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15 mayo 2017 • La confluencia del separatismo con lo clerical (no con lo religioso) viene de lejos

Manuel Parra Celaya

Negocios «a lo divino»

Quienes han leído El Quijote saben de sobras que la frase con la iglesia hemos dado (capítulo IX, II) no tiene el sentido que suele atribuirle la malicia anticlerical española -hoy muchas veces transformada en feroz anticristianismo por populismos emergentes-, sino al hecho físico de vislumbrar en la noche la majestuosa mole de la parroquia de El Toboso. Es decir, que de algo puramente material hemos derivado una cuestión religiosa.

Justamente al revés de la habilidad de la señora Marta Ferrusola (según todos los medios de difusión a mi alcance) para cifrar en terminología eclesial – madre superiora, misales, capellán, mosén– sus órdenes de tipo financiero y (presuntamente y según la misma unanimidad periodística) evasor de cara a esa Hacienda que, parece, ya no somos todos.

Por cierto, el machacón España nos roba, que sirvió para poner en marcha el procés y sacar masas a la calle, ha sido, también hábilmente, sustituido por otros, sin que los crédulos destinatarios del mensaje se hayan dado cuenta del escamoteo.

Por desgracia, la confluencia del separatismo con lo clerical (como creyente, no puedo decir con lo religioso) viene de lejos, en todos los lugares hispanos donde arraigan las semillas de la dispersión babélica. Si hacemos historia, no dejaremos de encontrar antecedentes curiosos; pueden servir de ejemplo unas palabras de Prat de la Riba: Montserrat es la religión de mi familia y de mi patria (observemos que, como dice el profesor Barraycoa, el montserratismo sustituye y supera al catolicismo), o, del mismo prohombre mencionado, aquella otra perla: La religión catalanista tiene por Dios la patria.

Hoy en día, la cosa ha ido a más, no hay ni qué decirlo. Compruébense, si no, los orígenes educativos de la mayor parte del personal que está al frente del negocio (nunca mejor dicho) secesionista; echemos mano de las hemerotecas pías para traer a la memoria próxima las soflamas contenidas en las hojas dominicales, las arengas montserratinas o las cartas pastorales; recordemos homilías incendiarias (alguna de las cuales obligó a este articulista a salir de la iglesia donde se pronunciaron); o, simplemente, recorramos pueblos y villas de Cataluña donde tendremos el curioso espectáculo de que, en los pináculos, torres y campanarios, las banderas esteladas están situadas, real y metafóricamente, por encima de las cruces.

No tiene inconveniente, no, el separatismo incubado a la sombra de las sacristías -nunca de los altares- en ir del bracete con los herederos políticos de quienes arrimaban la tea a las iglesias y conventos y fusilaban obispos, sacerdotes y monjas; no le hace mella leer eso de que la única iglesia que ilumina es la que se incendia.

El procés agrupa a todos democráticamente, siempre, eso sí, que queden a salvo los intereses especuladores de las oligarquías, que, en realidad, son las que especulan con la sentimentalidad popular.

No recuerdo quien transformó sutilmente la expresión Cataluña será cristiana, o no será en Cataluña, cristiana o no, será, pero, en todo caso, recogía fielmente la cuquería política y la tibieza religiosa de quienes, desde los presbiterios y los púlpitos, ponen el localismo más disgregador por encima de la catolicidad y, en muchos casos, el odio a lo español por encima del amor cristiano.

Pero no nos pongamos melodramáticos. La señora Ferrusola, con su lenguaje cifrado para las operaciones financieras de la familia, ha continuado, a la inversa, una tradición literaria de nuestros clásicos. Aquella que consistía en poner a lo divino textos profanos; solo que este recurso tenía entonces la intención de ilustrar al pueblo en la Fe, a través de la utilización de temas amorosos y eróticos, mientras que ahora sirven las expresiones religiosas para robar, presunta pero descaradamente, y esperemos que no impunemente- a ese mismo pueblo.