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4 febrero 2017 • "Coged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo guardadlo en mi granero"

Marcial Flavius - presbyter

5 Domingo después de Epifanía: 5-febrero-2017

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Mt 13, 24-30: En aquel tiempo: Dijo Jesús a las turbas esta parábola: Es semejante el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Y mientras dormían los hombres, vino cierto enemigo suyo y sembró cizaña en medio del trigo Y llegándose los criados del padre, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? Pues ¿Cómo tiene cizaña? Contestóles: Algún enemigo mío ha hecho esto. Replicaron los criados: ¿Quieres que vayamos a recogerla? No, les respondió, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo, Dejad crecer uno y otra hasta la siega; que al tiempo de siega diré a los segadores: Coged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo guardadlo en mi granero.

Reflexión

Hay dos parábolas en el Evangelio que Cristo interpretó personalmente; o por lo menos,cuya explicación por el autor mismo nos ha sido consignada; puede haberles explicado otras más a los Apóstoles “en privado”, como dice el Evangelista que lo hacía; y brevemente declaro otra, la de Lo-que-mancha. Considerándolas atentamente se ve que son las dos más universales. La parábola del Sembrador representa la actividad de Dios en las almas individuales: “la semilla es la palabra de Dios”. La del Trigo y la Cizaña, la actividad de Dios en la entera sociedad o colectividad humana. La primera se concierne sólo en si la semilla prende o no prende; la segunda, que es como su prolongación o ampliación, trata de la suerte posterior de la semilla buena o mala: “o trigo o cizaña”. Una relata como si dijéramos la anatomía de la conversión; la otra, la economía general de la salvación. En las dos se anota la presencia del Enemigo: los pájaros, las piedras y los espinos en la primera; directamente el Diablo en la segunda.

La parábola que consideraremos en dos artículos, dada su importancia, es el centro mismo de las 120 que hay en el Evangelio; las cuales tratan de puntos particulares o en forma más concreta. Es como el foco y a la vez el marco general de todas: contiene la existencia del mal y del bien en el mundo y sus causas; la paciencia de Dios respecto al mal moral y su razón; la lucha entre las dos esencias; su resolución postrera; y las cuatro “postrimerías”, a saber, muerte juicio infierno y gloria, donde todo se consuma y se fija para siempre.

Como belleza, esta parábola es un logro portentoso; y no decimos “belleza literaria” adrede, porque se levanta por encima de la llamada “literatura”; ni “artística”, ni “profética”, ni “estética”, por lo mismo. Es pura y simplemente sobrehumana. Mirada, parece hecha por un niño; entendida, se levanta por arriba del hombre. “Si no os hiciereis semejantes a un niño, no entraréis en el Reino”. Un niño, un ciego o un sordomudo pueden entender esta parábola; algunos exegetas católicos, no.

La sencillez y limpidez unidas a la densidad de su materia ponen a esta piedra preciosa por encima de cuanto existe en la literatura sacra del mundo. El libro sagrado del budismo, por ejemplo, la religión más antigua (excepto la nuestra hebreocristiana) y demás adeptos del mundo, el Ti-Pitaka (Los tres Cestos) en sí mismo no despreciable ni banal, puesto al lado de esto, parece barro: es tierra al lado del oro o del diamante; por lo menos en la traducción alemana de K. Seidenstucker, el cual confiesa que es casi intraducible. Pero esto mismo realza la comparación, pues las parábolas son traducibles y traducidas en todo el mundo; y son inteligibles a todos, desde los niños de la escuela (de la escuela argentina también, que priva a los niños de este nutrimiento) hasta el filósofo más copetudo; aunque éste sí, es capaz de no entenderlas, por soberbia.

