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11 junio 2018 • Son las memorias de un combatiente del bando nacional que se encontraba en Salamanca

Moisés Domínguez Núñez

Unamuno y Millán Astray: Salamanca, 12 de octubre de 1936. Crónica de un testigo

La historia es una ciencia que como tal esta sujeta a revisión constante y específicamente en el periodo de la Guerra Civil. Esta afirmación es una realidad que nos asalta un día sí y otro también. Traigo esto a colación pues me han remitido por correo electrónico un magnífico testimonio sobre un suceso que está en el candelero de la actualidad mediática y que Amenábar quiere llevar al cine. Recordamos al respecto, el artículo firmado por Carlos Herrera en ABC: Amenábar, Unamuno y Millán Astray.

El texto que trascribimos procede de las memorias de un combatiente del bando nacional que por aquellos azares del destino se encontraba en Salamanca, aquel señalado 12 de octubre de 1936 –día de la Raza-, cuando tuvo lugar un incidente sin trascendencia  que la historiografía de combate,  inexplicablemente, ha elevado a categoría.

Es un trabajo que el hijo de este combatiente, con una extraordinaria pluma, ha actualizado con las ultimas noticias aparecidas en prensa sobre el affaire Unamuno Vs Millán Astray. Harto de lo que se ha escrito sin acudir a fuente primaria alguna, el mismo me indica:

“La instrucción de adoctrinamiento en Memoria Histérica en los colegios valencianos me obliga a escribir estas breves palabras. El panfleto sobre el dictador (se refiere a Francisco Franco) en National Geographic, también. Le mando las memorias de mi difunto padre. Espero que sean de su agrado. Tiene permiso para hacer con ellas lo que tenga a bien”.

Y eso es lo que hago por higiene histórica. Disfruten del texto que por cierto esta muy bien escrito.

Gaudeamus igitur. Salamanca, 12 de octubre de 1936.

Tercera etapa: San Martín de Valdeiglesias. Otoño, ante nosotros; otoño en la Sierra. Los hombres del Sur soportamos este frío, que corta la piel, que el sol había quemado en las jornadas caniculares. Vemos la nieve de Gredos. En lo alto de la Ermita de Almorox sitúa Varela el mando. Un poquito de sol, y pronto otra vez las nubes y el aire helado. Abajo, el pueblo. Los hogares encendidos elevan columnillas de humo. A nuestro frente, la carretera de Ávila, que se adentra en unos pinares. Por ella partieron, aún de noche, Delgado Serrano y Castejón. A nuestra izquierda, las peñas de Cenicientos y Cadalso. Y al pie de ellas, en unas plataformas, los pueblos respectivos. Guadarrama se une con Gredos. Invisible, San Martín de Valdeiglesias. Van y vienen los enlaces. La columna enemiga, encerrada por la maniobra que ayer realizó Varela, pugna por salir. Se advierte su desesperación. No le queda más recurso a aquellos hombres que trepar por los picos de Gredos, abandonando el material. No pueden escapar ni por Las Rozas de Puerto Real, ni por Villa del Prado. Disparan los sitiados con granadas de siete y medio contra la carretera de Ávila, a la salida de Almorox. Bien pronto las piezas de quince y medio hacen callar a la artillería roja, que dispara desde Cadalso. Luego, nuestros trimotores siembran de bombas de cincuenta kilos los caminos por donde locamente buscan la huida los camiones rojos. Retumban las explosiones en los valles y se elevan nubes de humo negro—gris, como las nubes del cielo en este día. José María Pemán ha llegado a nosotros. Vienen con él a saludar a Varela Luis de Isasi, Juan José PaIomino, Félix Bragado e Ignacio Ybarra. Unas efusivas felicitaciones al general paisano…” Sánchez del Arco: ABC de Sevilla. 13/09/1936.

