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11 abril 2017 • España sigue limitando al sur con una vergüenza

Manuel Parra Celaya

¿A partir un peñón?

¡Gibraltar! Avanzada de nuestra nación…, punta amada de todo español, cantaban mis mayores; y, claro, la aprendí, me gustó y la entonaba en mi juventud, viniera o no a cuento. Lo de todo español ha sido cierto a lo largo de la historia patria, pues no ha habido Régimen político que no reivindicara la devolución de esa colonia británica en suelo europeo; la excepción está, naturalmente, en quienes no se consideran a sí mismos españoles y conspiran abiertamente contra la unidad, como algunos que -sin señalar, porque no hace falta- tengo aquí cerca, en esta Barcelona de mis pecados, y que le hacen cucamonas al Sr. Picardo.

Épica y juventud van de la mano, y por ello no es de extrañar que por lo menos tres generaciones de españolitos dedicaran, en sus campamentos y marchas por la montaña, varias de sus canciones al Peñón; porque no se trata solo de la tonada con la que comienza este artículo, sino también de la que empezaba Memoria de la historia / que a veces tiene que llorar… o la de Hay una madre que llora una pena…, entre otras.

Lo malo es que, conforme pasan los años, te vas enterando de ciertos entresijos de la política al uso y te haces realista, sueles sustituir la inaplicable épica de unas bellas canciones por el riguroso estudio histórico y por el ensayo, que a veces deviene en catártico.

Pero, he aquí que, de repente, se oye el redoble del tambor otra vez, mas esta vez los palillos no los empuñan manos españolas, sino quienes tienen que negociar con la Blanca Albión (omito lo de pérfida porque, en el fondo, no me cae mal su cultura) la salida de la Unión Europea, es decir, los negociadores de Bruselas; y, al redoble comunitario, se ha apresurado a responder, como en los viejos tiempos, el repiqueteo inglés, que incluso ha sacado a pasear el vocablo guerra, que está felizmente desterrado entre europeos civilizados y escarmentados.

Lógicamente, el Sr. Picardo ha echado su cuarto a espadas, pero no parece que los que tienen que sentarse a la mesa para pactar el divorcio y sus condiciones le vayan a hacer mucho caso. Espero que en España tampoco entremos al trapo, a pesar de lo lenguaraz que dicen que es el actual Ministro de Exteriores; la razón es que, como en muchos de los problemas que nos afectan, se puede acudir a la frase orteguiana de que Europa es la solución; por mucho que nos pese este desplazamiento de iniciativas, pero, que sepamos, no corre por aquí ningún Blas de Lezo ni ningún Gálvez, y los tiempos han cambiado.

Espero con curiosidad y esperanza las negociaciones del Brexit; ya he manifestado en varias ocasiones mi disgusto por el mismo y mi discrepancia con la Sra. May, pues sigo creyendo en la Europa Unida como constante histórica, como promesa de futuro y con moderado optimismo de presente. No obstante, así están las cosas, y, si el Sr. Cameron metió la pata, a lo hecho, pecho. Y esto también reza para los actuales habitantes del Peñón (los verdaderos gibraltareños se marcharon de allí hace tres siglos con todos sus enseres).

No sé en qué términos se pactarán los acuerdos entre los separatistas británicos y los unionistas europeos, pero, como siempre, el espectáculo de este cochino mundo actual sigue siendo sorprendente y, a la vez, apasionante.

¿Sabrán los representantes españoles en la Unión Europea actuar con sagacidad en estas negociaciones? Están en juego nuestros compatriotas residentes en el Reino Unido, los

británicos que viven felizmente entre nosotros y, entre otros aspectos, el tema de Gibraltar. Confiemos, una vez más, en la marcha imparable de la historia hacia posturas avanzadas y en la inteligencia -que, como el valor, se les supone- de nuestros adelantados en Bruselas.

De momento, Europa (y no solo España) sigue limitando al sur con la vergüenza de Gibraltar.