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26 junio 2018 • El “Desastre del 98” es la culminación de un siglo XIX en el que España fue, en grandísima medida, un “protectorado inglés”

José María Manrique García

Los separatistas y el almirante Cervera

No hace mucho, en marzo de este año, la alcaldesa de Barcelona determinó quitar la calle del “Almirante Cervera” y renombrarla “Pepe Rubianes”, el mal nacido “humorista” que ofendió reiteradas veces a España (sin que le pasara nada, constatamos, entre otras cosas porque una Ministro de Defensa “lució” una camiseta en la que se leía “Rubianes somos todos” -participó en una manifestación con ese lema-). El cambio se hizo oficial el 15 de abril.

Mucha gente de buena fé pero poca información y, sin duda, algunos de mala fe y falso patriotismo, pusieron el grito en el cielo porque se retirara el nombre de, para ellos, un gran héroe nacional. Otros menos se llenaron de santa indignación porque, una vez más, el poder central, artículo 155 de la Constitución por medio, permitiera por millonésima vez agravios a España.

Pero casi ninguno puso las cosas en su sitio, porque la primera premisa, la del héroe de la Patria, es falsa de toda falsedad. Es más, puede decirse que Cervera apoyó la causa de los secesionistas cubanos llevando premeditadamente la escuadra al desastre, además de producir a España una de las mayores heridas de su dura historia.

Vamos, que en justicia, tan mal está poner una calle a Cervera como a Rubianes.

Pues sí, amable lector, ha leído usted bien, hoy se puede afirmar, con mayor firmeza que lo contrario, que Cervera hizo todo lo posible por perder sus barcos, eso sí, obedeciendo órdenes del Gobierno liberal progresista de Sagasta-Moret en un entorno de conjura masónica tanto internacional como nacional.

La traición del 98

Como demuestro sobradamente en mi libro “Los Misterios del 98. El inexplicado fin del imperio español – Gallanbooks”, (Pulse sobre este enlace para más información sobre el libro) escrito en colaboración con el gran experto José Enrique Rovira, el “Desastre del 98” es la culminación de un siglo XIX en el que España fue, en grandísima medida, un “protectorado inglés”. Y, en ese contexto, el 98 es el culmen de los ataques a las Españas, el nombramiento de Wellington como Generalísimo de los Ejércitos Españoles, la colonización de nuestros recursos mineros, agrícolas, crediticios y de transporte, la pérdida de los Virreinatos, las Guerras Carlistas e incluso las revoluciones, pues en todos ellos estuvo la mano de la Pérfida Albión, bien abiertamente con las armas, bien a través de sus embajadores y banqueros, o bien desde las logias. También la actuación inglesa fue determinante en “El Desastre” pues nos proporcionó armamento en mal estado o demoró su entrega, impidió el paso por Suez y las telecomunicaciones por cable submarino, desmanteló nuestras redes de espías y largo etcétera dentro de un decidido apoyo a USA.

El 98 no se puede entender sin el “hundimiento” de Peral y su submarino, tanto por nuestros políticos y marinos como por los servicios de inteligencia inglés y yanqui, además de por el traficante de armas y empresario Basil Zaharoff.  Tampoco sin el magnicidio de Cánovas, sin duda impulsado por los norteamericanos y permitido por los que debían haber guardado su seguridad e investigado el crimen.

Por supuesto la Reina Regente puso su granito de arena encomendado innecesariamente el Gobierno a Sagasta y transmitiendo, apenas veladamente y en una entrevistas secreta al embajador norteamericano, que le interesaba más el trono que Cuba.

En ese contexto, Sagasta maniobró, muy eficazmente a decir verdad, para que sus órdenes de que las escuadras de Filipinas y Cuba fingieran un combate desastroso con el menor número de bajas posible, para que así los Capitanes Generales respectivos “se vieran obligados a firmar la paz”.

Desde luego, no hemos descubierto esos documentos, posiblemente porque no se escribieran con toda claridad, sino que fueran directivas dadas verbalmente a los Capitanes Generales Blanco (Cuba), Augustin (Filipinas) y Macías (Puerto Rico), así como al Contralmirante Cervera, antes de partir para sus destinos; y a muchos otros “hermanos” a través de las logias militares o civiles.

En la práctica, las escuadras de Montojo y Cervera se auto-hundieron. La de Montojo tras encontrar éste inexplicablemente no artillado Subic, no hacer fuego la artillería de Corregidor contra los americanos y no poder acogerse a la protección del malecón y artillería de Manila; tras la primera fase del combate mandó los barcos retirarse a Bacor con la orden de irse a pique si volvían a ser atacados. Los de Cervera apenas si hicieron  más que buscar varar en la costa, para salvar las vidas de los marineros, y el Colón claramente “abrió grifos” después de rendirse al enemigo del cual se estaba zafando. La del Almirante Cámara apenas pasó de Suez se dio la vuelta. La pérdida de las escuadras sentenció la guerra y salvó al régimen borbónico de la Restauración, pues el estado de depresión nacional que indujo evitó que los opositores al mismo, tanto republicanos como carlistas, ahondaran en las contradicciones de la versión oficial y derribaran a los traidores.

Muchísimos detalles que demuestran lo anterior, y lo amplían, son recogidos al libro, pero no tienen cabida en un corto artículo. Para el lector interesado, se adjunta un trabajo de uno de los indicios más determinantes para valorar la actuación de Cervera; se titula “¿Se quiso realmente ganar la Guerra de Cuba?” (Revista Ares, Editorial Gallandbooks, nº 61 con cuya autorización lo reproducimos).

Si alguien tiene la oportunidad de asistir, queda invitado a la presentación del antedicho libro en el Casino de Madrid, el jueves 28 a las 19 horas.


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