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6 marzo 2018 • La pandilla “intelectual” del PP juega con ese sentimentalismo • Fuente: Dichos, Actos y Hechos

Pío Moa

¿Fue un fracaso la guerra civil?

Últimamente se está poniendo de moda, a partir del PP, hablar de la guerra civil como “un fracaso”. La idea va ligada a otra también muy del PP, que he examinado  en  La guerra civil y los problemas de la democracia: la de que fue un enfrentamiento por así decir “sin ton ni son”, entre  pequeñas minorías de “canallas y sádicos sayones”, como dice Pedro J, que empujaron  por la fuerza a  luchar a una gran mayoría de españoles que simplemente “pasaba por allí”. Estas frases expresan la bien acreditada inanidad intelectual de la derecha española, combinada con un sentimentalismo menos inocente de lo que parece.

La pandilla “intelectual” del PP juega con ese sentimentalismo de origen izquierdista y volteriano según el cual los pueblos son pacíficos y las guerras solo interesan a “los de arriba” o a minorías embrutecidas. Por ahí ya van mal, porque la mayoría del pueblo entiende al PP precisamente como “los de arriba”. Pero, en fin, todo el mundo está de acuerdo en que las guerras son malas por sí mismas, como lo son también las operaciones quirúrgicas, aunque no por eso las calificamos de fracasos, salvo que salgan mal. Siguiendo por ahí también podemos decir que las paces son un fracaso, porque suelen terminar en guerras, o que la vida es un fracaso radical, porque termina en la muerte. No hay como ponerse profundo para alcanzar altas cimas del pensamiento.

Desde luego, todas las guerras son un fracaso para los perdedores y un éxito para los vencedores.  Pero también puede decirse que son un fracaso general, en el sentido de que, por explicarlo en términos económicos, los costes son mayores que los beneficios. Pero ¿es esto siempre así? La guerra de independencia de Usa es vista como un gran éxito por los useños, ya que alumbró un país de enorme fuerza expansiva y que llegaría a ser primera potencia mundial en casi todos los terrenos. Y de la posterior Guerra de Secesión puede decirse algo parecido. En cambio la guerra de España contra la invasión francesa, aunque un éxito en sí misma (para los españoles, claro, no para los franceses), dejó un país profundamente dividido y abocado a guerras civiles y pronunciamientos. El coste fue inevitable, pero los beneficios muy escasos. O consideremos la guerra civil rusa tras la revolución comunista: fue un éxito para los rojos, pero a Rusia la metió en una paz nada deseable, signada por una tiranía sin precedentes, cortada luego por una guerra contra la invasión alemana, que también fue un éxito para los rojos pero no cambió la lúgubre paz anterior. En fin, ¿fueron  un fracaso las guerras médicas o las púnicas, o tantas otras? De manera inmediata, depende de la perspectiva, es decir, de los vencedores o de los vencidos, y de manera más general, de sus consecuencias.

También pueden calificarse las guerras civiles de fracasos de la convivencia cívica. Esto no pasa de ser una perogrullada, como decir que una batalla es un choque de dos fuerzas armadas. Pero pasar de la perogrullada exige algo más que declamaciones sentimentales. Exige explicar por qué fracasó y qué se jugaba en la guerra misma. Y esto es lo que ocultan los “intelectuales” del PP. Sobre cómo fracasó la convivencia no hay duda. En Los orígenes de la Guerra Civil mostré concienzudamente cómo el PSOE quería y buscaba deliberadamente una guerra civil “a la soviética”, cómo la preparó en la propaganda y en los hechos, y cómo después de su fracaso en el 34 persistió en las mismas ideas e intenciones; cómo los separatistas catalanes se declararon “en pie de guerra”, y la prepararon después de las elecciones de 1933;  Y cómo  la insurrección del 34 fue apoyada por prácticamente toda la izquierda republicana y por parte de los anarquistas, incluso por el partidillo del botarate Miguel Maura.  Está clarísimo así de dónde partió el impulso a la guerra civil.

Ahora bien, eso no acaba con la cuestión. Hay que entender por qué las izquierdas querían la guerra civil, con más o menos deliberación  o entusiasmo. Y también por qué la derecha se opuso a ese camino con tan poca energía que finalmente no fue posible evitarla. El PSOE quería la guerra por dos razones: porque aspiraba a un régimen de tipo soviético que, según creían o querían creer, iba a acabar con las injusticias sociales, con “la explotación del hombre por el hombre” e inaugurar para España una nueva era de paz y felicidad. Y en segundo lugar creían que las condiciones históricas estaban maduras para dar el paso, cosa que los comunistas, más prudentes, dudaban; si bien se unieron al PSOE e incluso reclamaron la responsabilidad del movimiento de octubre cuando los socialistas, con típica cobardía, negaron haberlo dirigido. Así, existía en la sociedad un impulso revolucionario que era al mismo tiempo guerracivilista

En cuanto a las derechas, fueron incapaces de oponerse debido también a su debilidad intelectual o ideológica o como quiera llamársele. No sabían nada de marxismo, que era la gran ideología de la época en muchos países, tenían una visión muy roma y elemental de la historia, y ante todo querían mantener la paz, aceptando incluso una república dominada por unas izquierdas que atacaban sin tregua todo aquello que tradicionalmente distinguía a la derecha: la religión católica, la integridad nacional, la propiedad privada, la familia cristiana, la libertad personal, etc. Por ello no adoptaron en ningún momento una política enérgica y resuelta ante los desmanes y provocaciones contrarios, con lo cual  estos se hacían cada vez más graves. Y después de haber vencido el asalto de octubre del 34, las derechas  entraron en una fase de descomposición política. De hecho, el impulso final a la guerra no provino de las izquierdas, sino de las derechas, concretamente de gentes como Alcalá-Zamora, máximo responsable del empujón final al enfrentamiento armado, como Largo Caballero lo había sido antes. Si a algo recuerda la actitud claudicante de la CEDA tras haber ganado las elecciones, y sobre todo de Alcalá Zamora, Portela y compañía con sus turbias maniobras tras la victoria sobre los revolucionarios en 1934,  es precisamente al PP actual.

