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25 agosto 2018 • Selló con su muerte una vida intelectual, comprometida con el Evangelio y con la Patria

Manuel Fernández Espinosa

Un intelectual católico asesinado en 1936: Francisco de Paula Ureña Navas

Francisco de Paula Ureña Navas

Al asesinato de Federico García Lorca se han dedicado ríos de tinta. En cambio, al estudio de los crímenes de intelectuales en la zona frentepopulista muy pocos se han aplicado. Pío Moa y Ricardo de la Cierva son los que han tratado este asunto con mayor solvencia, sin que el resultado que arrojan sus investigaciones haya gozado de la repercusión mediática que sería de desear. Ricardo de la Cierva mostró, en su libro “Carrillo miente”, que la Asociación de Intelectuales Antisfascistas (encabezada por José Bergamín y Rafael Alberti) se aplicó a facilitar información que propiciaría, a instancias de Margarita Nelken y otros exaltados, la confección de un listado de miembros de la Real Academia de la Lengua. Esta lista negra sirvió para que se perpetrara un sistemático exterminio de los académicos que cayeron en manos de los comités revolucionarios.

Luego, la victoria del Alzamiento Nacional en 1939 derrocharía retórica, pero a nuestro juicio hizo poco por resaltar esta cuestión primordial, dando a conocer –por ejemplo- la obra escrita de cuantos fueron masacrados; por esta razón, muchos de los intelectuales víctimas del Frente Popular no fueron suficientemente reivindicados, sus obras literarias cayeron en el olvido y, tras su exterminio físico, sufrieron un segundo exterminio en la memoria colectiva. Es el caso de D. Francisco de Paula Ureña Navas. Ni el nombre ni los apellidos dirán apenas nada al lector, puesto que su figura no ha sido estudiada con exhaustividad hasta que empecé hace unos años a reunir material biográfico y bibliográfico del mismo, dándolo a conocer en varios artículos. Tampoco es fácil acceder a su obra escrita. Me propongo presentar, aunque sea someramente, esta figura injustamente soslayada por la historia de nuestra cultura.

Francisco de Paula Ureña Navas nació en Torredonjimeno (Jaén) el 22 de junio de 1871 y fue bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de Santa María de la Inmaculada Concepción de la entonces villa tosiriana (“tosiriano” es el gentilicio de los nativos y habitantes de Torredonjimeno, antigua Tosiria). Sus padres eran Juan José Ureña Ortega y María del Rosario Navas Colomo. La familia era de condición humilde (su padre: trabajador del campo) y nada presagiaba que aquel niño que se cristianaba iba a poder hacer carrera universitaria, ser escritor y llegar a ser académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española. Sin embargo, sus dotes naturales y su aplicación a los estudios llamó la atención del clero parroquial y la Iglesia facilitó los medios de que carecían sus progenitores para que Francisco de Paula pudiera ir a estudiar a Granada primero, bajo el magisterio, entre otros, de Juan de Dios de la Rada y Delgado (Almería, 1827-Madrid, 1901), abogado, archivero, arqueólogo, numismático, orientalista que fue Rector de la Universidad de Granada y autor literario español al que le cupo, entre otras empresas culturales de envergadura, la Expedición Científica de la fragata de guerra «Arapiles», durante el breve reinado de Amadeo I de Saboya. Más tarde, Ureña Navas iría a estudiar a Sevilla. En la ciudad hispalense entraría en contacto con el cervantista D. Francisco Rodríguez Marín y empezaría, en paralelo a sus estudios universitarios, la investigación sobre algunas figuras del Siglo de Oro.

Cuando se doctoró en Derecho y licenciado en Filosofía y Letras, D. Francisco de Paula Ureña Navas regresa a su provincia de Jaén, instalándose en Jaén capital donde ejercerá durante un tiempo la docencia en el Colegio de Santo Tomás, impartiendo Retórica, Poética y Literatura. Será Notario Apostólico de la Diócesis del Santo Reino de Jaén y muy pronto se incorpora (aproximadamente en 1892) a la redacción de algunos periódicos provinciales, manteniendo correspondencia con D. Marcelino Menéndez y Pelayo y Juan Valera, entre otros. Aunque vive en Jaén, su Torredonjimeno natal está cerca y no deja de animar iniciativas culturales y políticas en su patria chica: en 1893 está activo en la “Sociedad Católico-Literaria de los Amigos de los Pobres” de Torredonjimeno, de la que es vicepresidente y en 1899 alienta la formación del Círculo de Obreros Católicos de Torredonjimeno. Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera Ureña Navas se convierte en director-propietario de EL PUEBLO CATÓLICO, un periódico provincial que había fundado a finales del siglo XIX el conspicuo carlista jaenero D. Emilio Mariscal Mendoza. Bajo la dirección de Ureña Navas, EL PUEBLO CATÓLICO se convierte en el periódico más vendido de la provincia. EL PUEBLO CATÓLICO no es bastante para él, por lo que funda una empresa editorial vinculada al periódico: la IMPRENTA DEL PUEBLO CATÓLICO, que publicará libros de muy diversa temática, tanto de Ureña Navas como de sus muchos amigos (y discípulos).

