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18 diciembre 2016 • "Y verán todos los hombres la salud de Dios"

Marcial Flavius - presbyter

4 Domingo de Adviento: 18-diciembre-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Lc 3, 1-6: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilato la Judea, siendo Herodes tetrarca de la Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene, hallándose Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, el Señor hizo entender su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y vino por toda la ribera del Jordán, predicando un bautismo de penitencia, para remisión de los pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle será terraplenado, todo monte y cerro rebajado; y los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos allanados: y verán todos los hombres la salud de Dios.

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Reflexión

San Juan Bautista nos invita con su predicación a preparar el camino para recibir al Señor que viene. Nos recuerda cuál debe ser nuestra correspondencia al acontecimiento de la Navidad.

Podemo decir que nuestra vida es también como un Adviento un poco más largo, una espera de ese momento definitivo en el que nos encontraremos por fin con el Señor para siempre. El cristiano sabe que ha de prepararse para este Adviento todos los días de su vida si quiere acertar con seguridad en lo único verdaderamente importante de su existencia: encontrar a Cristo en esta vida, y después en la eternidad.

En ese continuo Adviento que es nuestra vida, la predicación del Bautista nos enseña a vivir según Dios y a cambiar nosotros personalmente, pasando del egoísmo al servicio caritativo.

La venida del Hijo de Dios es la mayor prueba del amor de Dios al hombre: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1Jn 4, 9). Y Amor con amor se paga. La esperanza de una eternidad feliz nos obliga a comprometernos a mejorar aquí en la tierra la situación, también material, de nuestros hermanos. Sin limitarse a las normas de estricta justicia, sino practicando el amor mutuo que Jesús definió como el distintivo de los cristianos: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35) «No sólo de palabra ni de boca –precisa San Juan- sino con obras y de verdad» (1Jn 3, 18).

«En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de gozo la criatura en su vientre. Y se llenó Isabel del Espíritu Santo». Llevando a Dios dentro de sí, la Virgen siembra de gozo y de presencia del Espíritu Santo a Isabel y a su hijo. Para hacer el bien a los demás, no basta cristianamente hablando, el humanitarismo que prescinde de las realidades sobrenaturales y de la salvación. No habrá verdadera ayuda a los demás que no pase por llevarles –como María- esa presencia de Dios y esa vida de la gracia.

Nuestra Señora manifestó una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra. De los pocos pasajes del Evangelio que se refieren a su vida, dos de ellos nos hablan directamente de su atención a los demás: fue generosa con su tiempo para atender a su prima Santa Isabel hasta que nació Juan; estuvo preocupada por el bienestar de los demás, como nos muestra su intervención en las bodas de Caná. Fueron actitudes habituales en Ella.

Imitando a la Virgen, llenos de fe, sepamos esperar a su Hijo Jesucristo, en estos días que preceden a la Navidad, para vivir unidos a Él en caridad el resto de nuestros días y contemplarle por toda la eternidad en el Cielo.