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14 octubre 2018 • FORMA ORDINARIA

Desde Mi Campanario

28º Domingo del Tiempo Ordinario: 14-octubre-2018

Mc 10, 17-30:

17 Así que salió para ponerse en camino, vino corriendo uno, y arrodillado a sus pies le preguntó: ¡Oh buen Maestro! ¿que debo yo hacer para conseguir la vida eterna?

18 Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? ¿Nadie es bueno, sino solo Dios.

19 Ya sabes los mandamientos que conducen a la vida: No cometer adulterio; No matar; No hurtar; No decir falso testimonio; No hacer mal a nadie; Honrar padre y madre.

20 A esto respondió él, y le dijo: Maestro, todas esas cosas las he observado desde mi mocedad.

21 Y Jesús, mirándole de hito en hito, mostró quedar prendado de él, y le dijo: Una cosa te falla aun; anda, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo; y ven después, y sígueme.

22 A esta propuesta entristecido el joven, fuese muy afligido, pues tenía muchos bienes.

23 Y echando Jesús una ojeada al rededor de sí, dijo a sus discípulos: ¡Oh cuán difícilmente los acaudalados entraran en el reino de Dios!

24 Los discípulos quedaron pasmados al oír tales palabras. Pero Jesús volviendo á hablar, les añadió: ¡Ay hijitos míos, cuan difícil cosa es, que los que ponen su confianza en las riquezas, entren en el reino de Dios!

25 Mas fácil es el pasar un camello por el ojo de una aguja, que el entrar un rico semejante en el reino de Dios.

26 Con esto subía de punto su asombro, y se decían unos á otros: ¿Quién podrá pues salvarse?

27 Pero Jesús, fijando en ellos la vista, les dijo: A los hombres es esto imposible, mas no á Dios; pues para Dios todas las cosas son posibles.

28 Aquí Pedro tomando la palabra, le dijo: Por lo que hace a nosotros, bien ves que hemos renunciado todas las cosas, y seguídote.

29 A lo que Jesús respondiendo, dijo: Pues yo os aseguro que nadie hay que haya dejado casa, ó hermanos, o hermanas, ó padre, ó madre, ó hijos, ó heredades, por amor de mí y del Evangelio,

30 que ahora mismo en este siglo, y aun en medio de las persecuciones, no reciba el cien doblado por equivalente de casas, y hermanos, y hermanas, de madre, de hijos y heredades, y en el siglo venidero la vida eterna.

Jesucristo y el joven rico (Hoffman)

I. Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la sabiduría divina, que hemos de estimar más que cualquier otro bien. En la Primera lectura (Sab 7, 7-11) leemos la petición de Salomón: «Supliqué y se me concedió un espíritu de sabiduría…». Se pone el acento en que nada vale en comparación con el conocimiento de Dios, que nos hace participar de su intimidad y da sentido a la vida: «la preferí a la salud y a la bellezaCon ella me llegaron todos los bienes».

La Sabiduría infinita de Dios se hace accesible para nosotros en Jesucristo, el Verbo encarnado. Tener a Cristo es poseerlo todo, pues con Él nos llegan todos los bienes. Por eso cometemos la mayor necedad cuando preferimos algo (honor, riqueza, salud…) a Cristo mismo.

II. En el Evangelio, San Marcos nos relata la ocasión perdida de uno que prefirió unos cuantos bienes a Cristo mismo, que le invitó a seguirle.

Si nos fijamos en la escena, vemos a un hombre de esos que podríamos decir que lo tienen todo en la vida y, sin embargo, reconoce con toda franqueza ante Jesús que sus muchas posesiones no son capaces de colmar sus deseos más profundos.

Entonces, Jesús, que conocía la limpieza de su corazón y el fondo de generosidad y de entrega que existe en cada hombre le amó con un amor de predilección y le invitó a seguirle, dejando a un lado todo lo que poseía. Le aconseja, en efecto, que se quede libre de lo que le ocupa para entregarse a bienes mayores: tendrás un tesoro en el cielo, le dice.

En esa mirada reconocemos que hay un amor eterno de elección divina que acompaña al hombre durante su vida. Cada uno recibe una llamada particular de Dios, y en la respuesta a esta invitación se contienen toda la paz y la felicidad verdaderas. Es la alegría de la entrega, tan opuesta a la tristeza del joven rico, que no quiso corresponder a la llamada del Maestro.

III. La auténtica sabiduría consiste en decir sí a cada una de las invitaciones que Cristo, Sabiduría infinita, nos hace a lo largo de la vida.

Es de gran importancia recordar, y actuar en consecuencia, que, hemos de rendir cuentas ante Aquel para quien todo está patente, para Dios (Cfr. 2ª Lect. Heb 4, 12-13). Cuando rindamos cuentas a Dios al final de la vida, cada ser humano recibirá la paga merecida. Jesús lo dijo: «el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará cada uno según su conducta». En otra ocasión, «Jesús nos advirtió: de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma».

Cristo nos ha redimido. Las puertas del cielo, por lo tanto, quedaron abiertas. Pero nadie entrará obligado en el cielo:

«Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre, sino también por ser justo. En efecto, para ti mejor es ser justo que ser hombre. Si el ser hombre es obra de Dios y el ser justo obra tuya, tú haces algo mejor que lo que ha hecho Dios. Pero Dios te hizo a ti sin ti. Ningún consentimiento le otorgaste para que te hiciera. ¿Cómo podías dar el consentimiento si no existías? Quien te hizo sin ti, no te justifica sin ti. Así, pues, creó sin que lo supiera el interesado, pero no justifica sin que lo quiera él»: San Agustín, Sermón 169).

Cada uno de nosotros tiene que querer entrar en el cielo, cumpliendo fielmente los mandamientos, como Cristo indicó al joven rico. Y como esto no es tarea fácil (El ambiente que nos rodea, las inclinaciones torcidas o pasiones, las tentaciones…) debemos recurrir con frecuencia a los sacramentos y a la oración. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, tal como hemos oído en la carta a los Hebreos, una forma de alimentarnos con la Palabra de Dios es hacer diariamente un rato de meditación, de oración personal.

Santa María, nuestra Madre, nos anima con su ejemplo: Reina en el Cielo, y en la tierra feliz como nadie, porque en Ella se fijó el Señor y quiso ser su esclava. Le pedimos que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.