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9 enero 2018

TCol. Juan Lorenzo Gomez-Vizcaíno y Castelló

Origen de la Pascua Militar

Planos de la isla de Menorca, con expresión en el de 1781 de las principales guarniciones destacadas en la dominación inglesa al iniciarse el asalto de las tropas de Carlos III

El inicio de la historia, la podríamos situar en el 1 de noviembre de 1700. Acaba de fallecer sin descendencia Carlos II, el último Rey de España de los Hasburgo, apodado “el hechizado” por su débil carácter y permanente estado enfermizo. Las grandes familias monárquicas europeas que con anterioridad presagiaban este final, pugnan ya abiertamente por colocar un sucesor propio a la corona española. Corona, que en plena decadencia del Imperio que fue en el siglo XVI, aún es con mucho uno de los estados europeos más importantes por sus vastos territorios y por constituir una pieza clave como aliado para mantener una posible hegemonía de Francia o Inglaterra.

Constituidas las dos grandes alianzas; de un lado la Casa de los Borbones en Francia, secundada por Baviera y apoyando como heredero a Felipe de Anjou, y de otro lado, Inglaterra, junto a Austria, Portugal y Saboya apoyando al Archiduque Carlos, comienzan abiertamente las hostilidades, a las que de manera activa se unen diferentes partes de la península Ibérica, materializándose en una guerra civil entre españoles de antiguos reinos. De un lado las Vascongadas y Reino de Navarra apoyando a Felipe de Anjou y de otro los reinos de Castilla y Aragón como austriacistas apoyando al Archiduque.

Las hostilidades durarán hasta 1713, prolongándose en Cataluña hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715. En estos años de contienda se producirán dos acontecimientos que tendrán enorme repercusión en la historia de España. De un lado, la ocupación de Gibraltar en agosto de 1704 por las escuadras anglo-holandesas, y por otro lado el apoderamiento de Menorca por los Ingleses en 1708. Posteriormente, el tratado de Utrecht, firmado en 1713, ratificaría éstas y otras posesiones como compensación por la victoria de la alianza que apoyaba a Felipe de Anjou, quién asumiría la corona de España como primer Borbón con el Nombre de Felipe V. El devenir de Gibraltar es por todos conocido. Desde entonces hondea la bandera británica en el Peñón.

No es tan conocida sin embargo la suerte que corrió Menorca; Tras la Guerra de Sucesión permaneció 48 años en poder de Inglaterra hasta su conquista por Francia que la mantuvo 7 años, para ser de nuevo cedida y mantenida por los ingleses otros 19 años. Y es en este punto de la historia, en 1782, donde nos detenemos.

Reinaba en España desde 1759 Carlos III. Este gran Monarca, que algunos definieron como persona de “inteligencia lenta”, consideraba que para defender su imperio, asediado constantemente por Inglaterra, necesitaba disponer de un nuevo ejército y una marina con capacidad para responder a las necesidades bélicas de la época. Para lograr este objetivo, aprobó en 1768 unas nuevas Ordenanzas Militares que proporcionaron un renovado espíritu y una organización más eficiente a las tropas. Este nuevo impulso militar le permitió acometer la empresa de colonización y conquista en varios escenarios. Primero, el americano, comenzando en California, y posteriormente en 1781, más al norte hasta la capital Pensacola, en donde consigue rendir a los ingleses apoyando así la independencia de las colonias británicas de Norteamérica.

En África, ante los ataques del emperador de Marruecos, Mohammed ben Abdalá a las plazas de Ceuta y Melilla, Carlos III le declara la guerra en 1774, y le obliga a levantar el cerco de Melilla, que había mantenido durante dos meses.

Pero es en el escenario mediterráneo donde se origina la tradición que hoy narramos al emprender Carlos III una de las mayores operaciones militares para recuperar Menorca.

El conde de Floridablanca había hecho ver previamente al Monarca que la Ría de Mahón refugiaba a más de 80 corsarios que infestaban el Mediterráneo, además de ser el mejor y único abrigo que tenían los ingleses para invernar sus escuadras en todo el Mediterráneo.

En julio de 1781 fondeaba en la bahía de Cádiz una concentración naval de 73 embarcaciones entre navíos de guerra y mercantes fletados por la Real Armada de España para el transporte de tropas, material de guerra y víveres, con destino desconocido.

Afortunadamente para los intereses españoles, los preparativos y la expedición pudo mantenerse en secreto haciendo creer a todos los interesados que se preparaba un gran bloqueo contra Gibraltar para cerrar el Mediterráneo; engaño que se mantuvo hasta que los barcos se encontraron en ruta. Días después, se les unirían dos naves más en aguas de Cartagena.