Tras la visita a las columnas del Ejército del Sur, que avanzaban imparablemente hacia Madrid tras la toma de Toledo, el “poeta alférez”, don José María Pemán, Secretario de Cultura Nacional, viajaba en la comitiva de autos junto a sus acompañantes andaluces. El camino desde San Martín de Valdeiglesias hasta Salamanca se hizo en medio de la fuerte bajada de temperaturas y el aguacero de otoño que sacudió a toda la Península Ibérica durante aquellas fechas. Cuando hace mal tiempo, pareciera que la guerra se parase. Los 158 kilómetros se recorrieron despacio, acomodándose al estado del tiempo y de la carretera; parando y enseñando los salvoconductos en los inevitables controles de carreteras del Ejército Nacional. Un ojo puesto en el cielo, no sea que apareciese la Aviación Roja, aunque con nubes bajas era poco probable que aparecieran. Echaba de menos el lujo del Rolls de Pepe Domecq. Para reponer fuerzas, el obligatorio almuerzo en Ávila. Castilla es austera en reconocer el esfuerzo de sus hijos, pero generosa con el estómago. A pesar de la guerra, todavía servían ternera blanca. En los postres, copa y puro. Animada tertulia. Al día siguiente, 12 de octubre, Fiesta de la Raza, estaba programado el acto de apertura del curso universitario 1936-37 en la Universidad de Salamanca. Don José María iba a intervenir. Ya tenía preparado su discurso. No las tenía todas consigo. Habría que ver por dónde salía el excéntrico de Unamuno.

A la mañana siguiente, todas las fuerzas vivas de Salamanca estarían presentes en el acto: el Alcalde, el Gobernador Civil, el Presidente de la Diputación, el de la Audiencia, el Delegado de Hacienda, el Obispo y en representación de la Junta Técnica, la esposa del general Francisco Franco. El programa incluía cuatro oradores que actuarían en el siguiente orden: catedrático José María Ramos Loscertales, el Padre Vicente Beltrán de Heredia o.p., catedrático Francisco Maldonado de Guevara y don José María Pemán.

Después de dormir en Salamanca y un desayuno frugal, cuando llegamos, el Paraninfo de la Universidad ya estaba lleno de profesores, estudiantes y algunos periodistas. También se podía ver, entre el público general, clérigos, soldados y falangistas, que se hacían notar por su uniforme. No cabía un alfiler. Era tal la afluencia de público, que se tuvieron que colocar sillas en las galerías altas del claustro y en el aula Fray Luis de León para los que no tenían invitación. En ambos recintos, así como en la Plaza Mayor de Salamanca, se instalaron altavoces. La señal se retransmitió por la emisora local Inter Radio a Valladolid, a otras ciudades de España y al extranjero. Fue un evento de primera magnitud.

Tras una breve introducción, el Rector don Miguel de Unamuno fue dando la palabra a los oradores previstos. Don José María Ramos Loscertales, catedrático de Historia y anterior rector, habló sobre La iniciación de los descubrimientos. No gustó mucho porque se hizo largo. Hacía continua referencia a las exploraciones portuguesas, tanto por el Atlántico como por el Índico, y en ese momento en que se debatía la superviviencia de España no era cuestión de acordarse del país vecino y hermano. La gente aguantaba sin inmutarse porque Ramos Loscertales, pocos días antes, el 26 de septiembre, había dirigido el Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del Mundo acerca de la Guerra Civil contraponiéndose a toda la propaganda marxista que se había emitido desde el 18 de julio hasta la fecha.

“La Universidad de Salamanca, que ha sabido alejar severa y austeramente de su horizonte espiritual toda actividad política, sabe asimismo que su tradición universitaria la obliga, a veces, a alzar su voz sobre las luchas de los hombres en cumplimiento de su deber de justicia. Enfrentada con el choque tremendo producido sobre el suelo español al defenderse nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador, la Universidad de Salamanca advierte con hondo dolor que sobre las ya rudas violencias de la guerra civil destacan agriamente algunos hechos que la fuerzan a cumplir el triste deber de elevar al mundo civilizado su protesta viril. Actos de crueldad innecesarios –asesinatos de personas laicas y eclesiásticas– y destrucción inútil –bombardeos de santuarios nacionales (tales el Pilar y la Rábida), de hospitales, escuelas, sin contar los sistemáticos de ciudades abiertas–, delitos de lesa inteligencia, en suma, cometidos por las fuerzas controladas o que debieran estarlo por el Gobierno hoy reconocido de jure por los Estados del mundo… tales hechos, innecesarios e inútiles, son reveladores de que la crueldad y destrucción, o son ordenadas o no pueden ser contenidas por aquel organismo que, por otra parte, no ha tenido ni una palabra de condenación o de excusa que refleje un sentimiento mínimo de humanidad o un propósito de rectificación.”

