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12 junio 2017 • “A lo que tienen más miedo los terroristas es al voto”

Manuel Parra Celaya

¡Temblad, terroristas, temblad!

No estaba atento a la pantalla, sinceramente. Ya me había enterado de las últimas informaciones sobre la (penúltima) atrocidad del islamismo radical en suelo europeo, concretamente en Gran Bretaña, y no prestaba mucha atención a la inevitable, repetitiva e inútil sarta de declaraciones de solidaridad, de repulsa, minutos de silencio, telegramas de condolencia y altisonantes palabras de personajes y personajillos del elenco habitual.

De repente, una frase me hizo levantar la cabeza de otras ocupaciones y, francamente, me dejó entre estupefacto y suspenso: “A lo que tienen más miedo los terroristas es al voto”.

Inquirí a mi esposa quién era el lumbrera que había sacado esa conclusión, que en ese momento debía estar siendo estudiada, seguro, por todas las agencias de seguridad europeas; la respuesta me dejó de cartón-piedra: Es el alcalde de Londres.

Mi memoria retrocedió a los más oscuros años de la Transición, cuando cada atentado de ETA venía escoltado por parecidos asertos: Nuestros votos son la mejor defensa contra esos fascistas (sic), La mejor repulsa es el talante democrático de la sociedad, y cosas por el estilo. Hasta que a alguien se le ocurrió que el mejor antídoto contra el terrorismo era la actuación decidida y sin complejos de las Fuerzas de Seguridad del Estado, al unísono con la Judicatura, no los pactos bajo mano, las reuniones secretas, los enjuagues políticos y los entierros de las víctimas por la puerta trasera y con las primeras luces del alba.

En todos los sitios cuecen habas y la tontería no reconoce barrios. Está visto que al Sistema, en cualquier demarcación de su omnipresente dominio, lo único que le preocupa en salvarse a sí mismo, sus estructuras, sus principios y métodos (heredados del siglo XVIII, digámoslo de pasada) y, sobre todo, su religión secular, la que tiene por dogma un hombre, un voto; por rito sagrado, los comicios; por altar, la urna, y por oficiantes, los partidos políticos ya consagrados. Todo lo demás es secundario: la historia, la cultura, la ciudadanía, la tradición, el arte y las auténticas raíces cristianas de Occidente.

¿Cuál es el objetivo real de esa yihad que emerge con virulencia cada cierto tiempo a lo largo de los siglos? ¿El Sistema o un modo de vida occidental y europeo forjado, entre avances y retrocesos, y sustentado en esos fundamentos comunes?

No creemos que al fanático del vehículo-ariete, del chaleco explosivo, del fusil ametrallados o del cuchillo le preocupe mucho si los británicos acudirán en masa a las urnas para refrendar o defenestrar a la señora May; todo lo más, representaría para él una aglomeración de infieles adecuada para un nuevo asesinato en masa.

Incluso añadiría que al islamismo radical le viene muy bien el Sistema, ese que -como decía en un artículo anterior- le proporciona las leyes y los respaldos jurídicos para que, cuando llegue el momento, pueda aplicar sus propias leyes de forma inmisericorde. La viene como anillo al dedo la pusilanimidad, la debilidad y la tibieza. Le encanta, sobre todo, el relativismo y el nihilismo de valores que el Sistema impone por doquier, pues tiene así a su enemigo occidental inerme, sin más razones claras para hacerle frente que depositar un voto cada cierto tiempo, como afirmaba el estólido alcalde de la capital británica.

No somos quienes para aconsejar a los londinenses que cambien de alcalde, pues por estos pagos pocos ejemplos podemos darles en cuanto a elegir consistorios con pies y cabeza. Me limito a refugiarme en mis convicciones personales, acaso intransferibles en este momento: me preocupa una civilización, me preocupan mis fundamentos religiosos, mi tradición común europea, mis inmensas posibilidades de un avance social si acertamos con la fórmula.

Me preocupan España y Europa, que me duelen profundamente por mi amor crítico y perfectivo hacia ellos. Al Sistema le pueden ir dando morcilla…