Imagen de una batería española sitiando el Castillo de San Felipe desde la orilla norte de la bocana en la Mola

El día 19 de agosto el convoy se aproxima a Menorca navegando frente al Castillo de San Felipe ocupado por los ingleses; la majestuosa fortificación abaluartada que defendía la bocana a la Ría de Mahón. Se ordenó entonces acercarse a uno de sus navíos a medio tiro del castillo para realizar un disparo e izar frente al enemigo la bandera y el gallardetón. La escuadra prosiguió unas millas más hacia el norte, desembarcando sus tropas en Cala Mezquida, y más al sur en Cala Alcaufar. Estas se componían inicialmente de más de 8.000 hombres entre Infantería, Dragones y Artillería, a los que habría que añadir los Cuarteles Generales, Estados Mayores y Ayudantes. Posteriormente recibirían refuerzos de otros 2.238 españoles y de 4.128 franceses. En total, las tropas ascendieron a más de 14.500 hombres, a los que se sumarían otros proveedores y civiles.

Tras el desembarco, las tropas inglesas apenas si se enfrentaron a las españolas, realizándose un avance meteórico por toda la Isla. Después de cinco días de combate, se alcanzaron las guarniciones de Ciudadela y Fornells, y se llegó a los pies del Castillo de San Felipe donde se refugiaron todas las tropas inglesas; La Isla podía volver a ser Española si caía el Castillo. La batalla no había hecho más que empezar. Poco a poco y bajo el fuego enemigo, se fueron situando los trenes de artillería frente al Castillo. Sin aquel reducto, la Isla no podía considerarse totalmente conquistada.
Se consiguió bloquear la bocana hundiendo algunos navíos para evitar que recibieran ayuda los sitiados. Cada noche se excavaban nuevas trincheras y caminos cubiertos en el pedregoso suelo menorquín que acercara los emplazamientos artilleros españoles a las murallas del Castillo. Fueron frecuentes las minas y contraminas para volar lienzos de muralla o contrarrestar el avance español. El Oficial de las tropas españolas, Capitán Carbonell con un grupo de voluntarios asestaba frecuentes golpes de mano dentro del Castillo y fuera del reducto por su pequeño puerto situado en la Cala San Esteban.

Poco a poco el cerco español se fue cerrando rodeando la majestuosa fortaleza estrellada y las sucesivas excavaciones consiguieron emplazar a alcance de puntería de punto en blanco a sus 100 cañones y 35 morteros.

Y así llegó la madrugada del día 6 de Enero de 1782 en que todos esperaban el final y el difunto Rey Católico Felipe V ya no podría ser informado de los adelantos en la ex-pedición de la toma de Menorca y Puerto Mahón como tanto hubiera deseado. Atrás quedó la cesión de Utrech, y esto sólo se reducía a un problema de fuerza entre españoles e ingleses. Menorca empezó a temblar. La paralela de artillería con todos sus parapetos enterrados y sus baterías de cañones y morteros emplazadas, incluyendo las
de la Mola y Punta Felipet habían conseguido, por fin en ese día, cerrar el cerco sobre el Castillo, cumpliendo así el empeño del general Berton des Balbes, Duque de Crillón, quien desde la elevación de Trepucó dirigía el sitio con acierto.

Por primera vez rugía toda la artillería española dispuesta y emplazada contra los baluartes, lunetas y cortinas del superviviente castillo de San Felipe. Ni las tropas inglesas que lo guarnecían creerían poder capitular casi un mes más tarde desde aquello, no sin antes escribir un anónimo Oficial inglés en su diario; «….Nunca artillería alguna estuvo mejor servida…» se refería a la Española.

Tras el intenso asedio artillero de un mes, en el que la artillería española disparó 66.815 proyectiles de cañón y 17.160 de mortero, el 5 de febrero el general británico Murray, siguiendo las costumbres de aquellas guerras, ofreció al general Crillón las condiciones para rendirse y abandonar Menorca; Crillón aceptó unas y otras no, imponiendo como vencedor su criterio. Al final, la guarnición británica compuesta por 2667 militares se rindió; entre ellos, 2 tenientes generales, 1 mariscal de campo y 3 coroneles y 434 civiles. Se les tomaron sus banderas, armamento, 347 cañones, morteros y obuses, víveres y otros efectos de la defensa. Sufrieron 59 muertos, 149 heridos y 35 desertores, 20 de ellos del Regimiento irlandés de Ultonia.