Los mayores aplausos al discurso del catedrático Ramos Loscertales se escucharon cuando hizo referencia a José Antonio Primo de Rivera, preso en Alicante, y animó a los estudiantes universitarios a alistarse en las Milicias Nacionales:

“Estudiantes salmantinos, entráis en la vida cuando se ha hecho milicia.

A continuación, prosiguió el Padre dominico Vicente Beltrán de Heredia, hábito blanco con la capa y capilla negra, que leyó un discurso muy técnico. Glosó el magisterio de la Escuela de Salamanca en la colonización de América.

Las Leyes de Burgos, primer Código de nuestra colonización en América… Gracias a la enérgica campaña de nuestros misioneros, y también a la machacona insistencia de Las Casas, en poco más de cincuenta años la condición de aquellas gentes había pasado de un extremo a otro, de la esclavitud en que vivían de hecho a principios de siglo, a la de raza mimada y privilegiada. Desde entonces la dominación se convirtió en tutela paternal. El Maestro Vitoria la había entendido así en sus famosas relecciones De Indis. Su doctrina fue para muchos una utopía hasta que, encarnada en las instrucciones que dio el Rey Prudente a Legazpi para la ocupación de Filipinas, se trocó en realidad, llevándose a cabo aquella empresa sin derramar una gota de sangre, caso único en la historia de la colonización. España, abandonando el camino que trazaron sus heroicos conquistadores, abrazaba al fin el de sus teólogos y misioneros, para cumplir con creces los deseos de la Reina Isabel…”

Acertó de pleno el Padre Beltrán con su diatriba. En estos días de tribulación, no podía perderse en el sumidero de la Historia la misión evangelizadora de España en el mundo. Se hacía necesario recuperar el concepto de Hispanidad. La misión universal de España. Grandes Aplausos.

A continuación tomó la palabra el catedrático de Literatura don Francisco Maldonado de Guevara. En su discurso, titulado La Fiesta de la Raza en el momento actual, instó a la eliminación de la “anti España”. En este contexto se refirió, con toda razón, a las regiones desagradecidas y traidoras de Cataluña y País Vasco:

“Dos pueblos industriales y disidentes… explotadores del hombre… los cuales a costa de los demás españoles han estado viviendo hasta ahora… en un paraíso de la fiscalidad y de los altos salarios… cánceres en el cuerpo de la Nación. Este Movimiento Salvador de España sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos.

Para finalizar, don José María, con la pasión que sólo él sabía darle a las cosas, comenzó el discurso que todos estábamos esperando. Aunque lo tenía preparado de antes, lo leyó como si improvisase. Así era su gracia y su ingenio. No le hacía falta ocultar su acento de la Baja Andalucía para llegar a su público. Al contrario, lo convertía en una ventaja exprimiéndole todas sus posibilidades líricas. A los rojos que habían leído algo, esta cercanía con lo popular los ponía enfermos; que se fastidien. Empezó a disertar sobre La obra de España en la Historia. Lo mejor de la juventud de España estaba enfrentándose en los campos de batalla a las hordas rojas y era necesario glosar su entrega. El espíritu de la Universidad de Salamanca se batía a tiro limpio contra el internacionalismo marxista.

“…De todos los pueblos que pasaron por la Península Ibérica, el que dejó una impronta más fuerte y duradera en el carácter del pueblo español, constituyendo su base y su fondo, fue sin duda el íbero. Este pueblo había venido del norte de África, y de él proceden, no sólo los españoles, sino también los moros de Marruecos. Esto explica que los moros que invadieron España en el 711, encontraran aquí un pueblo parecido a ellos en muchas cosas, logrando entenderse perfectamente con los españoles. Esto explica también que los moros “regulares” que vienen peleando con nuestras tropas lo hacen alegres y contentos, en el gran Movimiento Nacional, al lado de los españoles, porque se encuentran como en su casa. Quieren como niños, a sus jefes y oficiales españoles, porque son como hermanos nuestros.

