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6 octubre 2018 • "Creyó el hombre a la palabra que le dijo Jesús"

Marcial Flavius - presbyter

20º Domingo después de Pentecostés: 7-octubre-2018

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Jn 4, 40-53: En aquel tiempo había en Cafarnaúm un señor de la corte, cuyo hijo estaba enfermo. Este, habiendo oído que Jesús venía de la Judea a la Galilea, fue a Él y le rogaba que descendiese y sanase a su hijo, porque se estaba muriendo. Y Jesús le dijo: Si no viereis milagros y prodigios, no creéis. El de la corte le dijo: Señor, ven antes que muera mi hijo. Jesús le dijo: Ve, que tu hijo vive. Creyó el hombre a la palabra que le dijo Jesús, y se fue. Y cuando se volvía, salieron a él sus criados y le dieron nuevas, diciendo que su hijo vivía. Y les preguntó la hora en que había comenzado a mejorar, y le dijeron: Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre. Y entendió entonces el padre que era la misma hora en que Jesús le dijo Tu hijo vive, y creyó él y toda su casa.

Reflexión

El ejemplo que nos ofrece el Evangelio de este padre que corre en busca del remedio supremo para su hijo nos recuerda la necesidad de la oración. En este caso, aquélla fue la ocasión de que el oficial acudiese a Jesús y obtuviese de Él, no sólo la curación, sino una gracia mucho mayor: la de convertirse, con toda su familia, a la fe de Jesucristo. de ahí la necesidad de acompañar nuestras preces con la acción de gracias y la santidad de vida. En otras ocasiones, Dios no concede el milagro que se le pide (porque no conviene), pero siempre corresponde ala oración con gracias espirituales, que valen mucho más.

1. En primer lugar hemos de ser conscientes de los dones del Señor. «Ten cuidado, no te olvides del Señor… No sea que cuando… abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor tu Dios» (Cfr. Dt 8, 11-15).

Nuestra vida está llena de dones del Señor; incluso acontecimientos que vemos como algo negativo nos damos cuenta más tarde que han sido un regalo de Dios. Por eso las acciones de gracias han de ser continuas: deben ser actos de piedad y de amor para ser practicados siempre. En el Prefacio de la Santa Misa, la Iglesia nos recuerda todos los días por boca del sacerdote que “es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo…”.

2. Junto a la acción de gracias continua, la petición reiterada, porque son muchas las gracias que necesitamos. Aunque el Señor nos concede de hecho muchos dones sin que se los pidamos, en su Providencia ha dispuesto otorgarnos otros teniendo en cuenta nuestra oración. «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre» (cfr. Mt 7, 7-11). Pero debemos acertar en lo que queremos pedir, así como en dónde debemos buscar y llamar.

Primeramente, no esperar los casos apurados para acudir a Dios con fervor. Siempre, y en todas las ocasiones, hemos de pedir gracia a Jesús, desde el principio y sin dilación alguna. No imitemos en esto al oficial de Cafarnaum, que se acordó de Jesús cuando su hijo se encontraba ya en el trance fatal de la agonía.

En segundo lugar, de las mismas ansias con que piden algunos los bienes materiales de salud, bienestar y prosperidad, hemos de sacar nosotros un gran deseo de pedir a Dios, con el mayor fervor, las gracias espirituales, que son incomparablemente mejores que todos los dones terrenos.

Elevemos nuestra oración, y demos gracias al Señor en todo tiempo y lugar, en cualquier circunstancia, acudamos a los méritos e intercesión de la Virgen María y de los Santos. En este mes de octubre, especialmente con el rezo del Santo Rosario. Y podemos hacerlo de modo muy particular en la Santa Misa.

Y cuidemos, especialmente, la acción de gracias después de la Comunión que consiste en recogernos interiormente y honrar al Señor dentro de nosotros mismos, renovando los actos de fe, esperanza, caridad, adoración, agradecimiento, ofrecimiento y petición, sobre todo de aquellas gracias que son más necesarias para nosotros o para las personas de nuestra mayor obligación