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11 enero 2017 • Desde hace tres siglos se impone una ideología demoledora del matrimonio cristiano • Fuente: Radio Cristiandad

Padre Juan Carlos Ceriani

En la Fiesta de la Sagrada Familia

En aquel tiempo, siendo el niño de doce años, habiendo subido a Jerusalén, según solían en aquella solemnidad, acabados los días de las fiestas, al volverse ellos, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, y no lo advirtieron sus padres. Sino que, persuadidos de que estaría en la comitiva, anduvieron una jornada y empezaron a buscarle entre los parientes y conocidos. Mas no hallándole, se volvieron a Jerusalén, buscándole. Y sucedió, al cabo de tres días de haberlo perdido, que le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles unas veces y preguntándoles otras. Y cuantos le oían estaban asombrados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verle, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros? Mira, tu padre y yo te estábamos buscando, llenos de aflicción. Y él les respondió: ¿Y qué había para que me anduvieseis buscando? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre? Y ellos, por entonces, no comprendieron el sentido de las palabras que les dijo. Y descendió con ellos a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús creció en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Con ocasión de esta Fiesta de la Sagrada Familia, me parece muy importante volver sobre algunas de las principales verdades del matrimonio católico.

Quienes quieren, no sólo destruir el Catolicismo, sino incluso arrasar la sociedad, desde hace tres siglos imponen una ideología demoledora del matrimonio cristiano

Para ello utilizan la cátedra (con una pseudo-ciencia engreída; incluso la de clérigos, y hasta en los mismos documentos del conciliábulo Vaticano II y del adiestramiento posconciliar); la literatura (utilizando la ironía y la burla con habilidad diabólica); el teatro (degenerado por lo abyecto); el cinematógrafo y la televisión (simple pornografía viviente); la prensa en todas sus formas…

Desatadas las pasiones, sin normas en la inteligencia, sin barreras en la moral, el efecto es seguro: se arrollarán las notas esenciales del matrimonio, se desarticularán los fines que Dios le impuso.

Y la masa de católicos, envenenada por esa propaganda, que halaga a la animalidad, y sin la defensa del magisterio, perdió las normas de la doctrina y de la moral de Jesucristo y se va sumando a la práctica de esas ideas y de esas normas divulgadas por los revolucionarios, cuya finalidad es despojar al matrimonio de sus notas esenciales.

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Impuso Dios a la unión del hombre con la mujer las notas de unidad e indisolubilidad en el vínculo conyugal, para asegurar la procreación digna, que pudiese proporcionar a la sociedad hombres en el verdadero sentido de esta palabra, bien formados física, intelectual y moralmente.

Santificó Jesucristo esta unión conyugal, elevándola a Sacramento, que proporcionara con la gracia sacramental todas las ayudas que fueran necesarias para que los esposos pudieran cumplir con los deberes de su elevada misión.

Pero, además, Dios quiso poner alicientes naturales que estimularan la aceptación de las cargas de la paternidad y los molestos cuidados inherentes a la manutención y educación física, intelectual y moral de los hijos.

Ordenó Dios que en la vida conyugal existiesen atractivos que fuesen incentivos que inclinasen a la aceptación de los fines impuestos.

De donde se sigue que el uso de esos estímulos y alicientes, fuera del fin asignado por Dios, es una distorsión del plan divino, es una violación rebelde contra los preceptos de Dios.

Y fuera de este deber conyugal, en el legítimo matrimonio, están gravemente prohibidos el uso y la aceptación de los atractivos sensitivo-afectivos que le están vinculados.

Dios los concedió ligados a un fin elevadísimo, un fin necesario, el de la conservación de la especie. Y quedarse el hombre con el placer e impedir la generación a la que está ordenado por Dios, es trastocar este plan sapientísimo del Creador.

Poner obstáculos voluntarios que vicien el acto conyugal para evitar con toda diligencia la prole, eso es lo que constituye el gravísimo pecado de rebelarse el hombre contra Dios y sus leyes, al impedir el fin primordial a que Dios destinó el matrimonio.

Muy distinto es el caso en que no se sigue la gestación de un nuevo ser humano, sin la intervención humana libre y voluntaria.

