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25 agosto 2018 • Fuente: Diario de Córdoba

Manuel Chacón Rodríguez

50 años del fin de la Primavera de Praga

Se cumple esta semana medio siglo de la invasión militar de la antigua Checoslovaquia por parte de sus propios aliados del Pacto de Varsovia y, por tanto, es también el aniversario del fin de aquel experimento político denominado «Primavera de Praga», que pretendió la democratización de una dictadura socialista 19 años antes que la Perestroika de Gorbachov.

Aquella agresión a la soberanía checoslovaca fue un tremendo golpe de autoridad de la Unión Soviética de Brezhnev, que, amparado bajo la doctrina de su nombre, no quiso permitir ningún tipo de devaneo o suavización del socialismo real en los países bajo dominio imperialista soviético. Y que volvió a dejar claro al mundo dos cosas: que las áreas de influencia pactadas por EEUU, URSS y Reino Unido para Europa en Potsdam y, sobre todo, Yalta, eran inamovibles; y que la aplicación práctica y política del marxismo-leninismo distaba mucho de ser ese «paraíso» y esa «democracia popular» que tanto pregonaban los comunistas y muchos socialistas de todos los países.

En efecto, la madrugada del 21 de agosto de 1968 penetraban en Checoslovaquia cientos de miles de soldados y 2.300 tanques de 5 países del Pacto de Varsovia, liderados por la URSS. La operación no era novedosa, pues ya se produjo en Hungría en 1956. Pero, a diferencia del caso magiar (en el que hubo choques bélicos muy serios), la población checoslovaca, con sus dirigentes secuestrados en Moscú y su Ejército acuartelado y bajo mando soviético, no ofreció una resistencia armada, sino civil y pasiva; aunque lo suficientemente firme como para que las tropas de ocupación dispararan a matar en cientos de incidentes, llegándose a la cifra de unas 800 víctimas, entre muertos y heridos.

Veinte años antes, el Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh), apoyado por Stalin, se había hecho con todo el poder en 1948 mediante un golpe de Estado desde dentro del propio Estado (acabando con una democracia de partidos en la que había ganado las elecciones dos años antes) y gobernaba desde entonces con mano de hierro. Se trataba de la organización comunista más grande del mundo, llegando a estar afiliada un 20% de la población checoslovaca. Pero las purgas de los últimos años del estalinismo y el anquilosamiento de las estructuras del Estado llevaron a la desilusión y la disidencia, incluso interna; llegando a casos tan destacados como los de los escritores Ludvik Vaculik, Pavel Kohout, Ivan Klima o el muy conocido en España Milan Kundera, que acabó abandonando el marxismo y criticando la invasión soviética y la represión comunista en su famosa obra La insoportable levedad del ser. Así, las autoridades comunistas checoslovacas iniciaron unas reformas aperturistas a mediados de la década de los 60, que mayoritariamente promovía y quería la propia población de Checoslovaquia de todas las tendencias (demostrando un notable interés por la cultura y cambios sociales y tecnológicos de otros países de Europa occidental, lo que se materializó en nuevas formas de expresión artística, destacadamente en la música o el cine checoslovaco de la época). Medidas aperturistas que se acrecentaron con la llegada al poder de Alexander Dubcek, secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh) desde enero de 1968, materializándose en el fin de la censura, legalización de otras fuerzas políticas, cierta apertura a una economía de propiedad privada, etc, encaminadas, según se proclamó, a lograr un «socialismo con rostro humano», que Moscú no toleraría.

De esa forma se produjo la terrible invasión, de la que quedan magníficas fotografías de fotoperiodistas como Ladislav Bielik y Josef Koudelka, que estos días de conmemoración pueden verse en las calles de Bratislava y Praga a tamaño ampliado, reflejando la indignación de la población checoslovaca y su firme oposición no violenta a los tanques y soldados soviéticos.

Las consecuencias fueron rápidas y fuertes. Se restableció la censura, lo que motivó que el estudiante patriota Jan Palach se autoinmolara en Praga (la próxima semana se inaugura en los cines checos y eslovacos una película sobre su vida). Dubcek fue degradado a guarda forestal y sustituido al frente del PCCh por Gustáv Husák, que inició el periodo conocido como «Normalización». Se produjeron numerosas purgas y persecuciones políticas que afectaron a la profesión de miles de checoslovacos. Se endureció la dictadura comunista, cerrándose aún más al exterior, y se produjo un exilio de intelectuales y población en general, que se calcula llegó a un total de 300.000 personas. Un miedo atroz a la vigilancia y la disidencia se apoderaron de la frustrada población checoslovaca. Solamente quedaron como disidentes del régimen los firmantes de la Carta 77, como Václav Havel, que no obstante fueron también reprimidos.