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2 octubre 2017 • El Gobierno: un equipo de pusilánimes que se ha visto totalmente desbordado por su falta de coraje

Alberto González Rodríguez

El daño ya está hecho

Pero ocurra lo que ocurra después del 1 de octubre, el daño ya está hecho. Una fractura muy profunda en la sociedad catalana y un golpe durísimo a la unidad de España. Una situación que, caso de ser reversible, necesitará, aun poniendo en ello todo el empeño, el esfuerzo dos generaciones. Esto es, no menos de un cuarto de siglo en el mejor de los casos. Aparte los millones y concesiones de todo tipo que se entregará a los sediciosos para calmar momentáneamente su rebeldía, de cuya cuantía jamás nos enteraremos, para comprar un poco de tiempo a base de más indignidad.

Lo que si se ha constatado es que, como decía Quevedo refiriéndose a otra cuestión, en la pugna entre quienes quieren destruir la nación más antigua de Europa y los que deberían defenderla, los malos son muy buenos siendo malos y los buenos son muy malos siendo buenos.

Y que, frente al clamor de una inmensa mayoría social en toda España, el gobierno no ha estado a la altura de las circunstancias, permitiendo con su tolerancia llegar a un punto que jamás se debería haber alcanzado. Cierto que los lodos actuales tienen su origen en polvos que se remontan mucho más atrás. Pero al que correspondía afrontar la situación, hic est nunc, es al gobierno actual; un equipo de pusilánimes que se ha visto totalmente desbordado por su falta de coraje, limitándose a ir a remolque de la iniciativa de los incumplidores de la Ley, para mover torpemente sus fichas a la defensiva de manera tibia tras cada paso de los separatistas, en lugar de tomar la iniciativa y abordar con contundencia en su raíz una estrategia activa. Un juego del ratón y el gato en versión inconcebible en ningún sitio. La del ratón, envalentonado por la cobardía del gato, que se hace gato, en tanto que el cobarde gato se reduce a ratón, limitándose a huir de las dentelladas del pequeño roedor que juega con él de manera inmisericorde.

El resultado es bochornoso. Porque, por decirlo en frase popular, pero muy expresiva, los separatistas se han recochineado, literalmente, y mucho es de temer que continuarán haciéndolo, del poder del Estado, y por extensión del conjunto de los españoles.

Como la historia se repite –aunque los políticos de hoy parecen no conocer lo acontecido en el pasado- resulta inevitable recordar lo ocurrido cuando, tras ceder una vez más al chantaje de Hitler, el primer ministro inglés, Chamberlain, firmó el 30 de Septiembre de 1938 -ayer hizo setenta y nueve años- el pacto de Munich aceptando la desmembración de Checoslovaquia en beneficio de Alemania. Acto de entreguismo que motivó la conocida invectiva de Churchill al débil político que lo cometió: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, y habéis elegido el deshonor. Pero además, tendréis la guerra”. Como así fue. Como ha sido ahora.

Lo ocurrido en Cataluña difiere mucho de aquella vergüenza cuyas terribles consecuencias son bien conocidas. Dios quiera que en este caso no se repita la historia y se pueda salvar el honor sin recurrir a medidas más drástica. Aunque tampoco pasaría nada, si fuera necesario. Lo que sí es claro es que España no se merece ser gobernada por un Chamberlain. Ni por un equipo de oficinistas, con la teoría de todos los códigos aprendidos de memoria en la cabeza, pero sin el menor sentido de Estado. Por unos tecnócratas fríos y fofos cuyo único recurso ante las grandes cuestiones de la patria parece ser la letra chica de los contratos, los reglamentos, los formularios, y la mediación de una gestoría administrativa para asegurarse la poltrona un ratito más.