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15 febrero 2018 • No se trata de resucitar las viejas pugnas entre el campo y la ciudad

Manuel Parra Celaya

De bromas y de veras

Es proverbial el sentido del humor español, que se abre paso en momentos señalados, independientemente de cuál sea su carácter, panoso y difícil, jubiloso y placentero, serio o, incluso, angustioso; Este humor puede adoptar muchos tonos, del negro feroz al más blanco, y diversas formas: de la ironía al sarcasmo -en ocasiones cruel y con su dosis de mala uva-, de la burla al esperpento, o puede llegar a la fórmula más refinada del absurdo. No olvidemos que en la nómina de nuestros mejores autores se han cultivado todas estas variantes: Vélez de Guevara, Quevedo, Cervantes, el padre Isla, Larra, Valle, Ramón o Mihura… tan dispares entre sí como modalidades o muestras del ingenio y la socarronería de nuestros compatriotas.

El Régimen anterior obtuvo un gran acompañamiento de chistes populares, que se contaban sin rebozo en públicas tertulias y que dicen que hacían las delicias del propio Franco; la Transición, en cambio, fue mucho más pobre en agudezas, quizás por su tono grisáceo, a excepción del susto del 23 F y de los dichos a costa de aquel insigne ministro llamado Morán, del que nadie se acuerda ahora.

El golpe de estado del separatismo en Cataluña ha vuelto a cebar la chispa hispánica, y uno de sus logros más resonantes es, en la actualidad, el timito de Tabarnia, o pretensión de una nueva comunidad autónoma de nuevo cuño que agruparía las provincias de Tarragona y Barcelona.

Personalmente, encuadro pues a Tabarnia en el saco de las burlas, no en el mundo de lo formal; veo en su invención una parodia, sangrante para los secesionistas; una demostración de atajar una enfermedad infecciosa con dosis de la propia cepa vírica. En términos más vulgares, una vacilada de un grupo de socarrones para mostrar los inmensos puntos débiles del procés, que ya se desacredita a sí mismo a diario.

No lo tomo en serio en absoluto y espero que no eleven a esta categoría ningún grupo de españoles, por muy cabreados que estén con los separatistas; me río con las ocurrencias de sus creadores y llegué a la carcajada con el discurso (No soc aquí…) del actor Boadella, autonombrado president tabarnés, pero nada más.

Y la razón es muy sencilla de entender: no renuncio en absoluto a mi catalanidad, por mucho que se empeñen en excluirme de esta condición los talibanes nacionalistas; siento inmenso orgullo de mis tradiciones y de mi historia, como parte inseparable de la herencia y pasado de toda España; no abdico de ninguna de mis dos lenguas de uso, ambas españolas, ni puedo transigir, en consecuencia, con el exclusivismo radicalizado y cuasi racista del secesionismo.

No me avergüenzo de haber llegado una vez al punto de la emoción al escuchar los sones de una sardana en La Mancha, tierra de mis ancestros paternos, y coloco a la senyera cuatribarrada entre las grandes divisas hispánicas originales y auténticas, no procedentes de l imaginación decimonónica o del apresuramiento del Estado de las Autonomías; y la contrapongo ferozmente a la estelada, que emponzoña la que fue señal real de la Corona Aragonesa con el triángulo y la estrella masónicos.

Barcelona y Tarragona son tan catalanas -y, por tanto, españolas- como Gerona, Lérida, Vic, Manresa o Berga, por mucho que en estas segundas se haya extendido más una epidemia a la que urge aplicar terapias sanadoras y no paños calientes.

No se trata de resucitar, en modo alguno, las viejas pugnas -herencia de nuestras contiendas civiles del siglo XIX- entre el campo y la ciudad, lo telúrico y lo industrial, lo campesino y lo burgués; precisamente ha sido históricamente la burguesía barcelonesa, ansiosa de proteccionismos y de aranceles, la que dio origen al nacionalismo, perpetuo chantaje a los poderes centrales, nacionalismo que ahora ha inficionado el campo catalán.

Cataluña es una región o comunidad de España, como lo son Castilla, Valencia, Navarra, Andalucía, el País Vasco…; todo separatismo lo reputo de crimen histórico, todo particularismo se me hace odioso y cualquier forma de localismo la considero retrógrada e imbécil.

Bien está, pues, la risa y el humor como instrumentos que ridiculicen al adversario; bien está que diga Boadella que un Visca Tabarnia equivale a un Visca Espanya; lo malo puede estar en que estas afirmaciones borren la claridad de los conceptos y de las definiciones; en este caso, de lo catalán, que es, como dije en otro momento, la forma más difícil y hermosa de ser español.