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15 mayo 2018 • El tejido social de signo español está sometido a las estrategias de los partidos

Manuel Parra Celaya

Las trastiendas de un limbo

Hay días en que esa mosca que tenemos continuamente muchos españoles detrás de la oreja zumba más de lo acostumbrado. No sabría decirlo con exactitud, pero puede ser debido a que, entre el aluvión de noticias, te quedan en la cabeza frases sueltas, datos solo apuntados, intuiciones que nacen de malas experiencias, o quizás la causa sea la frenética actividad de un diablillo políticamente incorrecto y sagaz.

Esto nos suele ocurrir mucho más a los catalanes de hoy, que ya tenemos fama ancestral de suspicaces y desconfiados, y que llevamos muchos años de inquietud, causada, no tanto por nuestros convecinos separatistas, cuya cerrazón y fanatismo nos es bien conocida, sino especialmente por las maniobras -llamémoslas piadosamente de alta política– que se van cociendo en los fogones de un Estado español indolente del que tenemos la sospecha de que, a fuer de demócrata, no cree ni en sí mismo.

Vivimos ahora en Cataluña en una especie de limbo; no se dan apenas síntomas de tensión en nuestras calles y plazas de forma habitual, y la presencia de los símbolos nacionalistas quedan reservados al folclore habitual, como fue el caso del reciente partido Barça-Madrid. Un ingenuo podría afirmar que se han serenado los ánimos, pero, a poco que se rasque, se advierte que, bajo la calma chicha, sigue bullendo la historia interminable de un golpismo separatista que no ha sido derrotado y la sociedad sigue fuertemente escindida en dos mitades irreconciliables. Los lazos amarillos se han hecho piel (en frase afortunada del periodista Colmenarejo en ABC), por más que el victimismo haya perdido agresividad.

No cesan las crónicas a bombo y platillo del periplo alemán de ese ectoplasma llamado Puigdemont, que tiene instalado su nido del águila en el mismo Berlín, rodeado de su corte de fieles; dicen que la Europa Comunitaria es solidaria entre y para los Estados que la componen…Como él, otros (y otras) exiliados siguen presumiendo de esta condición y son noticia diaria. ¿No será que al Estado español no le conviene que se cumplan las euroórdenes para no agitar las aguas? Más que aplicar el refrán de a enemigo que huye, puente de plata lo que sería absurdo en este caso- da la impresión de que cada uno está muy cómodo en su lugar de residencia: Puchi en Alemania con sus consejeros y Rajoy en La Moncloa, asegurándose los votos favorables del PNV.

A todo esto, el tejido social de signo español está sometido a las estrategias de los partidos, que, como ya se dijo, se han apresurado a ponerse a la cabeza de lo que era una reacción espontánea y popular; intentan, en suma, rentabilizar el patriotismo que afloró ante la crisis.

Y, puestos a sospechar, ¿existe algún pacto secretísimo entre nuestros gobernantes nacionales y la díscola ERC, con el fin de asegurar a don Mariano cuatro añitos justos de paz hasta la siguiente asonada y a los republicanos un adelantamiento forzado, en las preferencias del voto separatista, a las huestes del Junts per Catalunya? Si es así, no sería de extrañar que el acercamiento del huésped de Estremeras a una cárcel catalana fuera parejo al de los presos etarras a penales vascos…en el caso de que salieran adelante los PGE.

Los balones de oxígeno que el Gobierno ha prodigado al separatismo (Montoro, Méndez de Vigo…) hacen sonar a falsas otras voces del Ejecutivo en tono de exigencia y rigor en el cumplimiento de las leyes vigentes.

Como decía en un artículo anterior, esto va acompañado de una exquisita manipulación del lenguaje: ya no se habla de patriotas españoles, sino de constitucionalistas; ya no son separatistas golpistas, sino independentistas. Todo ello parece estar enmarcado en una resurrección de aquel patriotismo constitucional que Aznar importó de Alemania (¡qué casualidad!), sumiso a las teorías de Habermas, esto es, de la Escuela de Frankfurt, es decir, de Gramsci redivivo.

Si todos estos presentimientos –honni soit qui mal y pense– son ciertos, cabe preguntarse si entran en juego en el futuro Valencia, Baleares y Navarra; si toda la nación está en almoneda… ¿Se estará diseñando un esquema de estados asociados libres para España, como exigencia de suprapoderes internacionales para favorecer la globalización y contentar a los identitarismos?

Posiblemente, mi imaginación me juega malas pasadas, y reconozco que a veces puede ser verdaderamente funesta mi manía de pensar.