Ninguna culpa es imputable a los esposos aquí, “pues hay, tanto en el mismo matrimonio, como en el uso del derecho matrimonial, fines secundarios, verbigracia, el auxilio mutuo, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia, cuya consecución en manera alguna está vedada a los esposos, siempre que quede a salvo la naturaleza intrínseca de aquel acto y, por ende, su subordinación al fin primario”.

Así se expresa Pío XI en la Encíclica sobre el matrimonio cristiano, Casti connubii, del 31 de diciembre de 1930.

El viciar voluntariamente la naturaleza del acto conyugal, eso es injuriar gravemente al Creador, que concedió para engendrar la vida todo cuanto es inherente al proceso generador.

¡Cegar las fuentes mismas de la vida! ¡Tremenda violación del fin primario del matrimonio! Este es el gran pecado de la actual vida matrimonial.

Se viola y se desarticula el plan de Dios con todas las prácticas anticonceptivas y con todas las distintas inmoralidades del onanismo.

“Los que en el ejercicio del acto conyugal lo destituyen adrede de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta”, dice Pío XI.

Y todavía se acrecienta la malicia de la violación del fin primario y esencial del matrimonio, el bien de la prole, cuando se atenta, por cualquier motivo o pretexto, contra la vida del ser ya engendrado. Violación criminal del fin primario del matrimonio.

Crimen horrendo, violador de los derechos de Dios, único y absoluto dueño de la vida, que expresamente se reserva los derechos de ella.

Que la Sagrada Familia, que tuvo que huir a Egipto para escapar de la malicia de Herodes y tanto se condolió de las madres de los Santos Inocentes, interceda para detener la matanza de tantos cándidos seres perpetrada en el seno mismo de sus madres por los modernos Herodes…

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A esta desarticulación privada e individual, ha de añadirse la desarticulación pública y social del matrimonio.

El divorcio, la ruptura del vínculo conyugal, atentado público y social contra la indisolubilidad del vínculo matrimonial, nota esencial de la naturaleza del matrimonio, he aquí el medio de la desarticulación pública y social del matrimonio.

El divorcio se opone al fin primario del matrimonio, es decir la procreación y educación de la prole hasta la edad perfecta; y también es opuesto al fin secundario de la mutua ayuda de los esposos.

El divorcio tuvo y tiene sus propugnadores de matices sentimentalistas, y sus propugnadores de ribetes filosóficos.

Matices sentimentalistas, en los que se dramatizan desavenencias conyugales; al mismo tiempo que se poetizan idilios de amores comprendidos y correspondidos, posibles de gozarse con la existencia legal del divorcio.

Ribetes filosóficos, basados en la libertad del contrato conyugal, para de ahí aprobar el divorcio, es decir la libertad para anular dicho contrato, y caer en el amor libre, o la libre saciedad de la sexualidad, sin más requisitos que los que a uno mismo le plazca ponerse.

Nació el divorcio de la pasión, enmascarada con el sentimentalismo y con el disfraz de traje filosófico.

Pero contiene algo más transcendente que el intento de la ruptura del vínculo conyugal… Se quiso con el divorcio hacer saltar en añicos el fundamento de la sociedad, que es la familia.

Se quiso demoler la familia, para que, una vez suprimida, se pudiese impunemente atacar a la Religión. Es el divorcio un arma predilecta de ataque contra la Iglesia.

Porque el divorcio no es una panacea que evita los conflictos conyugales, ni contiene el bien de la sociedad en que se implanta.

El divorcio atenta, por su misma esencia, contra los fines primario y secundario del matrimonio; es el destructor del matrimonio y de la familia; cuartea los cimientos de la sociedad.

El fin primario del matrimonio, la procreación y educación de la prole hasta la edad perfecta, queda hecho añicos por el divorcio.

El divorcio es esterilizador. ¿Para qué engendrar, si la prole concebida no trae sino cuidados, responsabilidades, gravámenes económicos, ataduras opresoras…, que impiden el gozar sin estorbos del placer egoísta de la vida?

¡Qué contraste! ¡El matrimonio instituido por Dios para el bien de la prole, con su nacimiento digno y su educación integral, y el divorcio demoliendo este fin primario del matrimonio!

¡Arrasar la familia, raer todo pudor y delicadeza de instinto materno en la mujer, reducir la paternidad al acto fisiológico estéril!

