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21 noviembre 2016 • ¿Cómo se me habrá ocurrido aludir a la abducción que sufrimos precisamente en el entorno del 20 de noviembre?

Manuel Parra Celaya

Un «chip» en nuestro cerebro

censuraEs conocida la figura del abducido a través de la literatura y el cine de ciencia-ficción: se trata de terrícolas a los que malvados extraterrestres han colocado un chip en su cerebro para transformarlos en colaboracionistas maquinales a la hora de la invasión futura. El abducido, por lo tanto, es un ser predeterminado en sus pensamientos y reacciones, sin voluntad propia, sumiso y obediente a los dictados de sus desconocidos directores.

Tengo por seguro, no obstante, que el fenómeno de la abducción ya no es monopolio del ámbito de la fantasía futurista, sino que está presente, cada vez más, en nuestras sociedades democráticas; la primera paradoja estriba en que reciban precisamente esta denominación los más perfectos y acabados modelos de tiranía que en el mundo han sido; sus precedentes –torquemadas, savoranolas, calvinos y, más modernamente, los llamados totalitarismos –en expresión acuñada en primer lugar por Lenin- tenían la ventaja de dejar abierta una compuerta mental a la rebelión, al rechazo frontal o clandestino, a los sistemas establecidos; ahora, en cambio, el acatamiento del súbdito (se me hace difícil decir ciudadano) es completo y se expresa casi con gratitud, gustosamente, pues está convencido de estar en el camino de la verdad única, y, como él, todos los que le acompañan a modo de rebaño por los trillados senderos que debe recorrer la masa de la que forma parte.

Las acciones punitivas, los castigos, los encarcelamientos y confinamientos en el gulag de turno han sido sustituidos por la implantación del chip cerebral, que nos confiere la abducción al Sistema. Este artilugio no ha sido implantado por alienígenas, sino por los muy terrestres ingenieros sociales.

Además, el chip sirve para distribuir a la población, con suma habilidad, en los diferentes roles políticos que deben ocupar, ya se trate de situaciones a babor o a estribor, más o menos moderadas o extremas; en unos casos, el papel se ejerce con entera complacencia, en otros, sin tener conciencia de lo asignado. Su instalación en el cerebro no distingue de estados civiles, ni de uniformes ni de alzacuellos.

Los directores y los ingenieros, eso sí, ponen gran cuidado en detectar, proscribir y, si cabe, enjuiciar a quienes se han escapado de la abducción; esos reciben la calificación y el trato de delincuentes. Porque la máxima transgresión social que se puede acometer actualmente es optar por el disenso, por la no aceptación del Pensamiento Único impuesto; se permiten, eso sí, otro tipo de excesos en nombre de la tolerancia, pero nunca el crimen supremo de la disidencia.

Ni siquiera cabe el recurso del que disponían los delincuentes de otras épocas lejanas: acogerse a sagrado, porque ahora lo sagrado, o contemporiza con lo establecido o es denunciado y asignado al lugar de llanto y crujir de dientes donde van los proscritos del Sistema; así, se dictarán leyes severas (Memoria histórica), se amenazará con multas cuantiosas (Valencia), se profanarán impunemente sepulcros (Pamplona) o se procederá al ensañamiento de un párroco que se ha atrevido a celebrar una Eucaristía por los caídos de la División Azul (Barcelona). Nadie apele al Estado de Derecho o a la libertad de expresión, convertidas en meras entelequias.

La abducción implica una fuerte autocensura: lo que no se puede decir no se debe decir, o, mejor, lo que no se puede pensar no se debe pensar: si una idea emancipada brota de repente, esta no debe ser manifestada en público; habrá que velar por el uso de las palabras, midiéndolas con cuidado para que no escapen de la corrección; el asentimiento ante la opinión publicada será unánime…

Procura el Sistema que los chips se instalen a corta edad, con el fin de evitar sorpresas desagradables en la edad adulta; en muchos casos, el primer quirófano del súbdito es el aula; y el riesgo que comporta esa institución caduca que se llama familia se tiende, de día en día, a controlar diversificando su sentido o anulándole la facultad educativa y socializadora.

¿Es posible desprenderse del chip? Creemos que sí, sobre todo en función de ese valor eterno del que dispone el ser humano y que le fue otorgado por al Creador: la libertad; pero ese don precisa, para su puesta en práctica, de una conquista diaria, para la que será indispensable otro atributo humano: la capacidad de raciocinio y de reflexión crítica. La tarea liberadora de la abducción no empieza, pues, en el área de la política, sino en lo más íntimo de nuestra conciencia.

Y, a todo esto, ¿cómo se me habrá ocurrido aludir a la abducción que sufrimos precisamente en el entorno de esta fecha del 20 de noviembre? Quizás porque tengo en mi memoria a un español –entre otros muchos- que se afanó en esa búsqueda de la libertad por el camino del pensamiento, sin cuya constante vigilancia la acción es pura barbarie. Quizás porque, a día de hoy, en Barcelona han cerrado las puertas de una iglesia para que no se pudiera celebrar una Misa en sufragio de su alma. A lo mejor, me será permitido rezar por él –y por todos- aunque sea en la intimidad de mi domicilio…

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