Pemán supo aprehender como nadie el ambiente que se respiraba aquellos días en la capital improvisada de la España inmortal. Era el más joven de los oradores; no llegaba a los 40 años. Remató su alocución apelando a los valores de la juventud española:

“¡Muchachos de España, hagamos cada uno, en cada pecho, un Alcázar de Toledo!

Salamanca: Fachada del lugar donde tuvo lugar el acto del 12 de octubre de 1936

Aplausos y más aplausos. Me llegó al corazón; don José María era un fenómeno. Mientras tanto, el rector Unamuno había escrito unas líneas como apuntes durante las conferencias en un sobre: “guerra internacional; civilización occidental cristiana”, “vencer y convencer”, “odio y compasión”, “Rizal”, “cóncavo y convexo”, “lucha unidad catalanes y vascos”, “imperialismo lengua”, “odio inteligencia que es crítica, que es examen”

Tras la ovación a Pemán, tomó la palabra el rector Unamuno. En primer lugar hizo referencia a su cese del 22 de agosto por el Gobierno de Giral:

“…Aborrezco a la gentuza y a los degenerados embusteros que, esos sí, han perdido el culo para aprobar un Decreto despojándome de mi Cátedra y del Rectorado, en un gesto estúpido, ya que sus sucias manazas no pueden ejecutar lo que dicen aprobar, aunque eso sí, se han preocupado de darle publicidad y de que saliera en todos los periodicuchos rojos.

Más aplausos. Después de esto, el rector continuó su discurso, improvisando sobre los apuntes que había ido tomando:

Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil”.

Se escuchó aquí un murmullo. Don José María se retorció sobre el sillón que ocupaba. Sus peores presagios se hacían presente. Aquí venía Unamuno con otra de sus excentricidades. A saber por dónde iba a salir ahora el viejo profesor:

“Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión, el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de Inquisición. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis…”

Bombardeo de la aviación gubernamental sobre Salamanca: «L´Illustration», nº 4.952 (29/01/38)

En plena guerra civil entre hermanos, con miles de muchachos dejándose la vida, la salud y el futuro en una sangrienta campaña. Con millones de españoles asesinados, amenazados de muerte, robados y saqueados, desplazados o sin hogar. Con el enemigo ruso y la canalla internacionalista hozando el sagrado suelo de la Patria. Con un grupo mafioso a las órdenes de un dictador ruso, gobernando a la mitad del país y desbalijando bancos, Hacienda Pública y al pueblo de a pie. Con toda la economía y la industria destruidas o gravemente amenazadas, al general retirado Millán-Astray no le pareció oportuno esta apelación a la visión del Humanismo Cristiano que se impondría en la posguerra. Las guerras se ganan en el campo de batalla. A tiros, ¡coño!. Gana el que más mata. El que más daño hace. El que más terror infunde en su enemigo. Hasta llevarlo al colapso; la aniquilación. El general, además de haber perdido la pierna, el brazo y un ojo, sufría de vértigo. El tiro que le dieron en la cara en 1926 le destrozó también parte del oído. Le costaba mantener el equilibrio. A pesar de eso, hecho una furia, el glorioso mutilado se levantó de la silla como un resorte. ¡Me cago en mi puta estampa! Inmediatamente dos de sus escoltas presentaron armas, mientras el más próximo se acercaba para que no se cayese.

¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”

 ¡Viva la muerte!” De entre el público alguien gritó el lema del Tercio.

Millán Astray también había perdido en los campos de batalla el sentido del gusto y del olfato. No obstante, un sabor metálico le llegó desde la boca. El general se excitó hasta el punto que no pudo seguir hablando. Pensando, se cuadró mientras se oían gritos de “¡Viva España!”. Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno, que dijo:

Acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!». Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más.

Las palabras de Unamuno provocaron un gran alboroto en la sala. Millán-Astray contestó entre dientes irritado, aunque sólo pudieron oírlo los más cercanos al general, porque el murmullo tapaba todo lo que se dijera.

¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!”

Es necesario poner en contexto esta frase. En primer lugar, “Viva la muerte” es el lema del Tercio. Equivale a decir Viva la Legión. Aquí no hay duda. Por otro lado, el 19 de julio de 1936, cuando en Madrid todavía se estaba resolviendo a tiros limpios el fracaso del Alzamiento, se creó la Alianza de Intelectuales Antifascistas, es decir, comunistas. Para ellos, fascista era todo aquel que se oponía a que ellos mandasen. Formaban este grupito José Bergamín, Rafael Alberti, María Zambrano, Pedro Garfias, Arturo Serrano Plaja, Luis Cernuda y otros. A todos éstos hoy en día le tienen puesto el nombre de un colegio o un instituto, sin más mérito que ser comunistas hasta el tuétano. Pero ése es otro tema. El 31 de julio, en el ABC secuestrado de Madrid se publicó el manifiesto:

Nosotros, escritores, artistas, investigadores, hombres de actividad intelectual, en suma, agrupados para defender la cultura en todos sus valores nacionales e internacionales de tradición y creación constante, declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular defendiendo los verdaderos valores de la inteligencia al defender nuestra libertad y dignidad humanas… Los firmantes declaramos que ante la contienda que se está ventilando en España, estamos al lado del Gobierno de la República y del pueblo, que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades.”

Y, claro, como en el manifiesto estos grandísimos intelectuales antifascistas presumen de libertad, dignidad y de inteligencia, obligaron a suscribir el texto bajo coacciones a gente que no eran de izquierdas, sino liberales. Así, lo tuvieron que firmar el doctor Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, Antonio Machado, Teófilo Hernando, Gustavo Pittaluga, Juan de la Encina, Gonzalo Rodríguez Lafora, Juan Ramón Jiménez, Pío del Río-Ortega, Pérez de Ayala, Antonio Marichalar y Gonzalo Menéndez Pidal. En la España liberada no se entendía cómo gente moderada como el doctor Marañón, Juan Ramón Jiménez o Menéndez Pidal podían haber firmado ese panfleto. Esta es la intelectualidad traidora a la que se refería el viejo general. Serrano Suñer, cuñado de Franco, hablando de oídas, porque no estaba en la sala, hizo nacer tiempo después la leyenda de que el general dijo “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Esto utilizado hasta la náusea por la agit-prop de los intelectuales de la anti-España del manifiesto de marras presentaba a los reunidos aquel día en la Universidad de Salamanca, entre los que me encontraba, como unos seres embrutecidos y criminales. Juzgad vosotros los actos y la actitud de unos y otros. No todos fuimos iguales. Volviendo a lo que realmente ocurrió en Salamanca, don José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos apostilló:

¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”

Miguel de Unamuno se traía un pique personal con José Millán Astray. Estaba cabreado porque habían tenido un roce en la recepción en la Universidad del día anterior. La actitud chulesca del general retirado le enervaba considerablemente. A ello había que unir que había solicitado el indulto del marido de su secretaria, que estaba condenado a muerte, y las autoridades competentes -el general Franco- no habían “reconocido el aval”. El cóctel entre la mala bebida de Millán Astray y la mala leche proverbial del Unamuno dieron como lugar a que el discurso del rector se extendiese de forma “poco cortés”, por así llamarlo.

“Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España Nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada…”

