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5 junio 2017 • España como patria es incompatible con un nacionalismo español, creación espuria del siglo XIX

Manuel Parra Celaya

Patriotismo no es indentitarismo

La mundialización persigue, no solo borrar los estrechos límites de las fronteras, sino laminar historias y civilizaciones. Aliada del multiculturalismo -forma de relativismo cultural y ético- actúa como fuerza arrolladora, y, por imperativo físico, suscita la aparición de otra fuerza contraria, de reacción, que se ha venido en llamar identitarismo, y que se parece, como un huevo a otro huevo, al viejo nacionalismo.

¿Es imprescindible recaer en este, aunque sea bajo la nueva vestidura identitaria, para reafirmar, en nuestro caso, una españolidad que sufre la doble acometida de la Aldea Global despersonalizadora y de la Pequeña Aldea secesionista? Creo que en modo alguno.

En primer lugar, porque el re-conocimiento de España como patria es incompatible con un nacionalismo español, creación espuria de un siglo XIX que no contribuyó precisamente a la necesidad apremiante de nacionalizarla y lograr la anhelada síntesis entre tradición y modernidad. Dicho en otros términos, la esencia de España se caracteriza por su apertura a lo universal, no por la cerrazón narcisista en sí misma.

En segundo lugar, porque la tarea en este momento preciso del siglo XXI implica un nuevo giro en la siempre abierta espiral de la historia: la construcción de áreas de convivencia más amplias -Europa e Hispanoamérica en lo referente a nosotros- para hacer frente a los problemas más urgentes y a los peligros más inmediatos, para cuya resolución los Estados nacionales se han quedado claramente cortos e insuficientes. La contestación al mundialismo y al secesionismo estriba en la proyección en lo universal.

Tengo muy claro que ello se corresponde con la identidad real de España y con su necesidad de nacionalizarse. Y también que representa, de acometerse, una profunda rectificación del camino que hemos tomado desde hace décadas, concretamente desde los primeros albores de la Transición, en los que se intentó borra del alma de los españoles su conciencia de tales.

En efecto, todo lo que supusiera mantener y revitalizar esta conciencia pasó al oscuro departamento de lo políticamente incorrecto; a la par, se exaltó hasta lo indecible la sensibilización de la Pequeña Aldea y se aceptó, con humillación, la sumisión al imperio dela mundialización. Como mal menor, se intentó impulsar un inane patriotismo constitucional, cuyos últimos coletazos se están poniendo de manifiesto en la judicialización del problema separatista y en el uso exclusivo de la coartada constitucional como único y último argumento para intentar frenar la disgregación del territorio español.

Este déficit de españolidad se ha mostrado especialmente agudo en el campo de la educación, en el que ha brillado por su ausencia una pedagogía del patriotismo y donde, por el contrario, sí que se han contenido en las aulas, desde hace muchos años, enseñanzas y aprendizajes adversos a él, esos que ahora parecen haber sido descubiertos y escandalizan hipócritamente.

Como dice Gregorio Luri, esas cosas (el patriotismo) dan vergüenza a nuestros pedagogos. Está bien manifestarse orgullosamente español cuando ganamos alguna cosa en el deporte, pero en la vida cotidiana parece que llevamos esta condición con resignación. Algunos quisieran ser otra cosa, incluso cualquier cosa antes que españoles. Otros solo son españoles en la intimidad. La mayoría lo es, pero no ejerce. O ejerce solamente de una manera depresiva.

Desgraciadamente, y dados estos antecedentes, no es extraño que toda expresión de españolidad suene a sospechosa; ni tampoco que, quienes se atrevan a ir a contracorriente, lo hagan con cierta simpatía a los que, entre otros paisajes y paisanajes, lleven sus afirmaciones nacionales hacia el extremismo de los llamados identitarismos. No sería una sorpresa, por lo tanto, que un verdadero patriotismo español, tan necesario, fuera suplantado por alguna forma de identitarismo-nacionalismo, tan contrario, como se ha dicho, a la esencia de España y a las necesidades del mundo actual.

Hacer pedagogía de la identidad de España comprende conocer y asumir toda una historia común, sin exclusiones sectarias, despertar una conciencia crítica hacia un presente imperfecto pero lleno de incógnita y de esperanzas, y sembrar para un futurible en unidad, justicia, libertad y participación en la necesaria comunidad de los pueblos.

Ese es el futurible que deseo para mi generación y para mis descendientes, sin el temor constante a quedar envuelto en la mundialización absorbente, fragmentado por los secesionismos o incapacitado por el identitarismo.