Uno piensa en el diamante Koh-hi-noor, el más hermoso del mundo; en una joya de Benvenuto Cellini; en una randa de ñandutí; en una orquídea; en el arco iris; en un encaje flamenco, en una seda china; y todo junto le parece poco. La venganza del aldeano es típica y puede acontecer en cualquier región del mundo; es una idea de rústico, perversa y sutil, porque el daño es invisible hasta que ya no hay remedio, y el crimen es fácil de ejecutar. La actitud de los siervos es lógica, a la vez fremente y prudente. La decisión del Paterfamilias es la sensatez misma; no se puede excogitar el lolio agraz que es parecido al trigo verde, y arrancarlo, sin arruinar todo el sembrado –y el desenlace es natural, pues al madurar el trigo sus espigas están por encima del lolio, que crece más lento, y se pueden segar sin que el dalle corte una sola de las tóxicas; y después se puede rasar la mies, y arrojar la paja al fuego; en gavillas para poder mejor transportarla. La palabra griega “zizánion”, designa el “lolius temulentus”(que en Castilla llaman luello y en Cataluña también joyo) cuya harina es venenosa, separece al trigo cuando chico, pero alcanza un metro al madurar; y por ende ahogaría al grano. Cuando estuve en Cataluña había escasez de pan (racionamiento) y de repente cundió la alarma de que los panaderos ponían “joyo” en la masa y causaban ataques nerviosos y hasta “paralís”; pues en todas partes cuecen habas y en mi tierra… usan “mejoradores”, alumbre y sulfato de cobre. El “joyo” se lo dan los gitanos a las caballerías exhaustas y caducas para hacerlas parecer nuevas al venderlas, pues les causa una excitación temporal da mamúa que al fin termina en desmayos y pataletas por lo cual también le llaman “hierbamula”. No se puede hallar un símbolo mejor de la doctrina de los herejes y la acción de los Malos Pastores.

“El trigo son los Hijos del Reino, el luello son los Hijos del malo”. No nos engañemos: la cizaña o luello aquí designa los herejes, los malos pastores y los cristianos de letrerito, a la vez: así lo pronuncia santo Tomás, el “Doctor Communis” (Communis mas no vulgaris) rotundamente. Los comentadores vulgares (a veces demasiado vulgares) dicen que el Trigo son los católicos y el luello, las otras religiones; o bien los herejes. Es santulonería y tontuna. La parábola queda enteramente emasculada con esa exégesis, que es falsa. Cristo tronó contra los Malos Pastores y los Cristianos de Letrero mucho más aún que contra los Pseudoprofetas o herejes; y que después los extrajera de la Cizaña y los pusiera en el Trigo, es decir, entre los Hijos del Reino, es imposible. Eso sería identificar las almas por los cuerpos, por los letreros, sotanas o títulos jerárquicos con que se les honra y se honran entre ellos mismos; y Cristo trata aquí de la gracia santificante o sea la amistad con Dios, de que depende o el Cielo o el Infierno; no de sotanas o uniformes, que si hacen al monje, no hacen al santo. A los fariseos los llamó taxativamente “hijos del diablo” o sea “añamembuí”, como aquí a la mala semilla. El asesinato de Cristo, que es el nudo del drama de la Redención, lo perpetraron los Saduceos, que eran herejes y LOS FARISEOS que eran Malos Pastores, los cuales llevaron la voz cantante, y tuvieron el asunto en el puño.

No hay que admitir la exégesis santulona (buena quizá para otros tiempos), ni de la mano del autor de más autoridad. Aquí en estos comentarios míos hay muchas “primicias” (que Dios sea loado, pues de Él son) es decir, cosas que no están en ningún otro escritor, y son verdad. Eso no quiere decir que yo tenga más talento que los antiguos, sino que los tiempos cambian; y los que vivimos han cambiado con un paso y una decisión que espanta. “Nueva era”, dicen. Sí. Era de la Atómica… y del Luello maduro.

