Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

27 agosto 2018 • Hay una relación entre la medida en contra de la belleza floral y la política actual

Manuel Parra Celaya

El “feísmo” como constante

Ocurre que el Ayuntamiento de Barcelona que preside la señora Inmaculada Colau amenaza con multar las floristerías que exponen tradicionalmente su mercancía en las aceras; compro un ramo el otro día y el vendedor me corrobora la noticia con gesto de resignación.

Ignoro si se ha cumplido ya la amenaza; acaso sea una forma más de intimidación al ciudadano, movida por el ávido afán recaudatorio conocido por todos. Tampoco me ha llegado si se trata de una iniciativa local o de una consigna, común a todos los consistorios gobernados por progresistas. En todo caso, seguro que la novedad creará escuela y adquirirá rango de norma, como lo fueron en su día las horribles plazas duras, tan caras a los socialistas.

Hasta aquí la anécdota, que no me resisto a elevar a categoría; a modo de aforismos, trataré de pensar la relación existente entre la medida en contra de la belleza floral y la política actual, partiendo de la supuesta manía de doña Ada a que las aceras queden embellecidas para los transeúntes.

La armonía es el fundamento de la belleza; armonía de líneas, de formas, de colores…), y ¿hay algo más desequilibrado que los tortuosos caminos por lo que caminan nuestras administraciones locales, autonómicas y nacional?

Lo opuesto a la belleza es, indudablemente, lo feo, que adquiere diversas graduaciones y matices en lo deforme, lo ridículo y lo grotesco. El conjunto de todo ello está de moda y ha merecido el justo nombre de feísmo.
Este feísmo está presente por doquier: en cánones arquitectónicos, en ornamentaciones, en espectáculos (subvencionados) y, también, -perdonen la manera de señalar- en personajillos, que compiten entre sí en extravagancia y desaliño en sus apariciones públicas.

Cuando no se posee una belleza natural o se incapaz de crearla en el arte, hay que recurrir a la artificialidad, a la cursilería o a la sofisticación; en todo caso, es un modo burdo de llamar la atención de los mediocres sobre algo todavía más mediocre y vulgar.

La aristocracia decadente del XVIII hacía gala de plebeyismo (aquí, de majeza); ¿no será la democracia una forma menos sutil de continuar esta tendencia al disfraz, para engaño de votantes bobos?

Las flores molestan al feísmo reinante porque aportan su belleza al panorama ciudadano, hay que ocultarlas de las miradas y dejarlas solo como capricho de los que prefieren el disenso por su personalidad al consenso feísta.

Incluso, a un sector del feísmo le molestarán las flores ante las sepulturas; me refiero a ese sector que está obsesionado con ellas y hace de su profanación y posterior traslado una Razón de Estado.

Los Ayuntamientos progres, por su parte, vetan o ponen en suspenso los desalojos al imperio okupa, que no se caracteriza precisamente por representar un ornato en su presentación público; en todo caso, las flores que lo adornan siempre serán de plástico.

También en contraposición, estos Consistorios la han tomado con el turismo común, prefiriendo el de la presencia de guetos, el limosnero, el cutre; ¿les molesta la presencia de familias normales con niños juguetones o de bellas señoritas, cámara en ristre, como las lindas japonesitas que, en mi ciudad, madrugan para admirar la Sagrada Familia o el Parque Güell?

¿Invaden las flores expuestas el espacio público y molestan a la vista? En todo caso, igualmente contrasta este celo con la patente de corso de que gozan los manteros, últimamente sindicados y todo, que compiten ilegalmente con los comerciantes sobrecargados de impuestos por los Ayuntamientos progres.

Y, si miramos otra vez hacia mi tierra, tampoco parecen ofender a ese espacio público intocable la presencia abrumadora de plásticos amarillos en calles, plazas y edificios públicos, muestra suprema de feísmo, para reivindicar la puesta en la calle de los golpistas de octubre, por casualidad también bastante feos.

Acaso los Ayuntamientos progresistas están apostando por un futuro de gobernanza totalitario-cibernética en la que barrios y ciudades inteligentes nos lleven a vivir en pesadilla constante, sin la menor presencia de flores.

Las flores, en ese futuro, quedarían confinadas a los lugares renaturalizados, en compañía de las ballenas del Ártico y de los que somos partidarios del disenso y de la belleza.