Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

4 mayo 2018 • En Madrid ha habido traición después del apuñalamiento trapero a nuestra historia

Emilio Domínguez Díaz

Madrid no paga a traidores

No estamos en el siglo II del historiador Apiano de Alejandría pero la historia, como en tantas y tantas ocasiones, parece repetirse cientos de años después con la traición como protagonista. Sin traición, no hay paraíso. O, al menos, es lo que, desde mayo de 2016, han estado maquinando los regidores del Ayuntamiento de Madrid para, recientemente, dar el golpe de gracia a sus ursonenses particulares, los miembros del Comisionado de la Ley de Memoria Histórica.

Sus integrantes, sospechosamente ignorantes en muchas de las investigaciones, se encargaron de la chapucera gestión de la purga de las calles franquistas con el alabado consenso como principal martillo para dictar su arbitraria sentencia. Y el consenso, cuando procede de donde procede, apesta a imposición, como los «expertos históricos» acaban de comprobar en sus propias carnes con la incredulidad por bandera tras la última decisión sobre el futuro memorial de La Almudena . Ahora, han cambiado de rol; de ignorantes a ignorados por los nuevos poseedores de la verdad, esa verdad moldeada a golpe de odio. Y es duro, muy duro, para aquel que ostenta una cátedra universitaria o, en el caso del padre Urías, representa al cardenal arzobispo de Madrid en el exclusivo conciliábulo de Francisca Sauquillo. El rencor no entiende de consensos y de conciliación, mucho menos.

Audax, Ditalco y Minuro no eran parte de esta partida contemporánea. Ya pasaron a mejor vida por la traición cometida y los servicios prestados a Roma. Ahora, en 2018, no estamos en Roma ni disponemos de esos tres verdugos para traicionar la «viriática», por bregada e imponente, historia de España. Por el contrario, nos encontramos en Madrid, en las oscuras salas de reuniones a puerta cerrada de seis miembros, desoídos y marginados en sus últimas recomendaciones una vez hecho el trabajo sucio con el callejero, que han sido laminados tras cumplir con el dictado de la voz de un amo. A su vez, éste ha sucumbido a la presión del odio, rencor y revancha de las asociaciones memorialistas, jueces y parte en esta farsa de proceso. Éstas quieren la disolución del lobby; la cabellera, sin excepción alguna, de los que rechazan homenajes implícitos a los chequistas de aquella ingrata guerra. Sólo es necesario un pulgar que dicte sentencia, un ejecutor al que no le tiemble el pulso, un edil cuyo veredicto satisfaga el deseo de sangre de esas asociaciones subvencionadas para maquillar la historia y reabrir heridas del pasado.

Como ha afirmado Mauricio Valiente, tercer teniente de alcalde, «no se va actuar desde la equidistancia, como si la memoria consistiese en recordar a los dos bandos». Su firme testimonio, evidentemente, no deja lugar a dudas de lo que el concepto de conciliación, tan cacareado por los postuladores de la ley arriba reseñada, ha significado para los nuevos e inquisitoriales regidores municipales a la hora de tratar los asuntos del diabólico artículo 15 de la ley de marras. No es de extrañar, de todas formas, en alguien con aparentes lagunas semánticas a la hora de establecer, por ejemplo, sinónimos. Chamartín y un pleno en su Junta de Distrito dieron fe de su exabrupto en diciembre de 2016.

Y, por eso, hemos cambiado de amo, de dueño, de regidor local. No ha hecho falta que Quinto Servilio Cipión moviese ficha para, con sus malas artes, quitarse del medio al incómodo y gran estratega Viriato. Ni siquiera que resucitase. El Emperador, reencarnado en Ayuntamiento, se ha servido, con «dietazos» incluidos, de supuestos conocedores del callejero, su historia y los planes urbanísticos del Madrid del siglo XX para, de manera sumarial y ante la algarabía de sus huestes, ejecutar dictatorialmente la otra historia, aquella gestada por los vecinos y comerciantes de calles afectadas que, bajo ningún concepto, han tenido voz ni voto para defender sus deseos e intereses. Aquella iniciativa de la participación popular ha debido caer en el saco roto de los que, con la mentira como arma, han engañado y desasistido en lo más esencial al pueblo que les aupó al poder. Como suele ocurrir, los programas electorales se los lleva el viento.

Tampoco había que recurrir a la coherencia, el sentido común o la sutura final de las viejas heridas. En el nuevo régimen, no se estilan. La sal viene mejor, como el vinagre. Y, de paso, más fracción, más división, más confusión que tape las enormes grietas y carencias de una pésima gestión política. Ahora impera el juego sucio, con guiños progres para mantener la complicidad con una base electoral sedienta de revancha y una nueva historia que contar con, incluso, batallas ganadas con descrédito en el fragor de los tribunales independientemente de que éstos sigan con procedimientos judiciales en curso o no haya habido sentencias firmes. A tenor de lo visto, un «yo soy la ley» podría figurar en algún slogan de sus futuras campañas políticas.

Es cuestión de tiempo, como ese que curó el dolor de una horrible guerra fratricida con el paso de las décadas. Es cuestión de esperanza, como la que tenemos depositada en el honesto y ecuánime trabajo de los que llevan las riendas de una ciudad. Es cuestión de fe, como la que guía nuestras convicciones en la consecución de propósitos que contribuyan al bienestar y la convivencia de todos los madrileños. Es cuestión de tantas y tantas cuestiones.

Pero, aquí en Madrid, recientemente ha habido traición después del apuñalamiento trapero a nuestra historia, nuestras calles, a la de nuestros conciudadanos, para, como en la Guerra Lusitana, pagar con la misma moneda a unos supuestos traidores del recorrido genealógico de la capital del Reino. Sus notorias decisiones les han llevado a estar señalados, por unos y otros, en el banquillo de los acusados y, lo peor, al eterno remordimiento de un grave problema de conciencia.

El consenso les condenó, la traición les ejecutó. Matritum traditoribus non praemiat.

Una respuesta para Madrid no paga a traidores