Así ocurrió, en esquema, el “fracaso de la convivencia”. En definitiva, una sociedad se mantiene básicamente en paz por el respeto a la ley, que afirma un orden y equilibrio entre las fuerzas e intereses opuestos naturales en la sociedad humana. La legalidad republicana, impuesta sin consenso ni referéndum por izquierdas y separatismos, no les bastó a sus propios autores, que procuraron su destrucción revolucionaria, en el 34 y tras las elecciones fraudulentas del 36. Y la derecha, que se resignaba a aquella legalidad, pero sin considerarla suya, fue incapaz asimismo de defenderla. Cuando la ley cae, los naturales conflictos sociales se convierten en lucha abierta, o bien se impone la tiranía.

Lo que convencionalmente llamamos derecha, pero que al final tenía poco que ver con la que había actuado en la república, terminó sublevándose, exasperada por el abuso y el terror de izquierdas y separatismos. Y no fracasó, sino que terminó venciendo, a pesar de su situación casi desesperada al principio.

11-marzo-1936: incendio de la Iglesia de San Luis (Madrid) por los frentepopulistas

Señalado el proceso del “fracaso”, en que los intelectuales del PP prefieren no entrar demasiado, se plantea de nuevo la cuestión: ¿fue un fracaso la guerra? Lo fue para el bando rojo, cierto, y lo contrario para que el que se llamó nacional porque defendía la integridad de España. ¿Fue un fracaso para la sociedad? Depende de la perspectiva. La guerra no fue un enfrentamiento entre “canallas y sádicos sayones”, sino que cada bando defendía unos intereses y unos valores. Y lo que estaba en juego era si España iba a desintegrarse o continuar como nación unida e independiente; si iba a perdurar su cultura cristiana o esta iba a ser sustituida por un régimen de tipo soviético; si se iba a mantener la libertad personal aunque se restringiesen las libertades políticas, o se iban a anular unas y otras; si se iba a mantener la propiedad privada o no. Esto es, esencialmente lo que se jugó en la guerra civil. Perdieron los que aspiraban a disgregar a España o supeditarla a los intereses soviéticos, a erradicar la cultura cristiana, a sustituir la propiedad privada por la del estado, a establecer alguna forma de totalitarismo, etc. Salvo que uno crea que las aspiraciones de los perdedores traerían una sociedad de riqueza, felicidad y libertad casi absolutas, como pretendían, me parece que hay pocas razones para lamentar la victoria de sus contrarios.

Pero es que además las consecuencias no pudieron ser más excelentes. Los vencedores libraron a España de la II Guerra Mundial, que habría sido para España mucho más feroz y sangrienta; derrotaron el intento del maquis de volver a la guerra civil y también el criminal aislamiento exterior; y dejaron un país próspero, reconciliado y políticamente moderado. La sociedad en conjunto no perdió, sino que ganó, y muchísimo, con el resultado de la guerra. Resultado que parasitan y corroen los políticos actuales, señaladamente los del PP… ¡invocando la democracia!

Hay un lado moral de especial abyección en estos intelectuales políticos: su denigración implícita o explícita de aquellos que fueron capaces, en situación extrema, de rebelarse contra la tiranía más peligrosa que haya vivido España. Y que lo hicieron partiendo de una inferioridad material casi absoluta, y derrochando heroísmo en muchas situaciones. Pues bien,  muchos de ellos, casualmente, fueron padres o abuelos de los políticos que ahora hablan de fracaso y equiparan en vileza a unos y a otros. Uno comprende que las izquierdas y separatistas reivindiquen a sus abuelos, aunque sea mintiendo desaforadamente. No dejan de mostrar en ello algo de dignidad personal. Pero estos miserables peperos escupen directamente sobre las tumbas de los suyos. En fin, no hay palabras.

Recuerdo que Rajoy se jactó alguna vez de que en su familia no había habido franquistas. Seguramente porque pertenece a esa clase de gente  sin otros principios o valores que los del “vil metal” (“la economía lo es todo” sostiene el pensador). Y cree que así podrá flotar en cualquier régimen, lo que a veces consigue ese tipo de personajes, aunque no siempre les sale bien. Son de la “tercera España”, que con su majadería aparentemente bienintencionada y moralista contribuyeron a crear el caos y luego, a la hora de la verdad, escurrieron el bulto echando pestes de unos y otros o tratando de trepar aquí o allá.

Uno de esos políticos-intelectuales del PP razonaba así hace poco:  “las calaveras no tienen ni yugo y flechas ni hoz y martillo en la frente”. Tiene que haber pensado mucho para llegar a esa conclusión. Decía  Schiller que contra la estupidez es imposible luchar. Sobre todo cuando va envuelta en esa sentimentalería barata tan típica, que quiere hacer pasar por “malos” a quienes no comparten sus peligrosas bobadas.