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11 marzo 2018 • "Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados"

Marcial Flavius - presbyter

4º Domingo de Cuaresma: 11-marzo-2018

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Jn 6, 1-15: Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: « ¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el signo que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

Murillo: La multiplicación de los panes y los peces

Reflexión

Mediada la Cuaresma y como divisando ya la Pascua que se avecina, la Iglesia trae hoy a los fieles un mensaje de alegría: «Alegraté Jeresusalén –canta el Introito de la Misa- y regocijaos con ella todos los que la amáis, saciaos con la abundancia de sus delicias«. Con este mensaje el aspecto externo de la Iglesia también se muestra alegre: ornamentos rosas, adorno de altares…

El Evangelio de la Misa (Mt 14, 13-21) relata cómo el Señor realiza un portentoso milagro con unos pocos panes y peces: dar de comer a unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Si lo poco, cinco panes y dos peces, compartido sobró para alimentar a miles, fue exclusivamente porque estaba presente la Misericordia hecha carne, Jesucristo. Pero como el Señor no solamente tiene misericordia del cuerpo sino, principalmente, del alma, nos ha dejado el Pan de Vida, la Eucaristía, de que aquella gran señal fue figura.

Aquel pueblo que había seguido a Jesús en el desierto tenía hambre y, por causa de su fatiga iba a caer en el desfallecimiento y en el abatimiento. Por eso el Salvador, siempre bondadoso y compasivo, hace un milagro para alimentarlo y fortalecerlo. También en el desierto de esta vida nuestra alma está expuesta al hambre, a la debilidad y a la tristeza. Y Jesucristo ha instituido la Eucaristía para ser el alimento, la fuerza y el consuelo de nuestras almas.

1.    La Eucaristía, alimento de nuestras almas

He aquí el pan de los ángeles, hecho alimento de los que peregrinan por esta vida.

En la naturaleza, todos los seres vivos tienen necesidad de un alimento para conservar su vida; cuidamos de alimentar nuestro cuerpo. Pero no solo de pan vive el hombre; también nuestra alma de bautizados tiene su propia vida sobrenatural y divina.

Esa vida se sostiene con la oración, con la palabra de Dios, con los sacramentos y, sobre todo, con la Eucaristía en la que el mismo Jesucristo nos comunica su vida divina. Por eso dice: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y Yo le resucitaré en el último día».

2.    La Eucaristía, fuerza de nuestra alma

Oh Salvadora Ofrenda, que del Cielo abres la puerta, enemigos hostiles nos asedian, danos fuerza, préstanos auxilio.

Tenemos que sostener un combate incesante contra los enemigos de nuestra alma ¿De dónde sacaban tanta fuerza los Apóstoles, los Mártires, los santos? De la Eucaristía. Sin la Eucaristía desaparece el celo apostólico, la caridad, el espíritu de sacrificio.

3.    La Eucaristía, consuelo de nuestra alma

Jesús quiso permanecer con nosotros hasta la consumación de los siglos y para este fin instituyó la Eucaristía. Todo cristiano que se alimenta con este manjar divino puede decir con el Apóstol: «Reboso de gozo en todas mis tribulaciones» (2Cor 7,4). Cristo es nuestro consuelo durante nuestra peregrinación por la tierra y lo será también a la hora de nuestra muerte, cuando viene a visitar a sus amigos fieles o sinceramente arrepentidos, para calmar sus temores, para ser su viático en el gran viaje de la eternidad y abrirles las puertas del cielo.

Meditemos estos pensamientos, pidamos perdón por nuestra tibieza y frialdad con Jesús Sacramentado y pongamos todo nuestro esfuerzo en recibirle con más frecuencia, dignamente preparados acercándonos con frecuencia al Sacramento de la Confesión y procurando alcanzar más devoción y fruto, de manera que la Eucaristía sea para nosotros un Cielo anticipado en la espera de gozar de Él eternamente.