Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

30 junio 2018 • FORMA ORDINARIA

Desde Mi Campanario

“No ha muerto, sino que duerme”

Un presupuesto para aplicar a nuestra vida cristiana la Liturgia de la Palabra de este Domingo (XIII del Tiempo Ordinario, ciclo B) es la realidad de la muerte que se nos impone con toda evidencia y frente a cualquier objeción. El hombre de nuestros días, escéptico ante muchas cosas que desbordan su experiencia sensible, no puede negar que la muerte:

  • Es cierta.
  • Es imprevisible
  • Es dramática: en sus circunstancias… y en sí misma: separación de todo… a la fuerza.

Ante esta realidad caben dos posibilidades.

I. La 1ª Lectura (Sab 1, 13-15; 2, 23-24) extracta breves fragmentos de los dos primeros capítulos del Libro de la Sabiduría que hay que leer íntegros para su mejor comprensión. En ellos, se habla de quienes eligen las obras del mal, burlándose incluso de los que hacen el bien. Son aquellos que no quieren pensar en la realidad de la muerte… o cuando se les impone con su evidencia, huyen de ella,. se escandalizan llegando incluso a la blasfemia.

El autor sagrado muestra lo errado de este proceder: El hombre ha sido creado por Dios y la muerte no es consecuencia de la obra de Dios sino de su negación, del pecado. «por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte» (Rom 5, 12). Cuando cometemos el pecado estamos haciendo obras que no son de vida eterna sino de muerte

No es la muerte corporal un mal absoluto. Solo hay un mal, que hemos de temer y evitar con la gracia divina: el pecado. «Muerte del alma es no tener a Dios» (San Juan de la Cruz). La mayor tragedia que puede sucederle al hombre es cometer el pecado mortal, por el que se aparta radicalmente de Dios al perder la gracia divina en su alma.

II. Los dos milagros de Jesús que nos relata el Evangelio (Mc 5, 21-43) nos muestran la actitud correcta del cristiano ante la muerte.

  • Como hemos visto, no es el “mayor” mal. «El bien de gracia de un solo hombre es mayor que el bien natural del universo entero» (Santo Tomás). El pecado es la auténtica muerte, pues el hombre rompe con Dios, mientras que la separación del cuerpo y el alma es cosa provisional.
  • Ahora hay que añadir que no es la última palabra. Ante la obra de Jesús, la enfermedad y la muerte no aparecen aquí como situaciones irreversibles. La muerte angustia el corazón humano («Aunque la certeza de morir nos entristece…»), pero nos conforta saber que Jesús «aniquiló la muerte e irradió la vida e inmortalidad por medio del Evangelio» (2 Tim 1, 10). No es ya el acontecimiento que el hombre debe temer ante todo. Es más, para el que ha vivido como fiel a Cristo es el paso obligado de este mundo al Padre.

Son varios los sacramentos que guardan una relación directa con el momento de la muerte:

  • En peligro de muerte la Iglesia manda confesar los pecados, porque de una santa muerte depende la salvación del alma y una buena confesión facilita una santa muerte, y recibir la Comunión por medio de viático que es la que se da a los enfermos que están en peligro de muerte para que les sustente en el viaje que hacen de esta vida a la Eternidad.
  • El sacramento de la Extremaunción, llamada también Santos Oleos o Unción de los enfermos, es un sacramento instituido para alivio espiritual y aun temporal de los enfermos en peligro de muerte.

Los Santos Oleos deben recibirse cuando los fieles, después de llegados al uso de la razón, se hallen en peligro de muerte por enfermedad o vejez; y se ha de procurar que se administren cuando el enfermo está en su cabal juicio y hay alguna esperanza de vida.

Auxiliados con los sacramentos, la muerte, que era la suprema enemiga, se ha convertido en el último paso tras el cual encontramos el abrazo definitivo con nuestro Padre, que nos espera desde siempre y que nos destinó para permanecer con Él.

Pidamos a la Virgen nuestra Madre que nos otorgue el don de apreciar la vida de la gracia, la vida del alma por encima de todos los bienes temporales, incluso de la misma vida corporal.