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18 diciembre 2017 • Sólo en España parece existir este tipo de atentado

Emilio Domínguez Díaz

Morir como español, por ser español

Víctor Laínez era de Tarrasa, catalán y padre de familia. Seguramente, como tú o yo, también era y se sentía español. Y por llevar su españolidad en un complemento de su vestimenta habitual, ha sido asesinado de manera rastrera, por la espalda y a traición como mandan los cánones del cobarde.

De igual forma, por esa misma razón tú te has convertido en objetivo principal de tipejos como su asesino si eres de los que usa tirantes o llevas llavero, bolso o pulsera con algo tan excesivamente «provocador» como los colores de la bandera de tu país. ¡Ah! Líbrate de comentarios en los que muestres afecto o simpatía por la tierra que te vio nacer. Ni siquiera está el patio para decir con «E» de España. Como mal menor, Estonia o Esplugues pueden valerte para casos en los que tu auditorio sea harto sensible a comentarios positivos o una mera mención de nuestra nación. Para esta calaña de barra metálica o arma fácil, tu sentida pero «agresiva» ostentación atenta contra su no sé qué.

Al parecer, sólo en España parece existir este tipo de atentado contra algo desconocido. De traca, además, si es un símbolo legal y constitucionamente establecido en estos lares patrios donde el altavoz de la acusación viene con acento rumano, argentino, peruano o, en el caso que nos ocupa, chileno.

Y atenta hasta tal punto que, según su caprichoso criterio, mereces la muerte. Tal cual. Aviso a navegantes a la hora de exhibir cualquier emblema español y, de paso, a la laxitud y excesiva «relajación» de los que social y políticamente han de defendernos, a nosotros y los dictados de nuestra Constitución.

El único detenido hasta el momento es un chileno pero con nacionalidad española por los «méritos» contraídos en nuestro país; sobre todo, en prisión. Se trata de un individuo (por darle algún tipo de denominación) ya elevado a los altares de esa extrema izquierda y sus acólitos que gobiernan grandes ciudades de una España a la que, sin ningún tipo de pudor, desprecian a pesar de cacarear y llenarse la boca con términos como democracia, tolerancia, reconciliación o libertad de expresión. ¡Y todos les son válidos! Claro, siempre y cuando se pueda aplicar un corte sesgado e inocular una buena dosis del odio que destilan hacia todo lo que huele a España. Cosas de la hispanofobia.

Rodri, ese es su «nombre de guerra»r, ha sido el «tapado» en esta carrera en la que Víctor, sin la Harley de sus sueños, intentaba sobrevivir a pesar del silencio de esos medios de comunicación cuyas tragaderas se han acostumbrado a recibir del mejor postor (siempre por el mismo lado), independientemente de una ética profesional que, cada vez con mayor insistencia, camina perdida ante los nuevos perfiles del periodismo.

Y a Rodri le va la marcha. No iba en moto, era más de bicicletas. Sus gestas, sus cartas, sus vídeos, sus rutinas carcelarias y sus antecedentes le delataron y le situaron en la «pole position» de los incitadores del odio, en Barcelona o Zaragoza, hasta convertirse en presa fácil de todos esos políticos de nacionalidad distraída. Para éstos, era el tipo perfecto, casi un mártir digno de lienzo sijenense, un icono para algunos que ahora van de abogados de estas ratas, concejales estrellados y/o cuperos o congresistas que viven de la farsa nacionalista con la que han engañado hasta al más pintado, Rodri incluido.

Y son todos ellos culpables de la muerte de un español, de Víctor, por haber hecho uso de la mentira; por haber inventado una historia nueva a su conveniencia; por haber gestado una generación sumida en el odio, el rencor y la revancha del avispero político en el que revolotean y campan a sus anchas aunque sea en modo «okupa» pero con tarjeta de crédito.

Y son todos ellos culpables. Y cobardes. Cobardes por no haber tenido los suficientes arrestos para condenar el crimen de un inocente español que murió como español por ser español.

¡VíCTOR LAÍNEZ, PRESENTE!
¡VÍCTOR LAÍNEZ, D.E.P.!

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