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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Un presupuesto para aplicar a nuestra vida cristiana la Liturgia de la Palabra de este Domingo (XIII del Tiempo Ordinario, ciclo B) es la realidad de la muerte que se nos impone con toda evidencia y frente a cualquier objeción. El hombre de nuestros días, escéptico ante muchas cosas que desbordan su experiencia sensible, no puede negar que la muerte:
Ante esta realidad caben dos posibilidades.
I. La 1ª Lectura (Sab 1, 13-15; 2, 23-24) extracta breves fragmentos de los dos primeros capítulos del Libro de la Sabiduría que hay que leer íntegros para su mejor comprensión. En ellos, se habla de quienes eligen las obras del mal, burlándose incluso de los que hacen el bien. Son aquellos que no quieren pensar en la realidad de la muerte… o cuando se les impone con su evidencia, huyen de ella,. se escandalizan llegando incluso a la blasfemia.
El autor sagrado muestra lo errado de este proceder: El hombre ha sido creado por Dios y la muerte no es consecuencia de la obra de Dios sino de su negación, del pecado. «por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte» (Rom 5, 12). Cuando cometemos el pecado estamos haciendo obras que no son de vida eterna sino de muerte
No es la muerte corporal un mal absoluto. Solo hay un mal, que hemos de temer y evitar con la gracia divina: el pecado. «Muerte del alma es no tener a Dios» (San Juan de la Cruz). La mayor tragedia que puede sucederle al hombre es cometer el pecado mortal, por el que se aparta radicalmente de Dios al perder la gracia divina en su alma.
II. Los dos milagros de Jesús que nos relata el Evangelio (Mc 5, 21-43) nos muestran la actitud correcta del cristiano ante la muerte.
Son varios los sacramentos que guardan una relación directa con el momento de la muerte:
Los Santos Oleos deben recibirse cuando los fieles, después de llegados al uso de la razón, se hallen en peligro de muerte por enfermedad o vejez; y se ha de procurar que se administren cuando el enfermo está en su cabal juicio y hay alguna esperanza de vida.
Auxiliados con los sacramentos, la muerte, que era la suprema enemiga, se ha convertido en el último paso tras el cual encontramos el abrazo definitivo con nuestro Padre, que nos espera desde siempre y que nos destinó para permanecer con Él.
Pidamos a la Virgen nuestra Madre que nos otorgue el don de apreciar la vida de la gracia, la vida del alma por encima de todos los bienes temporales, incluso de la misma vida corporal.