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24 abril 2017 • San Jorge nos habla de Primaveras

Manuel Parra Celaya

San Jorge, noticia de primavera

No, hoy no voy a tratar de los autobuses -el de Podemos en Madrid, el del referéndum de la Sra. Colau en Barcelona…- porque hasta para el transporte existen en España dos varas de medir, como para casi todo. Tampoco voy a referirme al enésimo desaguisado -consensuado, eso sí- sobre la Enseñanza. Mucho menos, entrar en la manida polémica de si estamos ante una judicialización de la política o una politización de la judicatura, porque no sabría decirles si antes fue el huevo o la gallina y, en todo caso, algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca…

¿Saben por qué se resiste la pluma a entrar a saco en estos temas? Porque hoy, 23 de abril, recién inaugurados los alegres días de la Pascua de Resurrección -sin ánimo de molestar a nadie, todo sea dicho- es el día de San Jorge, patrón de Aragón y de Cataluña. Según la tradición, fue un soldado romano que sufrió martirio por su fe y logró vencer las tentaciones que se oponían a su santidad. Las leyendas posteriores representan a esta en una Doncella y a aquellas en un Dragón, ya encarnado el santo en un caballero andante armado con sus mejores armas, en plena Edad Media; quizás los siglos lo asimilarían a San Martín o, más adelante, a un San Ignacio de Loyola, fundador de otra Milicia.

No sé si sabrían mucho de historias reales, leyendas o metáforas poéticas los rudos almogávares de la Corona aragonesa, que entraban en combate al grito de ¡Aragón, Aragón! ¡San Jorge, San Jorge!, y ponían los pelos de punta a sus enemigos al sacar chispas del choque de sus espadas contra las piedras, coreando el ¡Desperta, ferro!, que siempre es muy evocador y sugerente al caso.

Quien seguro que conocía tradición y mito era el joven poeta Ángel María Pascual (1911-1947), quien, entre otros libros, hoy injustamente olvidados y silenciados por aquello de la corrección política (Amadís, Don Tritonel de España, Capital de tercer orden…), nos legó el magnífico San Jorge o la política del Dragón, obra en la que, por cierto, saca a pasear como personajes a Eugenio d´Ors -uno de sus grandes maestros- y a Gonzalo Torrente Ballester, ambos, por cierto, en aquel momento reos de esa incorrección para los estúpidos de ayer y de hoy.

No me resisto a traer al lector uno de los párrafos finales de la obra, cuando, finalizada la certera moraleja metapolítica con la muerte del Dragón en manos del Caballero, el poeta desciende al San Jorge histórico, el que está enterrado en el iconostasio de Lydda: Con el nombre de ´gran mártir´, es invocado San Jorge en plagas de los campos y en las pestes de hombres y animales, porque estas cosas son como las huellas del Dragón vencido. Las ciudades levantarán, venerándole, templos; las provincias, cofradías, y los reinos, órdenes militares. Pueblos, provincias y reinos que se cantan con rústicos dejes en la aurora de abril, entre alegres lloviznas. Ellos forman el loor de martirio, una inmensa corona de rosas de primavera, un haz de rosas frescas sobre la tierra del que despreció las cosas de la tierra para conseguir el triunfo del espíritu. Y, vuelto a la leyenda oportuna, Ángel María Pascual concluye: ¿Y si vuelve el Dragón? Entonces, queda la Doncella.

¿Se dan cuenta por que hoy no quería escribir de autobuses, de aulas rotas o de corrupción y política? San Jorge nos habla de Primaveras; pero no de una primavera cursi, de abandono en los fáciles brazos de lo espontáneo, sino de una primavera fuerte y bella, llena de esfuerzos, de esperanzas -como la que nos trae, imparable, la Pascua de Resurrección-, de luminosidades, de rosas que anuncian amor y de libros que encierran inteligencia.

Una primavera y un San Jorge que sea capaz de superar la suciedad, la chabacanería, la mediocridad, la bajeza y, por qué no decirlo, el riesgo de todos los dragones que pululan por la faz de España, la Doncella.