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19 junio 2018 • Muchísimos catalanes salimos a la calle para afirmar la unidad de España. ¿Habrá sido inútil?

Manuel Parra Celaya

Los gestos

El nuevo gobierno socialista ha empezado su andadura pródigo en gestos, y es natural y comprensible. Hay gestos altisonantes en su anuncio; otros, aprovechando la circunstancia; muchos, que suenan a dejà vu, casi ajados por el uso; algunos habrá, digo yo, amagados, secretos, de esos que, de momento, se ocultan al personal para no suscitar alarmas prematuras.

De entre los primeros, destaquemos el anuncio de una reforma constitucional, con el fin de lograr un encaje de las aspiraciones de los secesionistas, lo que viene a ser algo así como la cuadratura del círculo, puesto que ningún modelo de Estado ni ningún redactado de Carta Magna va a ser aceptado por quienes tienen como objetivo permanente e inalterable (como aquellos Principios del Movimiento Nacional, que luego no lo fueron) la desmembración de España.

Se vista el Estado de república, monarquía o de Alicia en el país de las maravillas, ningún separatista firmará; claro que, a lo peor, en el imaginario de Sánchez bailotea la idea de configurar lo que él llama nación de naciones con un confederalismo de estados libres asociados, primer paso y antesala de la fractura definitiva.

Con respecto a Cataluña, se pone ahora en práctica la manida estrategia de jugar al poli bueno (Meritxell Batet)-poli malo (Borrell), gesto poco creíble pero dotado de carga escénica para el consumo de incautos.

En cuanto a los gestos que aprovechan una circunstancia, destaquemos el ofrecimiento de acoger a los 629 refugiados (o inmigrantes) que habían sido rechazados por el gobierno italiano; el humanitarismo de Pedro Sánchez -elogiado inmediatamente por el Cardenal Arzobispo de Madrid- está en consonancia con los planes de la Globalización, tendentes a aumentar la demanda de la mano de obra de reserva en el mal llamado mercado de trabajo y a continuar el derrumbamiento del Estado del Bienestar, pero bueno…

Entre los gestos consabidos, encontramos el refuerzo institucional de los únicos resortes ideológicos (por decir algo) de que dispone la nueva izquierda -o socialdemocracia venida a menos- , a saber: la ideología LGTBI y el ecologismo radical, con la quimera de que pasen a primer plano las energías renovables, lo que hará frotarse las manos a nuestros proveedores argelinos y franceses, y el recrudecimiento de la memoria histórica de Zapatero, para poner a los españolitos más de los nervios.

No podemos saber nada, claro de los gestos reales de trastienda, arcanos y esotéricos para la inmensa mayoría que decía el poeta, que pueden estar en consonancia con los anteriores o depararnos aún más sorpresas.

De todas formas, no adelantemos acontecimientos y seamos generosos en conceder, in péctore, los cien días de gracia que dicen que todo gobierno merece: España y yo somos así, señora… y nunca mejor dicho, dada la preponderancia femenina en el elenco del nuevo gabinete.

Solo añadamos que los gestos pueden derivar o en rito vacío y estéril o en aspavientos, con exceso de malos modos e improperios sangrantes; el tiempo lo dirá. Acostumbrados al hieratismo y a la contención del gobierno de Rajoy, cualquier tipo de modales distintos sorprende a la ciudadanía.

Mi máxima preocupación en estos momentos sigue centrada, cómo no, en lo que percibo en las calles próximas, pálido reflejo de lo que sucede un poco más allá, en otras calles y plazas de Cataluña. Me llega la noticia de que, en Vic, la conjunción de los energúmenos de los CDR y del Ayuntamiento ha impedido que Inés Arrimadas pudiera hablar en un acto político legal; también -y mucho más grave incluso- que elementos extrauniversitarios -también con la pasibilidad o aquiescencia del Rectorado- han imposibilitado por la fuerza bruta que se celebrara una conferencia de Jean Canavaggio, prestigioso hispanista francés, sobre Cervantes en la Universidad de Barcelona.

No he visto ningún gesto gubernativo de ningún tipo (altisonante, de circunstancias, tópicos…) ante tamaños desafueros. Acaso tenga que ver este silencio con otros gestos, como dejar las manos libres en los dineros a los separatistas o declarar a bombo y platillo el diálogo con los que impiden hablar libremente de política o de literatura.

Hubo un día no muy lejano en que muchísimos catalanes salimos a la calle para afirmar la unidad de España. ¿Habrá sido inútil este gesto, mucho más trascendente y valioso que los de los políticos?