El profesor Unamuno, pese a su avanzada edad, seguía teniendo una cabeza privilegiada. Veía con meridiana claridad lo que iba a pasar. La anti-España trabajaba muy eficazmente. Sus tentáculos intoxicaban la opinión pública, tanto interior como exterior. Era necesaria una campaña informativa sobre las causas y valores del Movimiento. Queipo de Llano, desde Sevilla, ya estaba haciendo algo al respecto. Había creado un gabinete de prensa que tomaba imágenes de las atrocidades que habían cometido los rojos en los pueblos que habían estado bajo su dominio y había montado una exposición con un book de fotos que había causado gran sensación tanto en París como en Londres. No obstante, era necesario desde la intelectualidad española poner en pie todo el corpus ético y jurídico de la Nueva España. No se podía ser chapucero. En aquellos días se pensaba que la caída de Madrid era inminente, y con ella el fin del conflicto. Sin embargo, Unamuno presagiaba una campaña larga, tanto en el Norte como en Cataluña. Era necesario poner fin a las arbitrariedades. No se podía fusilar a la gente sin procedimiento judicial. La aplicación del bando de guerra no era suficiente. De hecho, los paseos se prohibieron en diciembre. Millán Astray, por su parte, haciendo gala de su autodominio y contención de espíritu, fruto sin duda del estudio de las artes marciales orientales, al acabar el acto, entre el griterío de los falangistas y militares presentes, que reprochaban a Unamuno su actitud, terció:

“Se acabó. Dé el brazo a doña Carmen y ustedes (dijo a sus tres asistentes, uno falangista, otro requeté y el tercero, legionario) les escoltan hasta el coche.”

En medio del gentío, doña Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco, se llevó a Unamuno agarrándose a su brazo, después de despedirse de los oradores. Le acompañó hasta su coche oficial que le llevaría a su domicilio. Por el camino, un grupo de gente, entre los que se encontraba el periodista Víctor Ruiz de Albéniz, se acercaron a despedirlo. Se le escuchó decir:

“Yo tenía que lanzar una bomba y ya la he lanzado.”

Millán se volvió a Unamuno y, como si nada hubiera pasado, dijo:

“¡Bueno, don Miguel, a ver cuándo nos vemos!”

“Cuando usted quiera, mi general.”

Se dieron la mano. Y el general, sin soltar la del glorioso escritor, gritó:

“¡Vamos, muchachos, el himno de Falange! ”

Al pie del vehículo, se despidieron del rector el general y el Obispo de Salamanca Monseñor Pla y Deniel, mientras el gentío los rodeaba brazo en alto, enfervorecido cantando el Cara al Sol. La fotografía que realizó Eustaquio Almaraz Santos se publicó en El Adelanto de Salamanca del 13 de octubre. Curiosamente, ahí se me puede ver a mí con la cara semitapada. Hasta aquí lo que ocurrió en la Universidad de Salamanca aquel día.

El apoyo del Claustro de la Universidad de Salamanca al Movimiento le dio legitimidad y supuso un apoyo propagandístico, tanto dentro como fuera de España, de primera magnitud. Toda la prensa mundial iba a referirse a aquel acto, como así se hizo. Fue un tanto que se apuntó nuestro Servicio de Prensa y Propaganda. Pero seguramente habréis leído otras versiones. Las reproducen en documentales, programas de radio, libros, revistas, periódicos, páginas WEB, panfletos, etc. Creo que falta que la reproduzcan en envoltorios de chicles, pero todo se andará. Se supone que Unamuno, en vez de lo que acabo de relacionar, en plan masón, dijo:

¡Éste es el Templo de la Inteligencia, y yo soy su Sumo Sacerdote! Vosotros estáis profanando su Sagrado Recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”

No os dejéis engañar. Esto es un fake; una noticia falsa; una intoxicación. La falsificación que escribieron a pachas en Londres entre Arturo Barea y Luis Portillo Pérez para la revista “Horizon”. El artículo se tituló “Unamuno’s last lecture” y fue publicado en 1941. Una patraña como un demonio. El historiador rojo Hugh Thomas lo metió en su tendenciosa “Historia de la Guerra Civil” y el grupo PRISA le ha dado publicidad hasta la náusea, haciéndolo pasar como una realidad. Igual que la matanza de Badajoz. Les importó un comino que el discurso lo hubiese escuchado toda España por la radio, ni que exista una transcripción taquigráfica del mismo. Ni que los propios testigos presenciales negasen ese relato. Como dijo Lenin “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

