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28 junio 2017 • Sus efectos los padecemos hoy y de eso sí puedo hablar con más conocimiento

Gabriel García

15 de junio de 1977

Hace unos días se cumplieron cuarenta años de las primeras elecciones posteriores a la muerte de Francisco Franco. No fueron las primeras elecciones democráticas en la Historia de España (sin entrar a valorar lo que puede significar o dejar de hacerlo ese término), tampoco las primeras en cuarenta años (¿acaso no se elegían representantes sindicales durante el franquismo?).

Como era de esperar, la prensa de los grandes imperios mediáticos pasó la jornada alabando la presunta recuperación del poder y la libertad por parte del pueblo español, como si todo no hubiera estado atado y bien atado desde antes del fallecimiento del general. Como bien explicaba hace poco Jorge Garrido en Radio Ya [1], se instó a los españoles a votar diputados y senadores sin advertir que de ahí saldrían unas Cortes Constituyentes.

Los españoles optaron mayormente por la clase política del tardofranquismo, reconvertidos en demócratas de toda la vida con la Unión de Centro Democrático y encabezados por el último secretario general del Movimiento Nacional, Adolfo Suárez; y por un Partido Socialista Obrero Español que había renunciado al marxismo en 1974 y, con el dinero de la socialdemocracia alemana y el visto bueno de los servicios secretos estadounidenses [2], desbancaba al Partido Comunista de España como referencia en la izquierda. De esas Cortes Constituyentes no reconocidas salió una Carta Magna ratificada vía referéndum por los españoles, instados por los medios a darle un Sí rotundo [3].

Dadas las circunstancias geopolíticas existentes durante la implosión controlada del franquismo, es evidente que la homogeneización de España con el resto de la Europa occidental (paso previo a la entrada en el mercado común europeo) era la única salida real a todo aquello [4]; no obstante, el engaño al que fue sometido el pueblo español antes e incluso ahora, sin olvidar la ruina política, económica y moral que ha significado la implantación de esa partitocracia en España, permite darnos cuenta de hasta qué punto la Transición ha sido una de las grandes estafas de nuestra Historia por lo que ha conllevado de sumisión y decadencia. Lo dicho: todo atado y bien atado.

Lo expuesto ya es Historia y no tuve la suerte o la desgracia (según se mire) de vivirlo. Ahora bien, sus efectos los padecemos hoy y de eso sí puedo hablar con más conocimiento.

Ayer, sin ir más lejos, se confirmaba por parte del Banco de España que 60.600 millones de euros destinados al rescate de las entidades bancarias no serán recuperados [5]. Es evidente que ese dinero (que no es calderilla precisamente) ha ido a parar a algún sitio y por qué no será devuelto debería obligarnos a replantear cómo acabamos pagando las relaciones entre los grandes bancos y los partidos mayoritarios. Un argumento muy habitual contra la banca pública es que los políticos tendrían el control del dinero; pues bien, de algún modo esos políticos (a los que el español medio insiste en votar una y otra vez) ya tienen bajo su dominio cantidades desorbitadas que sirven para salvar el cuello (y algo más) a quienes especulan diariamente con el trabajo ajeno. Claro que necesitamos una banca que funcione como un servicio público y no como el negocio privado de una élite privilegiada, lo que nos sobra son las castas financiera y política. En esto, como en casi todo, no ha existido ninguna diferencia entre el Partido Popular y el Partido Socialista: ambos han sido fieles escuderos de la banca privada y furibundos saqueadores de las cajas de ahorros públicas.

Lo peor de todo esto, insisto, en la obstinación de los españoles en no retirar su apoyo a estos partidos políticos mayoritarios; sin duda, el día que empiecen a dejar de votarles se habrá dado un paso de gigante en la auténtica recuperación de España.

Podríamos (y deberíamos) exponer otros efectos existentes en España a partir de las políticas surgidas con las elecciones generales de 1977: auge del secesionismo, desestabilización de la institución familiar, pérdida de valores y de soberanía, aumento de la deuda pública, memorias históricas, reducción de derechos laborales, externalizaciones de servicios… Tiempo habrá para ello, sin duda. Lo importante es conocer de dónde hemos venido y por qué los españoles hemos acabado como estamos ahora. Sería muy fácil responsabilizar a unos cargos políticos concretos sin entrar en el fondo de la cuestión, como si todos ellos en conjunto no fueran piezas del mismo proceso a las que toca jugar su papel. No puede comprenderse la etapa de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno sin el zapaterismo, igual que el zapaterismo carece de sentido sin tomar como referencias las etapas previas de José María Aznar y Felipe González y todas sus políticas; del mismo modo, una futura e hipotética España bajo las huestes de Pablo Iglesias (si es que sigue existiendo como tal) no podría comprenderse sin todas las etapas anteriores en su conjunto. Y todo esto, interese más o menos, comenzó aquel lejano 15 de junio de 1977.

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