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18 abril 2019 • "Jesús, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin"

Marcial Flavius - presbyter

Jueves Santo: 18-abril-2019

Evangelio

Jn 13, 1-15: Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Se pusieron a cenar. El diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús. Jesús, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas, que había salido de Dios y que a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó. Luego echó agua en un barreño y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a enjugárselos con la toalla que se había ceñido.

Al llegar a Simón Pedro, éste le dijo: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago ahora tú no lo entiendes; lo entenderás más tarde». Pedro dijo: «Jamás me lavarás los pies». Jesús le replicó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Simón Pedro dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues está completamente limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Jesús sabía muy bien quién iba a traicionarlo; por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Después de lavarles los pies, se puso el manto, se sentó de nuevo a la mesa y les dijo: «¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis el maestro y el señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el señor y el maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo.

Reflexión

Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación (1Cor 11, 28-29).

Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía en la última cena que hizo con sus discípulos la noche antes de su Pasión.

La Eucaristía es un sacramento en el cual, por la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y de toda la sustancia del vino en su preciosa Sangre, se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Jesucristo Señor nuestro, bajo las especies del pan y del vino.

Esta conversión se hace en el acto mismo en que el sacerdote pronuncia en la santa Misa las palabras de la consagración: «Esto es mi Cuerpo – Éste es el Cáliz de mi Sangre».

1. ¿Para qué instituyó Jesucristo la Eucaristía?

1.1.  En cuanto es Sacrificio, Jesucristo la instituyó para inmolarse y ofrecerse continuamente a su Padre por nosotros, renovando así el sacrificio del Calvario y aplicándonos sus méritos. ¿Quién podrá decir los infinitos beneficios que el Santo Sacrificio de la Misa, celebrado cada día durante 20 siglos por tantos miles de sacerdotes, ha procurado a la Iglesia entera: «Al celebrar el sacerdote, honra a Dios, alegra a los ángeles, edifica la Iglesia, ayuda a los vivos, procura descanso a los difuntos y se hace partícipe de todos los bienes espirituales» Y la Iglesia resume así esta hermosa doctrina: «cuantas veces se celebra este Sacrificio se renueva la obra de nuestra redención» (secreta, IX Pentecostés).

1.2.  En cuanto a la presencia real de Jesucristo en el Sagrario, quiso Jesucristo habitar en medio de nosotros como un Padre en medio de sus hijos, invitándonos a todos: «Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). En el Sagrario recibe nuestros homenajes, nos consuela, nos fortalece, nos instruye y nos llena de toda suerte de gracias.

1.3.  Por último, ¿quién podrá decir los frutos inmensos de gracia, de salvación y de santidad que Jesús, en cuanto comida de nuestras almas, quiere producir en nosotros?: «Yo soy el Pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús quiere en la sagrada Comunión unirse a nosotros de una manera inefable, comunicarnos su vida divina, transformarnos en Él, hacernos fuertes y santos y depositar en nuestra alma un germen de vida eterna: ¡Cuál no debería ser nuestro agradecimiento por este don!

2. El sacramento de la Eucaristía produce en nosotros sus maravillosos efectos cuando lo recibimos con las debidas disposiciones. Para hacer una buena Comunión son necesarias tres cosas:

  • Estar en gracia de Dios.
  • Guardar el ayuno debido
  • Saber a quién se va a recibir y acercarse a comulgar con devoción

2.1.  Estar en gracia de Dios quiere decir tener la conciencia pura y limpia de todo pecado mortal. El que sabe que está en pecado mortal debe hacer una buena confesión antes de comulgar. El que comulgase en pecado mortal recibiría a Jesucristo, mas no su gracia; antes bien, cometería un sacrilegio y sería merecedor de la sentencia de condenación.

2.2.  El ayuno eucarístico supone no haber comido ni bebido cosa alguna, exceptuados el agua y las medicinas, desde una hora antes de comulgar.

2.3.  Comulgar con devoción quiere decir acercarse a la sagrada Comunión con humildad y modestia (tanto en la persona como en el vestido) prepararse antes y dar gracias después de la sagrada comunión

La preparación consiste en considerar a quién vamos a recibir y quiénes somos nosotros y en hacer actos de fe, esperanza, caridad, contrición, adoración, humildad y deseo de recibir a Jesucristo.

La acción de gracias consiste en recogernos interiormente y honrar al Señor dentro de nosotros mismos, renovando los actos de fe, esperanza, adoración… y petición de aquellas gracias que son más necesarias para nosotros o para las personas de nuestra mayor obligación.