda la carta a los Hebreos (2ª Lect. Heb 4, 14-16) Para que nuestra confianza en Él no tuviera límites, Jesús quiso ponerse a nuestro nivel experimentando todas nuestras miserias menos el pecado. Por eso nos invita a acudir al trono de la gracia .

Lo primero necesario para imitar a Cristo es asimilarse a Él por la gracia, que es la participación de la vida divina. De ahí la necesidad para un cristiano de recibir dignamente la Eucaristía que alimenta esa vida y que da a Cristo, y si la pierde, la penitencia para recobrar esa vida.

2. Y luego de poseer esa vida, procurar actuarla continuamente en todas las circunstancias de su vida por la práctica de todas las virtudes que Cristo practicó, en particular por la caridad y el servicio a los demás.

El mundo que nos rodea está necesitado del testimonio de hombres y mujeres que, llevando a Cristo en su corazón, sean a su vez ejemplares. De los cristianos espera el mundo esta enseñanza fundamental: que todos hemos sido llamados a ser hijos de Dios. Así, con sencillez, mostramos que es posible imitar a Cristo, porque la gracia nunca falta, y es Dios mismo de la mano de Santa María quien nos sostiene para alcanzar vivir en plenitud como hijos de Dios.