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14 junio 2017 • Existe una figura legal que se llama "en grado de tentativa"

Manuel Parra Celaya

Los plazos se van cumpliendo

Por si no estaba suficientemente proclamada la intención de delinquir, ahora ya nos han emplazado con el anuncio de la fecha de perpetración: el 1 de octubre de 2017 y la pregunta que constará en las papeletas: ¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente con la forma de República?

Por parte de quienes tienen el deber de impedir el delito, se repite la cantinela: El referéndum no se va a celebrar, palabras idénticas a las que precedieron al 9N.

Tracemos un no tan caprichoso paralelismo, a modo de simple ejemplo: imaginen que un servidor declarase a bombo y platillo, usando todos los medios de difusión a su alcance, que tiene el propósito de defraudar a Hacienda; y, no contento con esto, pormenorizara con pelos y señales qué trampas e intríngulis iba a emplear en su próxima declaración de la renta para conseguirlo, quizás con el ánimo de que otros contribuyentes tomaran buena nota y lo imitaran. ¿Alguien en su sano juicio podría imaginar que los responsables del Fisco se iban a cruzar de brazos y limitarse a pregonar que eso está muy feo y que de ninguna manera iban a consentirlo?

Si lo desean, sustituyan el acto defraudatorio por el anuncio del robo en una vivienda ajena, un estupro o, mucho más de actualidad, la comisión de un acto terrorista. La imaginación es libre…

Puedo estar equivocado, pero existe una figura legal que se llama en grado de tentativa; también puedo estarlo si sostengo que la prevención es, como su nombre indica, una actuación lógica y normal anterior a cualquier forma de represión del delito.

Atentar contra la integridad de una comunidad histórica instituida en Estado es más que un simple delito, porque su alcance trasciende con mucho a la generación concreta que va a sufrir las consecuencias inmediatas del hecho o del conato del mismo: afecta a las anteriores, que, entre esfuerzos a menudo titánicos, avenencias y desavenencias, han entregado un legado de unidad (ese voto de los muertos de un magistral artículo de Juan Manuel de Prada), y de las posteriores a la actual, que van a recibir una patria desgarrada y troceada por la alucinación colectiva de un puñado -grande o pequeño- de ciudadanos abducidos.

Tampoco son decisivas las circunstancias que rodeen el delito: sea con una sublevación con fusiles, como el 6 de octubre de 1934, sea con guante blanco y colocación de urnas espurias, en semeje democrático. En todo caso, la gravedad está en el hecho: se trata de un crimen histórico y moral; las caras amables o los semblantes crispados no son más que parte de la tramoya.

Además de las cuestiones estrictamente jurídicas y penales, no estaría de más un estudio psicológico profundo del separatismo: a su fanatismo exacerbado se une el propósito de que el enemigo colabore con su torpeza. En unos casos, contando con su debilidad o tibieza; en otros, provocando que aumente el número de seguidores del delito.

Y eso se logra contando con esas generalizaciones que los escasamente dotados suelen prodigar: ese constante los catalanes o el propio término Cataluña para referirse a los separatistas, que emplean quienes se consideran erróneamente perfectos patriotas españoles.

Habrá que repetir una y otra vez, por el contrario, que una de las maneras de agraviar a Cataluña es precisamente entenderla mal, es precisamente no querer entenderla, y que es torpe e injusto apreciar el problema como un pleito de codicia o reputándolo de artificial. Habrá que insistir en que la variedad y pluralidad de España, con sus pueblos varios, con sus lenguas, con sus usos, con sus características no entorpecen la unidad, sino que pueden reforzarla si enfocamos el tema con amor a todas y cada una de las tierras de España y no con estupidez.

Esa inteligencia y ese amor no se opone a la firmeza en salvar de sí misma a una parte de la sociedad catalana obcecada; no se opone tampoco al mandato histórico -y no solo constitucional- de hacer frente a la convocatoria de rebelión, en grado de tentativa, si se quiere, y aun antes de la firma de comunicados oficiales.

De no hacerse así, estaríamos entonces ante una crónica de una muerte anunciada, pues los plazos se van cumpliendo inexorablemente.