Esta parábola sola, hace trizas a la llamada “escuela escatológica”, la más vigente en la actual teología protestante, en su rama más radical (pues hay tres ramas), presidida hoy después de Weiss por Alberto Schweitzer, que es médico, toca el violín, escribe de teología y Escritura y ha hecho de misionero diletante en Africa. Schweitzer en su libro “La búsqueda del Jesús histórico” (edición alemana 1906) después de contradecir a su contemporáneo Wrede, dice en suma que Cristo creyó el Reino de Dios vendría por medio de un cataclismo que destrozaría el mundo entero y estaba ya a las puertas; que después vio que tardaba mucho y comenzó a pensar si no sería Él mismo el Rey Mesías; que discurrió que para conseguirlo tendría que sacrificarse; y que fue y descubrió su “Secreto” a la Sinagoga, y fue condenado… justamente, ¿por qué no? Que por tanto, su moral era “provisoria”, válida sólo para el breve lapso de la “Espera” del cataclismo; y su dogmática, otro tanto; y por eso son tan “exageradas”. Apoyándose en un disección que han hecho ellos del Evangelio de Marco (tres “estratos”, uno de los cuales es inventado y absurdo), Alberto el Suizo se despeña lógicamente en el escepticismo total, a la conclusión de que “del Cristo histórico nada cierto sabemos, ni el nombre, fuera de que predicó un Reino Esjatológico”.

Otra de sus peregrinas afirmaciones es de que Cristo predicó solamente cuatro o cinco semanas, pues no es posible que la policía romana y la sinagoga soportaran por más tiempo a semejante energúmeno. Y este Alberto es jefe de una “iglesia protestante”, y “maestro de Cristianismo”. La conclusión del libro es una especie de deísmo refinado, ateísmo en el fondo: dice que hay que cumplir mas o menos lo que Cristo mandó, y entonces Dios revelará en el fondo del corazón quién fue Cristo; cosa que hasta hoy nadie ha sabido.

Escribí esto porque los papeles de todo el mundo baten hoy parche a Alberto el Suizo, pintándonoslo como casi santo… o más que santo: premio Nobel y profeta de la Bondad. El ateísmo contemporáneo está interesado en hacer de él lo que llaman “una figura mundial”… como Mae West.

Digo pues que leyendo estas inepcias, que Cristo estaba alucinado por la idea de un cataclismo próximo; que Cristo no sabía determinar si era el Mesías o no; que no sabía lo que estaba fundando, en suma no sabía lo que hacía; que jamás soñó con fundar la Iglesia, que fueron san Pablo y otros; que no previó que el mundo podía durar todavía más de 40 años, etc., uno no puede menos de reírse, un poco cruelmente; porque éstos son desdichados. Cristo previó perfectamente los largos años de vida de la Iglesia, sus peripecias y desenvolvimiento, el lento crecimiento del árbol, su amenaza por la maleza, la larga paciencia de Dios y el lejano y definitivo final; y en consecuencia, la construyó cuidadosamente; proveyéndola de Jefe, de Jerarquía, de organización, de legislación, de principio fundamental, de judicatura, de remedio para sus enfermedades, de prevenciones para con sus enemigos y de consejos, que se revelaron infalibles, para todos sus miembros. Y eso lo hizo con la tranquilidad, la coherencia y la certeza del que está viendo desde aquí todo el mapa. Es un milagro por supuesto, es profecía. Ellos dicen que no pueden admitir ningún milagro, que donde hay un milagro hay que pasar el lápiz rojo sobre los Evangelios… El lápiz rojo va a pasar sobre el nombre déllos.

Maldonado concluye su breve e insípido comentario (en que se pone a atacar a Calvino y defender la Inquisición) con esta nota, que si él lo dice…: “Los siervos que se durmieron según todos los Santos Padres son los Obispos y demás eclesiásticos que deben velar (y se duermen algunos) por la mies del Paterfamilias; y aunque a algunos déllos no les hace gracia que esto se diga, ojalá que así como no les hace gracia, así no fuera verdad”. Atrevido el andaluz viejo.

De hecho, la edición española de Maldonado que manejamos ahora ha sido podada o cambiada por los Cinco Censores después de su muerte en muchísimas frases de “excesiva franqueza”; donde empero está la frase que copio. Felizmente, está en marcha hoy una edición crítica (Huby-Galdós) con el texto original del gran escriturista andaluz.

Leonardo CASTELLANI, Las parábolas de Cristo