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15 septiembre 2017 • El separatismo muerde la mano que lo alimentaba: la del Sistema

Manuel Parra Celaya

Escamoteos

Es evidente que el Gobierno español y la propia Corona, en su tardía reacción frente al golpe separatista, han elegido los senderos del Derecho y han preferido obviar las diáfanas avenidas de la Política y de la Historia, ambas con mayúscula en este caso. Confiemos en que la elección dé los frutos esperados, que, en todo caso, representarán una salida del problema, pero no una solución.

La opción elegida no es desechable necesariamente, y me permito advertir en ella un regusto, llamémosle, orsiano, al preferir para el lance las armas que provienen de conceptos de rango intelectual -Estado, Leyes y fundamentos constitucionales y jurídicos, en general-, en lugar de apostar por otros que pudieran suscitar valoraciones subjetivas y sentimientos encontrados.

Sin embargo, y sin alejarnos de lo que se afirma en la Carta Magna, la insistencia en el contenido del artículo primero de la misma contrasta con el mutismo casi total con respecto a la primera parte del segundo: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”

Es decir, no es que la Constitución del 78 fundamente la unidad de España, sino que esta es la que justifica la existencia de aquella. La razón última, pues, de hacer frente al separatismo, en este y en todos los casos, no es una cuestión meramente jurídica ni un texto legal, sino la Idea básica por la que este se sostiene y cobra su sentido pleno. Y esta Idea -la unidad- también tiene inequívocas resonancias orsianas, ya que, en modo alguno, obtiene sus resortes ideológicos en planteamientos nacionalistas (por tanto, de naturaleza romántica y emocional), sino que hunde sus raíces en lo clásico, que es tanto como obtener el espaldarazo de racionalidad.

La permisividad suicida que han demostrado hasta ahora las altas instancias del Estado ha venido acompañada por el escamoteo sistemática de los conceptos elementales para cualquier nación de nuestro mundo occidental, empezando por el de España, cuyo uso parecía avergonzar tanto a la izquierda como a la derecha.

Quizás por ello, en este momento en que las orejas del lobo no están tan en lontananza, se eligen fórmulas que persisten en esta absurda dirección, y a la invocación del nombre de España y de su unidad irrevocable se opta, en boca de los políticos, por los de defensa de la legalidad, de la democracia, de la soberanía, de la ciudadanía y de la Constitución.

Así, como en un truco de prestidigitación, se nos da la imagen de que el enemigo de los separatistas no es esta España silenciada por sus políticos, sino el Sistema que en esta circunstancia histórica la rige. Nos encontramos, así, con un nuevo escamoteo.

Uno tiene sus ideas particulares sobre el asunto, y no tiene el menor respeto ajeno para afirmar que este Sistema es, precisamente, el que ha dado alas y favorecido el crecimiento inusitado de los nacionalismos insolidarios, que ahora presentan su órdago sin tapujos.

De entrada, basta otra vez con seguir el texto de la propia Constitución -menospreciada en Cataluña y en otros lugares en estos instantes- para advertir que, en la segunda parte del mencionado artículo segundo, la inclusión de la equívoca palabra nacionalidades fue el origen del dislate actual; o fijarse en las contradicciones del Título VIII, especialmente en ese artículo 150.2, que no hay por dónde cogerlo.

Y fue el propio Sistema el que entregó alegremente la Educación en manos de los nacionalistas irredentos; y también el Sistema el que les confirió las competencias de Orden Público -al que ahora quieren transformar en policía judicia-l; y el que permitió que se desobedecieran una y otra vez sentencias de los tribunales; y el que prefirió no oír ni ver los insultos y ultrajes contra los símbolos nacionales; y el que intentó repetidamente templar gaitas con generosas dádivas, cuyo destino último era en muchos casos engrosar las arnas para futuros referéndums de independencia…

El separatismo muerde la mano que lo alimentaba: la del Sistema. Lo grave es que su finalidad no es derribar a este, sino romper una hermosa construcción de la Historia, de la Política y del esfuerzo y la sangre de tantas generaciones llamada España.