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13 junio 2017 • ¿Cómo pudieron salir de aquel régimen sus mayores y más eficaces calumniadores? • Fuente: Dichos, Actos y Hechos (Pío Moa)

Pío Moa

El «Sindicato del Crimen»

Como ustedes saben, Sindicato del crimen es la denominación de unos supermalvados en los tebeos useños, unos tebeos de nulo valor literario o moral. En España, cuando algunos periodistas comenzaron a destapar la corrupción del PSOE de Felipe González, el diario El país bautizó como sindicato del crimen, no al PSOE, sino a los periodistas que denunciaban la orgía socialista de favoritismo y saqueo del dinero público. Orgía que no ha cesado, por cierto, pese a las denuncias y a la cárcel para algunos políticos, y que se ha extendido por todo el arco político, desde los pujoles hasta el PP. Tampoco Juan Carlos quedó al margen, como ha venido transcendiendo.

El PSOE se presentaba como el partido de los “cien años de honradez”, consigna que le ganó millones de votantes ilusos e ignorantes de la historia. De ahí también el chiste que añadía al lema socialista la frase “pero ni un minuto más”, dando por sentado que el lema era correcto para la historia anterior del PSOE. La verdad es que nunca la honradez, económica o política, casó con aquel partido, cuyas señas reales de identidad han sido, precisamente la demagogia y la corrupción, que tanto contribuyeron a hundir al régimen liberal de la Restauración y luego a la II República. Desde hace años asistimos a campañas para reivindicar a Negrín por parte de El País y de personajes prosocialistas, así el historiador Ángel Viñas o el novelista Muñoz Molina entre tantos. Y las cuantiosas propiedades heredadas de Negrín, muy justamente expropiadas en la posguerra, han sido devueltas a la familia. La reivindicación del personaje no puede extrañar a quien sepa, y debiera saberlo todo español, que Negrín fue, entre otras cosas, el mayor ladrón de bienes públicos y privados de todo el siglo XX español. El dato no puede ser más significativo del esperpento y la farsa política en una democracia fallida como la actual.

Pues bien, es obvio que, justamente por todo ello, si a alguien corresponde la denominación “Sindicato del crimen” es, plenamente, al periódico citado y al grupo PRISA, y a sus protegidos y protectores socialistas. Pero no solo por lo dicho.

El País ha sido también el gran campeón de cierta forma de complicidad con la ETA, la más eficaz, la de la “salida política”. Con ella, al paso que condenaba de palabra sus crímenes, los convertía en una forma de hacer política. Forma admitida implícitamente y finalmente premiada, destrozando el estado de derecho. Obviamente, El País aplaudió con entusiasmo a Zapatero cuando este rescató a la ETA del extremo acoso a que la había llevado la política de Aznar, para recompensarla con legalidad, dinero público, proyección internacional, presencia institucional y mediática, etc., etc. A todo lo cual llaman “derrota de la ETA, con igual cinismo con que hablaban de los “cien años de honradez”. PRISA ha sido el grupo mediático que con mayor eficacia ha torpedeado el estado de derecho en este y otros muchos aspectos.

El País trajo consigo algunas innovaciones interesante, por ejemplo su participación en el negocio de la prostitución mediante páginas de anuncios de tales servicios. El concepto de la sexualidad asociado a la prostitución es básicamente la consideración del sexo como una simple forma de pasar un buen rato, que ya no distingue de formas, sea homosexismo, sadomasoquismo, bestialismo, etc. O pederastia (esta última es la última barrera, que se aprestan a derribar). El resultado, buscado es la corrosión de la familia. Ese periódico y grupo mediático ha sido también el gran promotor del abortismo, es decir, la liquidación de vidas humanas, como “derecho” de la mujer. Y ya se sabe que los derechos deben practicarse intensamente para ser efectivos. En España, los abortos están en torno a los cien mil al año. Al paso que se fomenta la inmigración. Aunque de tendencia prosocialista, El País es muy sensible al dinero y la rentabilidad: criar y educar hijos cuesta mucho dinero a la sociedad, mientras que traer inmigrantes dispuestos a trabajar por bajos salarios aumenta la productividad.

