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21 marzo 2018 • Su figura es jaleada por los nostálgicos de la ideología totalitaria que Vicente Rojo sostuvo con las armas

Angel David Martín Rubio

Franco y Rojo, frente a frente

Entre los debates pintorescos que resucita de vez en cuando la ultraizquierda historiográfica, política y mediática, ocupan lugar destacado los juicios acerca de la capacidad militar del generalísimo Franco a quien se somete a una quimérica confrontación con Vicente Rojo, el militar que ocupó durante la Guerra Civil la jefatura del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa.

El paralelismo carece de todo fundamento. En primer lugar porque Franco asumió durante la guerra la doble responsabilidad de Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos mientras que en la retaguardia roja nunca se llegó a culminar la unificación del poder político y militar. Y, sobre todo, porque Franco ganó la guerra mientras que es posible escribir la historia bélica del conflicto, a partir del verano de 1937, como el relato del reiterado fracaso de los planteamientos de Vicente Rojo. Y es que este militar, apenas hizo otra cosa que diseñar operaciones teóricamente brillantes sobre el papel que, sistemáticamente, eran bloqueadas por los asesores soviéticos o fracasaban al intentar ponerlas en práctica.

Durante mucho tiempo, Rojo acarició la posibilidad de una ofensiva en Extremadura y Andalucía (el llamado Plan P) cuyo máximo objetivo soñado era la conquista de Sevilla comenzando por dividir en dos la retaguardia nacional. Pero la iniciativa no coincidía con los intereses políticos del Partido Comunista y fue progresivamente aplazada. Quienes conceden excesiva importancia al proyecto no explican cómo las fuerzas atacantes podrían haber llegado a la frontera portuguesa, con la rapidez necesaria, avanzando en territorio enemigo más de ochenta kilómetros desde el frente inicial cuando todos los paralelismos inducen a pensar que el Ejército Popular habría sido incapaz de lograrlo:

«Las comparaciones no son absolutamente determinantes, pero se podría recordar cómo en la ofensiva de Brunete las fuerzas atacantes no lograron avanzar más de quince a veinte kilómetros de sus bases de partida, en la de Belchite una distancia análoga; en el Ebro su avance alcanzó una profundidad de veinticinco kilómetros antes de ser detenido ante Gandesa y, por último, cuando se llevó a cabo una importante ofensiva en Extremadura en enero de 1939, en la que el Ejército Popular logró el avance territorial más extenso de la guerra, no sobrepasaron los cuarenta kilómetros de las posiciones iniciales» (José SEMPRÚN, El genio militar de Franco. Precisiones a la obra del coronel Blanco Escolá «La incompetencia militar de Franco», Madrid: Actas Editorial, 2000, 130).

Stalin en la Puerta de Alcalá madrileña: significativa expresión de la hegemonía comunista en la retaguardia y en el frente rojo durante la Guerra Civil

Aquí radica el talón de Aquiles de Vicente Rojo a lo largo de toda la contienda. Desde su puesto, plantea un procedimiento de oposición indirecto a las maniobras ofensivas del contrario que denomina contragolpe estratégico. Consistía en lanzar una acción ofensiva potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del dispositivo enemigo de defensa con la idea de obligar a éste a abandonar la acción ofensiva emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada las fuerzas empeñadas en aquel avance. Rojo intentará repetir la maniobra en varias ocasiones (Brunete y Belchite) sin conseguir, en ningún caso, que Franco trasladase un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus victorias decisivas en otros frentes (Santander y Asturias). Y cuando, finalmente, el Generalísimo acude a la confrontación en el Ebro, el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular (julio-noviembre de 1938).

En sus posteriores reflexiones sobre el conflicto, el propio Vicente Rojo reconoció que, en el terreno militar, Franco triunfó porque lo exigía la ciencia militar y el arte de la guerra; y que sus enemigos se vieron privados de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha no por carecer de ellos, sino debido a interferencias políticas, incompetencia e imprevisión y porque la dirección técnica de la guerra en el ejército republicano era defectuosa en todo el escalonamiento del mando.

En el terreno político, Franco venció porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo; porque el gobierno republicano fue impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país; porque los errores diplomáticos de la República le dieron el triunfo al adversario mucho antes que pudiera producirse la derrota militar.

En el orden social y humano Franco habría triunfado (siempre según el propio Rojo) porque logró la superioridad moral en el exterior y en el interior y porque supo asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga (Cfr. Vicente ROJO, Alerta los pueblos, Barcelona: Ariel, 1974, 185-194).

Ochenta años después, hay personas y medios de comunicación empeñados en seguir dividiendo a los españoles: son nostálgicos de la ideología totalitaria que defendió Vicente Rojo y que, irrevocablemente, fue derrotada el 1 de abril de 1939. Otros preferimos hacer nuestras las palabras publicadas por el falangista Rafael García Serrano con ocasión de su muerte:

«Descanse en paz… este general cuyo nombre está vinculado perpetuamente a nuestra guerra. Digo nuestra guerra, la de unos y otros, la que se hizo pensando en una España mejor para todos los hombres de buena voluntad que en ella participaron».

Publicado en Afán

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