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21 junio 2017 • Fuente: Dichos, actos y hechos (Pío Moa)

Pío Moa

¿Cuando empezó la Transición? ¿Por qué ha fracasado?

Resulta nauseabundo leer y oír a tantos políticos y periodistas de medio pelo vanagloriarse de la democracia que empezó, según ellos, con las elecciones de hace cuarenta años.

Queda claro, al menos, que para ellos democracia equivale a los fenómenos que hemos venido sufriendo de forma creciente desde entonces: corrupción masiva; desempleo masivo (incluso en las etapas de mayor prosperidad); auge y creciente ímpetu de los separatismos, mientras el estado español se ha hecho residual en varias regiones; rescate de la ETA premiando sus crímenes con legalidad, presencia institucional, proyección exterior, dinero público, liberación de presos, etc., en metódica liquidación del estado de derecho; entrega fraudulenta de la soberanía nacional a entidades exteriores (Bruselas y la OTAN); conversión del ejército en una fuerza cipaya al servicio de intereses ajenos, bajo mando ajeno y en lengua ajena; conversión de la infame y piratesca colonia de Gibraltar en un emporio de negocios opacos para la potencia invasora; legislación totalitaria como en la ley de memoria histórica o las leyes de género; multiculturalismo, poniendo en el mismo plano con la cultura española forjada en siglos de esfuerzos, con culturas no ya ajenas sino históricamente enemigas de España, como la islámica; inmigración irresponsable; colonización cultural acelerada que está desplazando nuestro propio idioma en beneficio del inglés; degradación de la justicia; anulación de hecho de la Constitución en sus artículos más favorables a España…

Por no mencionar aspectos de alcance social más profundo, como la corrosión sistemática de la familia con la destrucción masiva de vidas humanas en el seno materno, un crimen que intenta disfrazarse con palabrería de “derechos”; o con las tasas altísimas de fracaso familiar y conyugal y las correspondiente repercusiones sobre los hijos; o con una violencia doméstica creciente entre parejas y entre padres e hijos; o con un alto índice de fracaso escolar, de violencia en las aulas, expansión de la droga y el alcoholismo entre jóvenes; o con auge de la prostitución y de todo el enorme negocio ligado a ella; el aumento de la delincuencia y de la población penal… En fin, todos los índices de salud social no han cesado de empeorar en esas cuatro décadas de lo que ufanamente llaman democracia los mismos que la parasitan y degradan. Todos estos datos y otros que pudieran aducirse revelan la realidad de una democracia fallida después de tantos años de demagogias, ilegalidades, corrupción y abusos que ya amenazan la misma existencia de la nación, como ocurrió en 1936.

Y sin embargo no tenía por qué haber sido así. Debemos recordar que la Transición no empezó con las elecciones del 77, como se pretende, sino meses antes, con el referéndum de diciembre de 1976. He insistido en ello en La Transición de cristal y casi todo el mundo quiere olvidarlo, por lo que lo resumiré aquí. El referéndum decidió entre dos posiciones básicas y fundamentales, llamadas entonces reforma y ruptura. Toda la oposición antifranquista abogaba por la ruptura, que en síntesis suponía la condena del franquismo para saltar por encima de él y enlazar con la supuesta legitimidad de la república y el Frente Popular,. es decir, con un régimen caótico y otro sencillamente fraudulento y criminal. La reforma se presentaba como un cambio en profundidad, a una democracia al estilo de las de Europa occidental, pero de la ley a la ley, es decir, asentado en la legitimidad del franquismo. Esto es muy importante, porque las democracias eurooccidentales no deben su democratización a sí mismas sino a la intervención bélica del ejército useño, mientras que la española respondía a una evolución pacífica interna de la propia sociedad española. En ese sentido, muy positivo, España sí era diferente, como rezaba un lema turístico. El franquismo había posibilitado la democracia al legar una sociedad próspera, moderada y muy mayoritariamente olvidada de los funestos odios que destrozaron la república. Por eso, sin respeto a Franco no puede haber democracia real, por paradójico que suene a los desinformados, mientras que el antifranquismo se ha convertido en un cáncer de la política, reduciéndola a una farsa.

Recuérdese que en 1976 la propuesta del gobierno y de la monarquía, ambos salidos directamente del franquismo, ganó por aplastante mayoría sobre cualesquiera tentaciones rupturistas. Tentaciones de unos políticos y partidos afortunadamente muy débiles por entonces e incapaces de aprender las lecciones más elementales de la historia. El mensaje de los españoles a los políticos fue: democratización en orden y a partir del régimen anterior, no de una legitimación frentepopulista en la que solo creían los irreconciliables, afortunadamente pocos por entonces.

La reforma fue diseñada y organizada en lo esencial por Torcuato Fernández Miranda, valiéndose de Suárez, en unas maniobras a veces cómicas. Torcuato, ex alférez provisional, era hombre culto, buen conocedor de la historia y del pensamiento político, mientras que Suárez, aparte de una incultura muy manifiesta, entendía más bien de maniobrerismos y relaciones públicas. La combinación de ambos podía haber funcionado, y Torcuato creyó que Suárez le admiraba, reconocía su superioridad intelectual y seguiría sus consejos. Pero resultó un error. El éxito del referéndum, cuyo mensaje y alcance histórica no estaba Suárez en condiciones de entender, hizo que el personaje se creyese un estadista, y comenzó una política de contubernios y pequeños chanchullos con la oposición, sin principio alguno y rompiendo ya por completo con la tutela política de Torcuato. Lo cual desembocó en una Constitución chapucera, elaborada de forma irregular en gran parte al margen de las Cortes. La Constitución habla, entre otras cosas, de nacionalidades y permite el vaciamiento progresivo del poder central a favor de las autonomías. Desde entonces los separatismos, al principio muy débiles, han ido a más, sirviéndose directa o indirectamente de un terrorismo masivo, de una corrupción que no cesó de aumentar, y de la baja calidad moral y política de los líderes de derecha o socialistas. Torcuato (como el filósofo Julián Marías y bastantes otros), buen conocedor del pasado, vio claramente el peligro, no votó aquella Constitución y Suárez lo despidió con una metafórica patada en el trasero: al poco falleció Torcuato, y en su funeral Suárez, que todo se lo debía, dejó vacía la silla que le habían reservado.

Dos palabras sobre aquella oposición: se componía de quienes habían luchado contra el franquismo, es decir, comunistas y ETA principalmente, más una pequeña multitud de intrigantes, cantamañanas y corruptos en potencia, también dentro de la UCD suarista. Carrillo temió quedar en la ilegalidad y que el fruto de los largos años de esfuerzos y sacrificios comunistas fuesen a recogerlos los socialistas, que no habían hecho nada. Por eso aceptó todo lo aceptable: monarquía, bandera, economía de mercado… mientras los socialistas jugaban a un radicalismo de pandereta. El PSOE, gracias a recibir grandes cantidades de dinero y proyección mediática, se fue imponiendo sobre los que realmente habían luchado, quedando al mismo tiempo como demócrata y antifranquista. Y la farsa continúa, destrozando la democracia, la sociedad y al propio país.

Mi programa semanal con Luis del Pino se titula “Involución permanente”, porque llevamos ya muchos años de involución y degradación de la democracia. Creo que voy a cambiarlo por En una democracia fallida, que es la realidad a la que ha abocado ese largo proceso involutivo. Porque cuanto antes nos percatemos de la realidad bajo el Himalaya de mentiras con que nuevamente nos abruman los medios de manipulación de masas y los políticos, antes podremos salir del hoyo.

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