Por parte española las bajas fueron: 4 Oficiales y 180 de Tropa muertos y 20 Oficiales y 360 de Tropa heridos.

Tras la rendición británica, Carlos III ordenó volar el castillo de San Felipe para que “jamás pudiera hacerse fuerte en él potencia alguna”.

De la lúcida conducta que en la empresa dieron muestra los artilleros dio testimonio de gratitud el Rey escribiendo….

«El Conde de Lacy ha suplicado al Rey la gracia de que se destinen al departamento de Segovia dos cañones de bronce del calibre de a seis con un mortero y un obús de ocho pulgadas de diámetro, de los que se han tomado a los ingleses en la plaza de San Phelipe, de Mahón, para que quede en aquel Departamento tan honrosa memoria de la rendición de aquella plaza; y S. M., satisfecho de la bizarría y honor con que se ha portado el Rl. Cuerpo de Artillería en el vivo fuego con que ha hecho sus ataques, se ha servido condescender en la petición del Conde para que sirva esta gracia de una nueva señal del aprecio con que S. M. mira al expresado Cuerpo. -En este supuesto quiere el Rey que cuando llegue de Menorca a esa Plaza la artillería tomada a los Ingleses se conduzcan a Segovia los dos cañones, el mortero y obús ya dichos, y de orden de S. M. lo comunico a V.E. para su inteligencia y cumplimiento en la parte que le toca.- Barcelona, 9 de Abril de 1782».

Doscientos treinta y cuatro años después, todo estaba dispuesto en el deshabitado Palacio Real de Madrid. Los Alabarderos y demás miembros de la Guardia Real están formados. Un oficial supervisa los puestos de guardia que proporcionarán seguridad al acontecimiento. Se dan los últimos retoques al Salón del Trono donde en breves horas se reunió en torno a Don Felipe toda la cúpula Militar así como parte del Gobierno de la Nación para conmemorar la Pascua Militar y oír del Monarca el discurso de felicitación a sus Ejércitos. Alguna emisora de radio intenta explicar, no con mucho acierto, que lo que se conmemora en este día es la reconquista de Menorca, pero no es exacto.

Una de las dos piezas tomadas a los ingleses (Arsenal de Cartagena)

El rey Carlos III tenía motivos para la satisfacción y quiso extender su felicitación al Ejército de la metrópoli y del resto del Imperio, también como muestra de aprecio personal. Ordenó a los Virreyes, Capitanes Generales y Gobernadores que en la festividad de los Reyes Magos (6 de enero) reuniesen a las guarniciones y presidios y notificasen, en su nombre, a los Jefes y oficiales de sus Ejércitos su regia felicitación por la Pascua, y las mercedes que se había dignado concederles con ocasión de la fiesta; que en adelante debía llamarse Pascua Militar.

Desde ese momento hubo concesión de títulos nobiliarios, ascensos, condecoraciones, regalos y destinos sustanciosos para veteranos generales, como los de Administrador de Órdenes Militares, de Maestranzas de Caballería y de fincas del Real Patrimonio.

La Pascua Militar, era además a la inversa de la costumbre, ya que consistía en que fuese el Rey quien cumplimentara a la oficialidad y ésta quien lo hiciera a la tropa. En Madrid y en los virreinatos, capitanías y gobiernos, la oficialidad acudía a los palacios no a la manera de los besamanos —desfilando por delante del rey o de la autoridad superior— sino reuniéndose en la estancia más capaz para ello y saliendo el monarca o las autoridades respectivas a saludar, felicitar y conversar con los oficiales.

Como vemos, tras esta narración, podemos sentirnos orgullosos de nuestro ejército y de nuestra artillería. Carlos III eligió un día de regocijo y con gran significado para mostrar gratitud a sus Ejércitos, y en gran parte su artillería se convirtió en protagonista de aquella tradición.

Desgraciadamente las proezas de nuestros ejércitos y de los artilleros que nos precedieron abundan sin que su recuerdo pase de una mera lectura, casi obviada y rutinaria en la Orden del Día de la Unidad o del Acuartelamiento. Pensamos quizás que la modernidad de nuestras armas y de nuestros conocimientos pudieran superar al honor ganado con sangre y viejos cañones en el campo de batalla. Y nos equivocamos, nos equivocamos al desconocer e ignorar la historia de los que como nosotros vistieron el uniforme militar mucho antes y escribieron la historia de nuestra querida España y de sus tradiciones.