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11 agosto 2018 • La Iglesia, y junto con ella la sociedad en su conjunto, tiene una enorme deuda moral con Franco • Fuente: Dichos, actos y hechos

Pío Moa

Manifiesto católico por Franco

Los actuales planes del gobierno –secundado con más o menos fervor por los demás partidos en las Cortes–, de profanar y ultrajar los restos de Franco, han dado lugar a un manifiesto en contra firmado por numerosos militares. Creo indispensable otro de los católicos en el mismo sentido, para el que propongo el siguiente texto u otro semejante.

Como es sabido, el Frente Popular fue esencialmente una alianza de separatistas, totalitarios y golpistas, con fuertes rivalidades y odios internos, manifiestos en represalias, torturas y asesinatos entre ellos, cosa que se trata de olvidar, borrando arbitrariamente parte significativa de la realidad histórica. No obstante esos odios, había al menos una cosa en la que estaban todos de acuerdo: la Iglesia católica debía ser aniquilada y erradicada del presente y en lo posible del pasado de España.

En consecuencia, el Frente Popular organizó durante la guerra civil y aún antes, el exterminio, menudo con sadismo extremado, del clero y de muchas personas distinguidas por su catolicismo, la destrucción sistemática de templos, a menudo de gran mérito artístico, monasterios de poso histórico, bibliotecas valiosísimas y hasta cruces de los cementerios. Se trató, técnicamente, de un genocidio. Esa labor fue acompañada del saqueo de bienes y tesoros artísticos, utilizados luego para asegurar un exilio bien llevadero a los dirigentes. En esa tarea participaron todos los partidos, unos con más intensidad que otros, y alguno encubriendo o justificando la persecución ante el exterior. Una persecución que acarreó un grave descrédito al Frente Popular en los países democráticos, incluso en aquellos tradicionalmente hostiles al catolicismo, donde la mayor parte de la opinión pública la vio como la explosión de barbarie que sin duda fue.

La razón de esa política que, mirada en retrospectiva, deja una impresión de alucinamiento, estribaba y estriba en la noción ideológica de que la Iglesia era la causante de un atraso español muy exagerado por la propaganda de esos partidos; y de todos los males sociales concebibles. Por tanto su influjo debía ser sustituido por el de unas ideologías que traerían al país, o a algunas de sus regiones separadas, una brillante ilustración, libertad y prosperidad. De hecho se trataba de ideologías importadas y vulgarizadas al nivel de simples consignas, que no solo originaban odio a la Iglesia, sino entre esas mismas ideologías. Quizá fue ello lo que llevó al escritor liberal Gregorio Marañón, uno de “los padres espirituales de la república”, a tacharlas acremente de “estupidez y canallería”. No hará falta extenderse sobre las realidades que han generado en varios países europeos.

Pero cualquiera sea la opinión sobre la Iglesia o las ideologías hostiles a ella, el hecho histórico evidente es que el cristianismo constituye la base y raíz de la cultura tanto española como europea, habiendo generado una acumulación simplemente gigantesca de arte, ciencia y pensamiento manifiesta en la obra de miles de escritores, arquitectos, pintores, pensadores o científicos. Este mero hecho exige, tanto para creyentes como para no creyentes, una actitud de esencial respeto, cualquiera sea su criterio sobre la relación actual entre religión y política. La experiencia prueba que la pérdida de ese respeto conduce directamente a la barbarie, como ocurrió en España.

Pues bien, los católicos, y los no católicos que admitimos de estas evidencias, tenemos la absoluta obligación moral y política de reconocer la importancia histórica de Francisco Franco en el salvamento de la Iglesia y de la cultura cristiana. Esta obligación corresponde en primer lugar al papa, los obispos y otras jerarquías eclesiásticas. Y por tanto, debemos denunciar y oponernos con energía a los planes del actual gobierno de ultrajar los restos de aquel gran personaje histórico. No deben admitirse en modo alguno sus pretensiones de encubrir con la bandera de la democracia unos designios radicalmente antidemocráticos, provocadores de odios que nos retrotraen precisamente a aquellos tiempos de barbarie.


P- ¿No es una paradoja que ud, no siendo católico, pretenda decir a los católicos lo que tienen que hacer, al margen o en contra de sus obispos?

