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1 mayo 2018 • 23 de abril: en Cataluña era un gran día, de gozo y de alegría

Manuel Parra Celaya

Rosas, libros… y odio

San Jorge es la gran fiesta de Aragón y de Cataluña, Sant Jordi en esta última. Al parecer, el personaje histórico fue un soldado romano de Capadocia quien, convertido al cristianismo, supo dominar sus instintos y llegar así al camino de la santidad; ese es el símbolo que representa el dragón alanceado por el santo: la victoria sobre el pecado, un vencerse a sí mismo.

La Edad Media creó la posterior leyenda, que incluía el rescate de la Doncella (el alma), la blanca armadura del caballero (la Gracia) y la muerte del feroz adversario (el demonio). Como tal mito, gozó de gran popularidad y fue elevado a patrón de numerosos reinos europeos, como Inglaterra y los mencionados de la Corona Aragonesa. Recodemos que los almogávares se lanzaban al combate al grito de ¡Aragón! ¡Aragón! ¡San Jorge! ¡San Jorge!

Por otra parte, en los años 20 del pasado siglo, durante el Directorio de Miguel Primo de Rivera, se instituyó oficialmente el Día del Libro, coincidiendo con la fecha de la muerte de Miguel de Cervantes, el 23 de abril; con ello, se unieron, en plena explosión de la primavera, las dos festividades.

La tradición catalana fue la de celebrar conjuntamente la fiesta del Libro y de la Rosa: los caballeros regalaban la flor a sus amadas y estas les correspondían con el libro. No hizo falta que protestaran las feministas para que el libro se hiciera presente de ellos y de ellas, reservando, eso sí y con permiso de las citadas, la rosa para la mujer.

El joven y malogrado poeta Ángel María Pascual publicaría en 1949 un librillo titulado San Jorge o la política del dragón, obra propia de aquella coyuntura histórica pero que contiene elementos de gran belleza, retornando al mito medieval. Por razones obvias, no creo que figure en el canon ni sea lectura de los no iniciados…

Como se ha dicho, en Cataluña era un gran día, de gozo y de alegría. De mi infancia, allá por los años 50, recuerdo que se abría al público el Patio de los Naranjos del Palacio de la Generalidad, sin apenas guardia de los Mossos d´Esquadra y sin arcos metálicos de control. Los ciudadanos gozaban libremente de aquel bello marco institucional. Los puestos de rosas y de libros acogían el paseo de los barceloneses, en sosiego y paz. Más modernamente, se popularizaría el pa de Sant Jordi (pan de San Jorge), especie de bizcocho adornado con sobrasada que formaba las barras de la senyera.

Al instaurarse las Autonomías, muchas voces sugirieron que este fuera el Día de Cataluña por antonomasia; sin embargo, el nacionalismo ya imperante estableció la fecha de una derrota: el 11 de septiembre, entrada de las tropas borbónicas (entre las que también había numerosos catalanes) en la Barcelona austracista en 1714; con nuevos mitos a su vez: la Guerra de Sucesión entre españoles en Guerra de Secesión y el pobre Rafael de Casanovas, cap de consellers, líder de la resistencia y patriota español, en héroe y mártir del separatismo. Pero esto ya es sabido.

Este año, Sant Jordi ha tenido también por doquier sus libros, sus rosas…y su pizca de odio apenas disimulado. Se han difundido las noticias de insultos y acosos a Inés Arrimadas y a Albiol, los ataques y pintadas a los centros de los partidos no secesionistas, los conatos de incidentes callejeros y el destrozo de la luna del coche de un soldado que regresaba a su acuartelamiento con la bandera española en el parabrisas; también han salido a la luz pública el bullyng de profesores separatistas a hijos de guardias civiles y, siguiendo en el plano escolar, la manipulación de niños en Vic a los que se hizo cantar letras ad hoc en estos días últimos. Pero otros datos y señales estaban en las calles, junto a flores y lecturas. ostentosos.

Así, la abundante oferta de rosas amarillas en contraste con las rojas tradicionales, los estuchados primorosos en los que la flor del día descansaba sobre una reproducción en miniatura de las urnas del 1-O, el reparto de lazos de la ictericia victimista en todas las casetas de libros, los carteles de no nos quitarán Sant Jordi (¿quién pensaba en quitarlo?) …La tensión de unos chocaba con la normalidad festiva de otros; aquella no mayoritaria, pero sí prepotente y ostentosa. Puedo dar fe de ello por las miradas torvas que suscitaba mi pin de solapa con la bandera española entrecruzada con la catalana.

No entro en el apartado de homilías de la fecha, porque solo asistí a una: un lenguaje contenido, melifluo y de doble sentido (que podría ser calificado de jesuítico, con perdón de la Compañía) estuvo a punto de que abandonara el templo.

¡Pobre fiesta de Sant Jordi! ¡Pobre Cataluña, con una parte de su población obnubilada por el fanatismo nacionalista! ¡Pobre España, eterno borrador inseguro por la dejadez de sus políticas partidistas!

Como el Santo del día, Cataluña debe vencerse a sí misma, como dijo el poeta Joan Maragall. Sin mitos y con la realidad por delante. Para volver a la fiesta de la Primavera, de rosas, que son belleza, y de libros, que representan la inteligencia.