El divorcio desemboca fatalmente en la poliandria sucesiva para la mujer, y en la poligamia sucesiva para el hombre; eufemismos que encubren las realidades de la prostitución y del harén

Menos que pura animalidad, porque en las uniones zoológicas no se viola jamás el instinto de paternidad y maternidad, ni jamás desaparece el instinto del cuidado y defensa de la prole.

Y tal es el torrente avasallador del divorcio, que se ha llegado a la industrialización y tráfico del divorcio.

Industrializarlo, cotizarlo, negociar con el divorcio. Anuncios con reclamo de divorcios, agencias de divorcio y abogados especializados en el divorcio. Cuestión de dinero. Se paga la cuota, y todo corre a cargo de los industrializadores del divorcio. El presentar la demanda, el justificar los motivos, el obtener la sentencia.

¡Pensar que se ha llevado la negociación con el vínculo conyugal a los mismos tribunales eclesiásticos!… Claro está que encubierto por el nombre de “declaración de nulidad”, por motivos que no sólo no la prueban, sino que ni siquiera justificarían la separación sin ruptura del vínculo.

Y aquí el esfuerzo de las agencias eclesiásticas de nulidad de matrimonios… La cuestión es poder acallar a la pasión, que está inquieta por volar a contraer un nuevo vínculo.

¿Nuevo vínculo? ¡Ni hay nulidad del primer matrimonio, ni hay posibilidad de legítimo segundo matrimonio!

No hay nada más que un enorme sacrilegio, en el que han intervenido personas sacrílegamente criminales, que se han atrevido a traficar con el Sacramento.

Declamaciones sentimentalistas, ridiculeces filosóficas y sacrílegas componendas han querido corregir la plana a Dios y enmendar la Doctrina de Jesucristo.

A la Doctrina de Jesucristo sobre el matrimonio, cimentada en los deberes conyugales para el bien de la prole y de la sociedad, se la ha querido sustituir por la de la saciedad del egoísmo como norma única de moralidad.

Se ha divulgado: “cesa el deber, cuando origina incomodidad”; “no hay obligaciones, cuando exigen sacrificios”; “la ley desaparece, en cuanto es penoso su cumplimiento”; y de estas premisas no han podido deducir más que esta consecuencia: “la ley de toda moral es el propio placer”.

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Y con esta ley, se comprende perfectamente:

> que se rompa el vínculo conyugal, porque sujeta;

> que se evite la natalidad, porque es carga;

> que se descuide la formación de los hijos, porque es preocupación y molestia;

> que, en una palabra, se desarticule la esencia del matrimonio y de sus fines.

Con esta ley, de hacer norma de la moral al principio del placer, se comprenden las infidelidades conyugales; se comprende que se conculquen todos los fines secundarios del matrimonio…

Y lo gravísimo en el divorcio admitido es ésto: ¡que está admitido!; esto es, que se le cubre con apariencias de legitimidad.

No es ya la violación individual del vínculo matrimonial, es la violación social y pública de la Doctrina de Jesucristo referente al matrimonio.

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No se pueden dislocar los miembros y perturbar las funciones del organismo, sin sufrir las consecuencias del dolor y de la muerte.

No se puede atentar contra la Doctrina de Jesucristo, sin sufrir socialmente las fatales consecuencias que hemos visto: el matrimonio cristiano dislocado por el divorcio, sumido en el fango del apetito pasional más que bestializado, esterilizando las fuentes de la vida, abandonando la prole, criminalizando la sociedad y poniendo como norma de la ley el egoísmo del placer…

Católicos… ¡matrimonios católicos!… en este ocaso del mundo, con vuestra conducta, ¡¡dignificad el hogar!!, ¡¡santificad vuestro hogar!!

Con vuestro influjo trabajad, en vuestro entorno inmediato, por el mantenimiento del matrimonio y del hogar en la doctrina de Jesucristo.

No sólo obtendréis así vuestra propia felicidad, sino que conseguiréis el bien básico de la sociedad.

Que la Sagrada Familia de Jesús, María y José, bendiga a todos los hogares verdaderamente cristianos; los sostenga y fortalezca; y obtenga para sus miembros las gracias especiales para santificarse en estos tiempos tan difíciles como dramáticos.