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16 noviembre 2017 • "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado"

Marcial Flavius - presbyter

23º Domingo después de Pentecostés: 12-noviembre-2017

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Mt 9, 18-26: En aquel tiempo: Mientras hablaba Jesús a las turbas, llegóse a Él un príncipe, y lo adoró diciendo: Señor, acaba ahora  morir mi hija; pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. Levantóse Jesús y le fue siguiendo, acompañado de sus discípulos. Al mismo tiempo una mujer, que padecía doce años flujo de sangre, llegándose por detrás, tocó la orla de su vestido. Porque se decía: Si logro tocar tan sólo su vestido, quedaré sana. Volviéndose Jesús, y mirándola dijo: Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado. Y quedó sana la mujer desde aquella hora. Cuando llegó Jesús a la casa de aquel príncipe, y vio a los tañedores de flautas y la multitud alborotada, dijo: Retiraos; pues la muchacha no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de Él. Expulsada la turba, entró Jesús y tomó a la joven por la mano, levantándose ésta al instante. Y la fama de este milagro corrió por toda aquella tierra.

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Reflexión

La Liturgia de este Domingo nos habla de la muerte y de la vida. La revelación (cfr. Sab 1, 13-15; 2, 23-25) nos enseña que la muerte no entraba en el plan inicial del Creador: Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; la muerte, recuerda San Pablo, es consecuencia del pecado (Cfr. Rom 6, 23).

1. Además de la inocencia y de la gracia santificante, dio el Señor otros dones a nuestros primeros padres, que ellos debían transmitir junto con la gracia santificante a sus descendientes. Uno de ellos era la inmortalidad. Al cometer el pecado original, Adán y Eva perdieron la gracia de Dios y el derecho al cielo; fueron lanzados del paraíso terrenal, sujetos a muchas miserias en el alma y en el cuerpo y condenados a morir. Por esta causa, la naturaleza humana se transfunde a todos los hombres descendientes de Adán en estado de rebelión a Dios, privada de la gracia divina y de los otros dones.

Los daños que nos ha causado el pecado original son la privación de la gracia, la pérdida de la bienaventuranza, la ignorancia, la inclinación al mal, todas las miserias de esta vida y, en fin, la muerte.

2. La misericordia que usó Dios con el linaje humano fue prometer a Adán el Redentor divino o Mesías, y enviarlo después a su tiempo para librar a los hombres de la esclavitud del demonio y del pecado.
Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo.

Son tres los sacramentos que guardan una relación directa con el momento de la muerte:

• En peligro de muerte la Iglesia manda confesar los pecados, porque de una santa muerte depende la salvación del alma y una buena confesión facilita una santa muerte, y recibir la Comunión por medio de viático que es la que se da a los enfermos que están en peligro de muerte para que les sustente en el viaje que hacen de esta vida a la Eternidad.
• El sacramento de la Extremaunción, llamada también Santos Oleos o Unción de los enfermos, es un sacramento instituido para alivio espiritual y aun temporal de los enfermos en peligro de muerte. Los Santos Oleos deben recibirse cuando los fieles, después de llegados al uso de la razón, se hallaren .en peligro de muerte por enfermedad o vejez; y se ha de procurar que se administren cuando el enfermo está en su cabal juicio y hay alguna esperanza de vida.

«Yo seré tu muerte, oh muerte; seré tu mordedura, oh infierno» (Os 12, 14). San Pablo cita estas palabras para mostrar que Cristo nos libra de la muerte con su venida y que su gloriosa resurrección es la prenda de la resurrección de los justos. De esta manera, auxiliados con los sacramentos, la muerte, que era la suprema enemiga, se ha convertido en el último paso tras el cual encontramos el abrazo definitivo con nuestro Padre, que nos espera desde siempre y que nos destinó para permanecer con Él. Aunque la muerte física es dueña de todos, y nadie puede escaparse de su imperio, el amor de Jesucristo ha triunfado de ella. De ahí que morir en gracia de Dios sea vivir, vivir con Cristo. «No sé, dice San Gregorio Nacianceno, si deberíamos llamar muerte nuestra vida, o dar, por el contrario, el nombre de vida a la muerte».

Pidamos a la Virgen nuestra Madre que nos otorgue el don de apreciar, por encima de todos los bienes humanos, incluso de la misma vida corporal, la vida del alma.