–Creo que el catolicismo, en cuanto cultura, no es cosa solo de los católicos. Y los hechos objetivos son que Franco salvó a la Iglesia y la cultura cristiana del exterminio en España, por lo que la Iglesia, y junto con ella la sociedad en su conjunto, tiene una enorme deuda moral con Franco. La inhibición de los obispos es claramente culposa, por lo que los católicos conscientes y la gente en general deben tomar cartas en el asunto.

P. Pero, ¿no es lógico que la Iglesia, que ya se disoció del franquismo en el Vaticano II, aumente su rechazo hacia un dictador asesino?

–La Iglesia sabe perfectamente que Franco no fue un dictador asesino, esa es la propaganda antifranquista, elaborada precisamente por los comunistas, grandes demócratas y amigos de la Iglesia. Una democracia no funciona en una sociedad cargada de odios y empobrecida, y eso fue exactamente la república: empobreció al país y lo colmó de odios. El franquismo, en cambio, superó aquellas plagas, por lo que creó las condiciones para una democracia fructífera, no convulsa. Pero hay otra cuestión: a la larga, no puede haber democracia sin demócratas. Después de las elecciones del Frente Popular no quedó prácticamente ningún demócrata en España.

P. Pero después de ganar la guerra, Franco pudo haber traído de vuelta la democracia.

–Eso es pura palabrería. Los grandes partidos de izquierda y separatistas habían hecho imposible cualquier democracia y seguían siendo los mismos. Y la derecha no quería ni oír hablar de repetir la experiencia. Al terminar la guerra mundial, algunos locos o miserables querían imponer una monarquía democrática traída sobre los tanques anglosajones, es decir, por medio de lo que técnica y penalmente se llama alta traición. Y dando gran parte de poder al PSOE, el partido que había traído la mayor miseria, el mayor expolio y la guerra misma. En España, la experiencia casi nunca es analizada y sirve de muy poco. Era la vuelta de la estupidez y la canallería, auspiciada por algunos intrigantes y traidores monárquicos, nada inocentes.

P. No obstante, si no al final de la guerra, en los años 60, por ejemplo.

–Vamos al fondo del asunto: en un período corto puede haber democracia sin demócratas, mientras se mantenga la mecánica electoral. Pero antes o después alguno de los partidos utilizará el poder para corromper el sistema e implantar su propia tiranía. Eso es lo que pasa comúnmente en Latinoamérica y lo que pasa hoy en España. Los que hablan de una democracia después de la guerra civil o en los años 60 deberían reflexionar sobre el hecho de que, aún actualmente, apenas hay demócratas aquí, por falta de pensamiento político. No es demócrata ninguno de los partidos del Congreso, aunque de momento permanece la mecánica electoral, si bien muy manipulada. Lo he explicado cien veces y no lo repetiré ahora. Con Franco, la inmensa mayoría de la sociedad no quería hablar de democracia, porque le recordaba el caos y miseria de la república. Solo al final, con una sociedad próspera y en lo esencial reconciliada, votó por una democracia DESDE EL FRANQUISMO Y NO CONTRA ÉL. Y así y todo, hoy tenemos una democracia fallida porque la ausencia de demócratas está destrozando el sistema, con leyes totalitarias sin que la mayoría se dé cuenta siquiera, premiando el asesinato como modo de hacer política, homenajeando a los asesinos, falsificando sistemáticamente la historia desde el poder, amenazando gravemente con disgregar la nación o disolverla en una UE a su vez en marcha hacia el totalitarismo…

P. Pero usted no plantea ninguna alternativa realizable

–Lo diré de otro modo: el antifranquismo es la enfermedad que está destrozando la democracia y a la misma España. Y volver a la situación decidida en diciembre de 1976 pasa por reivindicar el franquismo y su fructífera herencia. Y por eso es tan importante la batalla por la tumba de Franco. Que es una batalla política y cultural ¿Es eso realizable? Claro que lo es, si cada vez más gente se deja de lamentaciones y planta cara. El manifiesto que propongo trata de denunciar la situación alzando una bandera, por así decir. Esa es mi tarea. Pero es preciso discutir el manifiesto, llegar a un consenso como ante el proyecto de ley liberticida de hace meses, recoger firmas y organizar un movimiento. Y eso es tarea de otros. ¿Es realizable todo ello? Por supuesto, es solo una cuestión de proponérselo o preferir el lloriqueo o la inhibición culpable.