También ha sido este Sindicato del crimen el principal introductor en España de toda esa ideología difusa que suele identificarse como “progre”, y que, con todas sus contradicciones, tiene por enemigos principales la tradición cristiana de Europa, y de España en particular, y a la propia España, cuya historia odia y no cesa de tergiversar, empezando por “la insidiosa Reconquista”, como decía en Marruecos el inspirador del grupo, Juan Luis Cebrián. El País ha sido el gran promotor de los intelectuales más abiertamente antiespañoles como Juan Goytisolo, y de cuantos de forma no abierta, sino oscura e implícita –esta es su táctica preferida—desprestigiaban el pasado español, es decir, sus partes mejores y más influyentes. Desde pronto, uno de sus objetivos fue convertir al grupo en plataforma intelectual “progre”, que agrupase a un número de escritores y artistas bien pagados e identificados con tales ideas, desde Juan Benet, admirador del GULAG, a Rosa Montero, con su feminismo flojo, y a tantos más, siempre con el común denominador de un desdén pretencioso e ignaro hacia lo que ha significado España y el cristianismo y un inevitable toque cosmopaleto. Son también el embrión de los llamados “titiriteros de la ceja”. El grupo intelectual de PRISA, por lo demás, no pasará a la historia como un prodigio cultural. Sus características son más bien la mediocridad, el tópico, la afectación pedante, la incapacidad para debatir, la ausencia de ideas propias, copiando malamente otras venidas del exterior… Para disimular su escasa calidad intelectual han hablado mucho del “páramo cultural” franquista. ¡Quiénes van a hablar de páramo…!

Rasgo esencial del Sindicato del crimen es su antifranquismo, un ejercicio sistemático de falsificación, sea de la represión, del éxito económico, del significado de la guerra, etc. El gran problema no es que el antifranquismo viva en la mentira, sino que vive DE la mentira. El antifranquismo ha sido la gran coartada para disimular la corrupción, la colaboración con la ETA y los separatismos, para difundir el abortismo, el homosexismo y la ideología de género, para convertir a Gibraltar en un emporio del país invasor, para entregar nuestra soberanía a Bruselas y a la OTAN, para construir un ejército cipayo, para comprometerlo en aventuras bélicas exteriores que, por decirlo suavemente, ni nos van ni nos vienen, y tantas otras fechorías. Desde la transición han identificado antifranquismo y democracia. El antifranquismo, montado sobre el discurso de los verdaderos antifranquistas de antaño, los comunistas, han resultado el más dañino corruptor de la democracia, como vamos viendo, por obra de los nostáligicos de un régimen decididamente criminal como fue el Frente Popular. Así, el Sindicato del crimen ha elaborado la ley de memoria histórica, una ley totalitaria, reveladora de su odio no solo a España sino también a la democracia, tanto como de su amor a los asesinos y torturadores fusilados al terminar la guerra civil y que quieren hacer pasar por víctimas. Es obvio que estos canallas se identifican con tales víctimas, y no con los inocentes que pudieron caer, dadas las circunstancias emocionales de la época. No hay bellaquería o falsificación en estos últimos 40 años en las que no esté implicado ese sindicato.

En el libro Los mitos del franquismo he tratado en un capítulo especial a las dos principales figuras constructoras del mito antifranquista. Figuras que no proceden de la oposición a Franco — que no la tuvo democrática– sino del propio franquismo. Los principales medios de la propaganda antifranquista, que ha convertido a España en una democracia fallida, han sido Prisa y el ABC de Ansón, y de ahí ha trascendido a casi todos los demás medios. La pregunta es: ¿cómo pudieron salir de aquel régimen sus mayores y más eficaces calumniadores? Ya lo he explicado: porque el franquismo quedó sin discurso cuando el concilio Vaticano II le negó carácter católico, rechazó la confesionalidad y parte de la Iglesia pasó a colaborar con los que casi la habían exterminado en la guerra civil y contra los que la habían salvado del exterminio.

La labor que hoy se presenta para rescatar la democracia es doble: clarificar la historia real, cosa que en gran parte está hecha, y analizar y buscar lo que hay en la experiencia franquista de aprovechable, adaptable a unas circunstancias históricas distintas; tarea que está por hacer.