En realidad, el Paraninfo no estaba presidido por un “retrato sepia” de Franco, quien había sido elegido Jefe del Estado unos días antes… Tampoco se dieron en la sala lo que el franquismo llamaba los “gritos de rigor” (¡Arriba España!, ¡España, grande! y ¡España, libre!)… Nada de eso sucedió, Portillo acomodó, insertando detalles anacrónicos, la escenografía del paraninfo en 1936 a la imagen difundida por el cine y la prensa ya incluida en la Guerra Civil… El discurso que Portillo puso en boca de Millán-Astray es de su propia invención de arriba a abajo.” Severiano Delgado Cruz. Historiador: Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

La versión más completa del incidente, al que no se le dio ninguna importancia hasta finales de los años 60, se encuentra en la biografía del general Millán Astray del historiador Luis Togores. Don José María Pemán, uno de los protagonistas, escribió en ABC (26-11-1964) que el relato que empezaba a difundirse sobre el agrio enfrentamiento entre el general y el rector “no contiene casi una línea que se ajuste a la verdad histórica”.

No obstante, pese a ser leve, el incidente sí que tuvo consecuencias. Ese mismo día, la corporación municipal de Salamanca se reunió a puerta cerrada. Propuso el cese de Miguel de Unamuno de la Comisión Gestora, de la que formaba parte. El concejal Rubio Polo, proponente de esta medida argumentó:

…por España, en fin, apuñalada traidoramente por la pseudo-intelectualidad liberal-masónica cuya vida y pensamiento… sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue, añado yo, la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades.”

Una vez más, fueron elementos civiles, algunos hasta hacía poco fervientes republicanos, quienes deseosos de agradar al nuevo régimen, insuflaron combustible a la llama. Unos por pacatos; otros por pelotas y agradadores; y los últimos por necesidad de ocultar sus antecedentes, promovieron la destitución de Unamuno de los órganos de los que formaba parte: Ayuntamiento, Universidad y Ateneo.

El 16 de octubre el Claustro de la Universidad de Salamanca acordó solicitar el cese del Rector. El general Franco firmó el decreto de destitución el 22. Destitución que nunca se llevó a cabo. Ante el vacío institucional que estaba sufriendo, Miguel de Unamuno se recluyó en su propio domicilio, con la salud quebrada. Aún así, siguió concediendo entrevistas en las que legitimaba el Movimiento Nacional, pero era muy crítico con las ejecuciones extrajudiciales. No llegó a salir de casa hasta que le llegó la muerte, el 31 de diciembre de 1936. Tan cierto es esto, como lo es la personalidad tan controvertida que tuvo. Estuvo a favor de la Monarquía y luego en contra, a favor de la República y luego en contra, a favor de los sublevados, pero al contrario de lo que dicen los rojos nunca llegó a estar en contra. Aquí están las pruebas.

  • Entrevista concedida a Jérôme Tharaud. 20/10/1936

Tan pronto como se produjo el Movimiento Salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. (…) En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, excriminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. (…) Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera, puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra internacional. Y es deber también traer una paz de convencimiento y de conversión y lograr la unión moral de todos los españoles para restablecer la patria que se está ensangrentando, desangrándose, envenenándose y entonteciéndose. Y para ello impedir que los reaccionarios se vayan en su reacción más allá de la justicia y hasta de la humanidad, como a las veces tratan. Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Triste cosa sería que el bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo”.

  • Entrevista concedida a Katzantzakis. Noviembre de 1936.

En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.”

  • Entrevista concedida a Lorenzo Giusso. 21 de Noviembre de 1936.

La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo…”

A pesar de todo, a don Miguel de Unamuno lo velaron los falangistas en el Paraninfo de la Universidad, como correspondía a un Rector que había muerto en el ejercicio de su cargo, pues no llegó a ser destituido. En la Nueva España las pequeñas diferencias pronto quedaban olvidadas. El principal objetivo en ese momento seguía siendo salvar las vidas de la poca gente decente que aún quedaba viva en Madrid.

El coronel Yagüe se reincorporó con mando al frente el 12 de octubre, después de dos semanas de ausencia por enfermedad. Había que seguir con la campaña. Don José María marchó para Sevilla. Yo dejé mi querida Universidad de Salamanca, a la que volví años después, y partí para Cebreros para unirme a los de Castejón. No había tiempo que perder. Tarde o temprano saldría el sol.

Alférez Provisional. Estrella fugaz