Se había casado con una señorita de la vecina ciudad de Martos. Sin embargo, tras quedar viudo y a cargo de una hija (Pepita, que moriría joven en 1922: ésta pérdida sumió al escritor en la tristeza, retirándose de la vida pública, aunque salvando la depresión gracias a la fe acendrada que tenía en Dios). Tras su viudez, contrajo segundas nupcias con una señora de Antequera: Doña Socorro Mantilla de los Ríos. Con Socorro el escritor tosiriano tendrá que sepamos seis hijos: Francisco, Carlos y Juan (los tres varones fueron asesinados por el Frente Popular en 1936) y tres hijas: Milagros, Rosario y Socorro. Su residencia la termina fijando en la ciudad de Martos, donde suele pasar largas temporadas en su Cortijo El Madroño. Será en ese cortijo donde Ureña Navas ejercerá su influencia intelectual sobre un grupo de escritores, poetas, novelistas, dramaturgos… La mayor parte de ellos de la misma provincia de Jaén.

Vinculados por una fuerte y noble amistad, todos ellos comparten las preocupaciones por la deriva de la política, la sociedad, la cultura y las costumbres de España y la figura que los agrupa y que sobre ellos actúa como un mentor es la de Francisco de Paula Ureña Navas. Entre ellos, podemos mencionar a Luis Carpio Moraga, nacido en Baeza pero cuya vida transcurrió en Martos: Carpio Moraga era procurador, pero Ureña Navas lo ganó para la literatura, escribiendo varios poemarios, obras dramáticas (algunas en verso) y crítica literaria y, como su maestro, Carpio Moraga fue asesinado por las milicias del frente popular. Vicente Montuno Morente, periodista que sobrevivió a los horrores de la guerra civil, será otro estrecho colaborador. También podemos contar al maestro y poeta de Porcuna, Eugenio Molina Ramírez de Aguilera, Ildefonso Vargas, Manuel Mozas Mesa, Francisco Blanco Nájera y el poeta Bernardo Ruiz Cano. Son algunos de los que conformaron lo que he denominado “El Círculo de El Madroño”.

Lo que a todos ellos unía, además del magisterio filosófico de Navas Ureña, era su fe católica y su patriotismo: muchos de ellos eran carlistas y no pocos de ellos fueron asesinados en los primeros de meses de la Guerra Civil a manos del Frente Popular, no por actividades políticas tanto como por su condición intelectual e ideológica que no ocultaron nunca. El hecho es que, habiendo leído lo que he podido reunir de la obra de D. Francisco de Paula Ureña Navas, hay que decir que estamos ante un intelectual de sólida formación teológica, filosófica, literaria. En filosofía, los referentes del Grupo El Madroño eran Jaime Balmes (que tuvo excelentes amigos en Jaén), Donoso Cortés, Juan Manuel Orti y Lara, Menéndez Pelayo, Juan Vázquez de Mella, los Nocedal. Francisco de Paula Ureña Navas era consciente de las siniestras fuerzas que actuaban en la cultura como agentes corrosivos que contribuían a la descristianización. Había llegado a identificar en el “masonismo” y el marxismo un parecido de familia con las herejías de los primeros siglos del cristianismo y contemplaba con certero criterio las obras literarias que corrompían con su satanismo la cultura: por ejemplo, el romanticismo más sombrío de Lord Byron o “Los cantos de Maldoror” del Conde de Lautréamont, esto significa que, lejos de ser un aficionado provinciano a la literatura, se trataba de un hombre de una formidable cultura clásica y políglota que no permanecía impasible ante los signos de los tiempos. Por ello, fue capaz de desplegar una actividad inaudita a lo largo de su vida, articulando toda una red de intelectuales católicos que, bajo su benéfica influencia, contribuyeron en la medida de sus posibilidades a reconquistar los ámbitos culturales. En estética, el grupo denostaba la moda modernista en literatura y apostaba fuerte por el casticismo y los metros clásicos en poética.

La obra de D. Francisco de Paula Ureña está por recopilar, dado que realizó una producción periodística constante, pero muy dispersa, tanto en el periódico que lideró, como en otras cabeceras provinciales y algunas veces eran textos sin firma. No obstante, dejó dos libros: el poemario “Hojas y Flores” que se publicaría en Madrid, en la Tipografía de la Revista de Archivos, año 1921. Y “Recuerdos de Roma. Impresiones de un peregrino” (libro en prosa que conoció dos ediciones, hasta donde se me alcanza). “Recuerdos de Roma” es un libro en que el escritor recogió sus experiencias con motivo de la peregrinación obrera a Roma del año 1894 que le permitió visitar la Ciudad Eterna, peregrinación que dejó profunda impresión en su alma. Leyendo algunos pasajes, parecen presagio de lo que sería su martirio:

«Yo he leído las actas de los mártires y de mis ojos han brotado lágrimas, como expresión genuina de una mezcla indefinible de veneración y de asombro (…) Mi amor, pues, a Roma es la síntesis, compleja pero espontánea, de tres ideas; el resultado natural de tres alicientes: el Papa, el arte, los héroes. (…) Los mártires, más que nunca, debían ser imitados: para imitarlos bien, nada mejor que visitar sus sepulcros, orar ante sus huesos, besar la tierra que dejaron regada con su sangre».

En efecto, la revuelta situación que se vivía en Jaén, bajo control rojo, parece que impulsó al escritor a marchar a Madrid, con su hijo Francisco. En septiembre de 1936, ambos, padre e hijo, serían asesinados en la carretera de Vicálvaro. Los efectos personales con los que murió y que se hallaron en sus bolsillos eran un rosario, un crucifijo, una imagen (presumiblemente una estampa religiosa) y seis medallas (religiosas).

Así selló con su muerte una vida intelectual, comprometida con el Evangelio y con la Patria.


BIBLIOGRAFÍA: