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30 marzo 2017 • La División Azul fue constituida al efecto de contribuir a la lucha contra la dictadura totalitaria comunista y como útil instrumento para contribuir a mantener a España fuera de la guerra

Francisco Torres García

La última victoria de la División Azul

Hay quien afirma que no pocas guerras, después de concluir, se siguen librando en el papel y en la política durante muchos años; también es moneda común afirmar que en no pocas ocasiones la historia la escriben los vencedores y más tarde, en algunos casos, los vencidos tratan de cambiar esa historia en un absurdo intento de trastocar su suerte, lo que fue su periplo, en la memoria colectiva para desvirtuar la realidad.

No pocas derrotas, aunque no lleguen en el papel y en el recuerdo a transmutarse en victorias, pasado el tiempo, también se han transformado en glorias, en una muestra del orgullo patriótico que puede florecer hasta en las derrotas, revestidas, eso sí, del aroma de lo heroico. Ahí está, sin ir más lejos, la visión cambiante de la guerra del Vietnam operada desde la llegada a la presidencia de los EEUU de la administración Reagan, restituyendo el “orgullo” y el “patriotismo” americano duramente dañado por aquel conflicto y reivindicando, de algún modo, a través de la mitificación, el papel de sus soldados en una guerra comúnmente condenada.

La División Azul constituye, sin embargo, un caso singular, quizás único, pues fueron a la larga derrotados de facto sin serlo de hecho; participaron en una guerra perdida al lado de un ejército vencido, pero no compartieron la derrota, ni física ni moral. Sus combatientes volvieron a su país, a España, con sentimiento de victoria; fueron recibidos casi en su totalidad como héroes triunfantes. Todo ello a pesar de que participaran, aunque ya no estuvieran en el frente, en una derrota apocalíptica. Pese al aggiornamento que se impuso con los vencedores occidentales y al triunfo de la URSS en la II Guerra Mundial, en España haber sido divisionario fue motivo de orgullo y admiración en los años de la guerra y durante décadas; ejemplo de soldados idealistas para no pocos, orgullo del ejército español por sus muchos caídos y héroes testificada por una constelación de condecoraciones. Honor en calles y plazas, tanto en las localidades como en los acuartelamientos militares. Incluso tendríamos que asumir que la División Azul se proyectó, más allá de su disolución en el invierno de 1943, al continuar estando presente en la sociedad española merced a las Hermandades de Excombatientes y al peso social que, a diversos niveles, alcanzó una parte significativa de sus integrantes (políticos, militares, profesores, magistrados, médicos, profesionales cualificados…). Aún fueron nuevamente héroes nacionales cuando en 1954 volvieron sus últimos soldados, tras resistir en el Gulag soviético durante más de una década continuando allí su lucha contra el comunismo.

La División Azul, no me cansaré de reiterarlo, fue una unidad del ejército español con una brillante hoja de servicios, que consiguió la última gran victoria de nuestro ejército (Krasny Bor, 10-2-1943), constituida por el Estado al efecto de contribuir a la lucha contra la dictadura totalitaria comunista y, subsidiariamente, en su periplo, como útil instrumento para contribuir a mantener a España fuera de la guerra al demostrar la potencialidad y la capacidad de resistencia de las fuerzas hispanas contribuyendo así a hacer veraz ese factor disuasorio. No fue una unidad franquista, es decir creada para la defensa del régimen de Franco, sino una unidad del Ejército español, creada para cumplir, al servicio de los intereses nacionales de la época, una misión concreta: combatir al comunismo. Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Durante cuarenta, cincuenta o sesenta años, mientras los divisionarios agotaban su vida, no hubo batalla de papel sobre su guerra, suscitando, incluso por parte de historiadores extranjeros (Proctor, Kleinfeld, Tambs…), una visión comprensiva con respecto a lo que fue su campaña en el frente ruso, acorde con lo que los propios divisionarios aún transmitían, estableciendo una diferencia entre su comportamiento en el frente y el puesto en práctica por las unidades alemanas consideradas como un todo, aún más si aceptáramos como cierta la interpretación que sobre la Wehrmacht da la izquierda alemana. Lo que se recoge con irrebatible sinceridad en las ya casi dos centenas de memorias de voluntarios, publicadas o inéditas, que son comúnmente citadas y utilizadas en cualquier trabajo serio de investigación (en algunos casos es curioso que de tan importante material solo aparezcan citas a unas pocas y no siempre utilizadas correctamente).

Ha sido en las dos últimas décadas cuando lo que algunos autodenominan, al intentar revestir sus tesis con una patina de autoridad, como “historia académica” (Palacio Pilacés, Rodríguez Jiménez y sobre todo Núñez Xeijas), ha tratado de subvertir la realidad de los divisionarios para tratar de contribuir a empañar la historia épica de unas decenas de miles de idealistas, a los que algunos podrán tachar de equivocados, pero no de deshonestos o de indeseables, de combatientes por hambre y desesperación. Y mucho más si tenemos en cuenta que, tras sucesivos anuncios sobre la visión definitiva del hecho, alguno de estos autores (Nuñez Xeijas o Martínez Reverte) no han conseguido integrar a los divisionarios dentro de las tesis de la izquierda historiográfica alemana, alentadora de “memorias históricas” similares a las de acá. Esas que igualan a la Wehrmacht al nacionalsocialismo, convirtiéndola en un instrumento criminal, poblada de saqueadores y asesinos, merecedora de condena global, que alcanzó su cohesión e identidad ideológica con los objetivos políticos de Hitler -la aniquilación de los subhumanos- en el Frente Oriental, donde luchó la División Azul (Bartov). En este marco, para ellos, la División Azul acabaría siendo copartícipe, si no por acción sí por omisión, de los crímenes y de la mentalidad criminal adquirida por el soldado alemán en el frente ruso, entre otras razones por el proceso de nazificación que padecieron y aceptaron (Martínez Reverte y Núñez Xeijas lo han intentado demostrar buscando cómo aplicarlo a los soldados españoles, refugiándose en el carácter criminal de la guerra en el Este como único recurso, con un fracaso estrepitoso).

Aunque la versión carece de toda validez y quienes la enuncian deben ser encuadrados no en la “historia académica” sino en la “seudohistoria política”, pues tal y como ha puesto de manifiesto el primer especialista ruso en la ocupación alemana en el Frente de Leningrado (Kovalev), al sintetizar la presencia española allí como la del “ocupante bondadoso” y por tanto descalificando otras versiones (Núñez no ha conseguido demostrar que no es así, pese a intentarlo con fruición), lo cierto es que la manipulación ha hecho fortuna. No en los ámbitos historiográficos, donde una larga lista de historiadores han rebatido, punto por punto, tal infundio (Caballero, Poyato, Negreira, Sagarra, Torres…), pese tener que enfrentarse en sus trabajos tanto al silencio como al viento favorable que el “guerracivilismo” y la “memoria histórica” da, a los autodenominados “académicos”, una licencia para tener carta blanca a la hora de distorsionar la realidad. Ha hecho fortuna esa versión falaz entre tertulianos, políticos y periodistas, y desde ahí se ha trasladado a los habituales manifestantes callejeros, por no hablar de las asociaciones y presuntos expertos de la «memoria histórica», que ejercen de chekistas antifascistas en muchos lugares de la geografía hispana.

Pese a que los divisionarios no ganaron la guerra, aunque la historia haya dado la razón a la razón de su lucha (el comunismo ha sido la ideología más mortífera de la historia de la humanidad con más de cien millones de asesinados a sus espaldas allá donde se instauró o intentó instaurarse), lo cierto es que la izquierda, moderada o radical, libra hoy una última batalla contra los divisionarios al grito de “nazis” y/o “criminales” al objeto de conseguir una condena social y académica que disuada a la hora de contradecirlos a quien se lance a la búsqueda de la verdad.

Sin que nadie haya sido capaz de sustentarlo con un mínimo de decencia y coherencia, con una cierta altura intelectual, a través de la aplicación de la mal llamada “ley de memoria histórica” (solo el sectarismo o la ignorancia, o ambas cosas a la vez, puede explicar la argumentación utilizada por la izquierda madrileña en el poder al alegar que “caído” es un término que implica exaltación fascista -aunque Núñez comparta esta visión- y por ello deba de ser eliminada la denominación de “caídos de la División Azul” del espacio público), la División Azul, una unidad del ejército español que dejó casi 5.000 caídos en el frente, ha sido condenada y proscrita (y eso que hace no pocos años el mismo PSOE que hoy lo impulsa le diera los máximos honores en la ofrenda a los caídos en el acto del desfile de las Fuerzas Armadas).

La División Azul, que prolonga su existencia a través de los divisionistas, cuando por ley de vida muy pocos divisionarios pueden defender su historia con su testimonio directo, es aún algo vivo porque hay quienes preservan y defienden su memoria con la palabra, el negro sobre blanco y el debate, aun cuando tengan problemas para conseguir hasta que se pueda ofrecer una Misa por los caídos, teniendo que llegar, incluso, a celebrarlas en la semiclandestinidad.

Pese a los intentos totalitarios y antidemocráticos de proscribir y someter la verdad a una “mentira oficial”, pese a la aplicación de la “memoria histórica” que borra su nombre del callejero, calles, plazas y nombres… de vez en cuando hay algo de justicia histórica, aunque sea transitoria, y por ello ha sabido a pequeño triunfo divisionario el que el Ayuntamiento de Alicante haya tenido que volver a colocar en el barrio José Antonio -nombre también proscrito- la placa arrebatada. Eso sí, entre las protestas de unas decenas de herederos ideológicos del comunismo al que ellos fueron a combatir y que aún hoy, pese a todo, pese al tiempo, se sienten derrotados por la División Azul. Y así lo han expresado.

Eso sí, mientras el Ayuntamiento de Alicante gasta el dinero de los ciudadanos cambiando placas y saltándose su propia ley, y tiene hasta un edil dedicado al tema, el barrio sufre todos los males posibles producto de una nefasta administración, encontrándose en recurrente y permanente proceso de degradación. No hay que asombrarse, esa es la forma de gobernar de los que se consideran herederos de aquel comunismo al que la División Azul quiso derrotar.

Ante tamaño desafío, ante tal contrariedad, un grupo de “valientes”, a los que los bobos mediáticos aplauden, ha tenido el “heroico” gesto de tirar un bote de pintura contra la restituida placa que sigue homenajeando a la División Azul. Es solo la muestra de una rabia y una derrota aún no digerida.