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20 junio 2017 • Un proyecto nacional debe ir más allá de una Constitución que se cumple de modo deficiente.

Gabriel García

El «procés» y el 155

¿Os imagináis a un violador pregonando que el próximo sábado irá a una discoteca en concreto y abusará de cinco mujeres? ¿Os imagináis a un atracador anunciando en las redes sociales qué vivienda será su próximo objetivo? ¿Os imagináis a un político o empresario de las altas esferas explicando en rueda de prensa cómo evade impuestos a Gibraltar, Suiza, Andorra o las Islas Caimán? ¿Os imagináis a un falso sindicalista riéndose con el camarero del restaurante donde se ha metido para el cuerpo una buena mariscada cuál es el origen del dinero con el que paga?

Está claro que no, salvo contadísimas excepciones… entre las que no podemos incluir al procés separatista que sufre Cataluña desde hace años. Si algo diferencia al procés de los ejemplos citados es que, en el primer caso, es nada más y nada menos que el Estado quien consiente las llamadas a la ilegalidad de una institución política de rango inferior como es la Generalitat; en el caso de los hipotéticos violador, atracador, evasor y malversador tan sólo se les puede achacar ser demasiado bocazas antes de que las fuerzas policiales caigan sobre ellos.

No hay duda que el problema separatista va más allá de la Carta Magna. Aplicando el conocido artículo 155 no desaparecería de la noche a la mañana, más bien todo lo contrario: se necesitarían muchos años para revertir la ingeniería social de las últimas décadas en Cataluña. No obstante, estando España gobernada por quienes dicen acatarla y hacerla cumplir, no se entiende por qué no han sido consecuentes con lo que predican y se ha frenado la llamada a la rebelión con una intervención en la autonomía en vez de una farsa judicial que sólo sirvió para envalentonarles más. Que los separatistas tengan que recurrir a un conocido [1] entrenador de fútbol para que su convocatoria de referéndum logre repercusión internacional dice mucho sobre la huida hacia delante en que se encuentran implicados y de la que no saben cómo salir. Pero a Mariano Rajoy y a sus ministros les da miedo hacer cumplir esa Constitución a la que tanto apelan y optan por ser cómplices en los diversos ultrajes a España de los bandidos que han arruinado política, económica y moralmente a Cataluña. Algún día la Historia se lo demandará, no nos quepa duda; pero tampoco estaría mal que, aunque tarde, lo hiciera un tribunal (a ser posible, uno que también les juzgara por todo lo que se han lucrado a costa del resto de los españoles).

No quiero justificarte como haría un leguleyo, quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso”, escribió sobre España el poeta Gabriel Celaya. Y, desde luego, para identificar España con la Ley Fundamental de turno ya están los adalides del patriotismo constitucional en sus diferentes versiones [2]. Otros, siendo realistas, exigimos única y exclusivamente el cumplimiento de la legalidad vigente para que momentáneamente se frene el pulso separatista a toda España (incluyendo a la propia Cataluña) en un momento en que peligra la mismísima unidad patria [3], pero está claro que un proyecto nacional debe ir más allá de una Constitución que, en el mejor de los casos, se cumple de modo deficiente.

Para que España triunfe en su batalla contra el separatismo necesita un nuevo proyecto de Nación. El modelo liberal y constitucional de 1978 ha demostrado ser un fracaso y sus portavoces se hayan incapacitados para ofrecer una solución a los problemas del país. Las presuntas alternativas a los partidos mayoritarios apuestan por profundizar en la evolución del Régimen de 1978, unos avanzando hacia la total integración en la Europa mercantil y burocrática de Bruselas y otros en la descomposición de esa España cuyo nombre ensalzan con oportunismo y alevosía si les conviene.

Si España sobrevive a esta nefasta etapa, tengamos por seguro que no será bajo un modelo liberal; de lo contrario, nos espera una larga y lenta agonía como Nación, algo que no sería ni la primera ni la última vez que sucede en la Historia de la Humanidad [4] pero que no deja en buen lugar a quienes tienen la desgracia de vivirlo.
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[1] Y sobrevalorado, aunque es una cuestión que en este artículo que nos ocupa no importa. Para hablar sobre los méritos de Josep Guardiola como entrenador habrá tiempo.

[2] En España se han promulgado varias Constituciones desde el siglo XIX y es evidente que nadie ha muerto por el cumplimiento de sus artículos o disposiciones. Al contrario de lo que piensan los liberales que divinizan la Carta Magna, lo que mueve a las personas a luchar son los ideales que podrían materializarse en una Ley Fundamental, sin duda, pero nunca sería esa plasmación en papel; si acaso, lo que movería a la gente a luchar por una Constitución es la esperanza en una vida cómoda y segura, y aún así esa esperanza es más débil que la fe religiosa, el patriotismo o el ansia de justicia social.

[3] Esto no conlleva defender al Régimen de 1978 ni ponerse de su parte, sino ser realista con la situación en que nos encontramos: si no tienes la fuerza necesaria por ti solo para quitar de en medio al poder, tienes que utilizar los medios del poder en aquello que beneficie tu lucha. No es una extravagancia personal, es algo que explicó Lenin muy bien en su ensayo La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, que debería ser de obligada lectura para quien se tenga por revolucionario.

[4] Si cayeron grandes imperios, ¿por qué no un Estado que hoy es de segunda fila en el panorama internacional?

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