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17 noviembre 2016 • José Antonio mantuvo unas constantes a lo largo de la evolución, desarrollo y acumulación de ideas

Manuel Parra Celaya

Un José Antonio para el siglo XXI

Con motivo del LXXX aniversario del asesinato de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), y con el objeto de repensar, conocer y difundir la obra y doctrina del fundador de Falange Española, desde el Foro Historia en Libertad hemos pedido su colaboración a una serie de filósofos, historiadores, periodistas, profesores… En días sucesivos publicaremos estas aportaciones cuya calidad no dudamos estará a la altura del homenaje merecido por el hombre que las ha suscitado.

MANUEL PARRA CELAYA de 67 años; casado felizmente y padre de tres hijos, dos de ellos, a su vez, ya casados y el tercero, soldado del Ejército español. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Formado en la Organización Juvenil Española desde 1961; Militante Juvenil a los 17 años; miembro del Círculo Doctrinal José Antonio; integrado en las Juntas Promotoras de FE de las JONS, pero no «fichado» por partido alguno, dada la «diáspora azul» y su adhesión a la «Falange Hipotética»…Actualmente, asociado a Plataforma 2003, patrono de la Fundación José Antonio y miembro de Hermandad Doncel, Encuentros y Hermandad de la Santa Cruz del Valle de los Caídos; vicepresidente de la Hermandad del Frente de Juventudes. Profesionalmente, está jubilado hace dos años después de cuarenta de ejercer como profesor de Lengua Española y Literatura en Secundaria.

jose-antonioEn una época en que estrictamente lo presente –y, por tanto, lo fugaz y caduco- ocupa las páginas de los medios y la atención del ciudadano y que es incómodo –y aparentemente inútil- escribir fuera de los cánones de lo políticamente correcto, parece un desafío traer a la memoria a un personaje que murió hace la friolera de ochenta años. Me refiero a José Antonio Primo de Rivera, de cuyo fusilamiento en Alicante está a punto de cumplirse otro aniversario en próximo 20 de noviembre.

A la pregunta ¿por qué escribir hoy sobre José Antonio? se puede responder, a la gallega, con la de ¿tiene algo que ver con los problemas de la España y del hombre del siglo XXI? Si la contestación a la segunda es negativa, es obvio que la primera suscitará un rechazo frontal, pero quien se acerque con cierta curiosidad, exenta de prejuicios, a sus Obras Completas (edición de Plataforma 2003) quizás llegue a opinar de manera distinta.

La evidencia de que existe hoy en día esa curiosidad lo prueban la proliferación de libros y estudios que tratan sobre su figura y su obra (quizás muchos más que los publicados durante el anterior Régimen) y la atracción que suscita entre hispanistas y estudiantes de varios países de Europa y de Hispanoamérica, no tan sometidos a la censura de pensamiento como España. Según parece, no todo está dicho sobre José Antonio.

¿Y qué es lo que nos puede aportar, desde su pasado, alguien que no llegó a conocer, por ejemplo, el desenlace de la última guerra mundial, la fuerza de la energía atómica, el Concilio Vaticano II, la estrepitosa caída del socialismo real y sus muros y telones, la revolución tecnológica imparable, la globalización y la vertiginosa aceleración histórica que estamos viviendo?

Por supuesto, para vislumbrarlo, habrá que discernir inteligentemente entre las cuatro categorías que establece el profesor Argaya Roca en su libro: Entre lo espontáneo y lo difícil (Apuntes para una revisión de lo ético en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera), Oviedo: TARFE, 1996:

  • Lo superficial, es decir, lo accesorio, el sonido de su época.
  • Lo contingente, esto es, las soluciones prácticas que dio a los problemas de su tiempo.
  • Lo permanente, «ese formidable díptico que se empeñó en armonizar: Patria y justicia.
  • Y lo esencial, la preocupación ética y metafísica, el pilar sobre el que cabe sustentar toda acción revolucionaria posterior».

Empecemos por este último apartado, que es el que fundamenta todo un ideario y que nos presenta una elaboración, si no acabada sí sugestiva en extremo, que está tan distante, no solo de los partidos de los años 30 del pasado siglo, cuando se fue desarrollando entre inmensas dificultades la concreción política falangista, sino de toda la gama de partidos e ideologías de hoy. José Antonio no parte de un estatismo hegeliano (al modo del fascismo, tan atrayente en aquellos momentos), ni del individuo soberano (anarquismo, y hoy postmodernismo), ni del relativismo liberal (actualmente, neoliberal), sino de una concepción religiosa, de base inequívocamente cristiana, del hombre, cuya naturaleza se sustente en los valores eternos e intangibles de la dignidad, la libertad y la integridad; ningún político hubiera osado –ni se atreve hoy- empezar su elaboración doctrinal afirmando que el ser humano está dotado de un alma inmortal, capaz de condenarse o salvarse; esta afirmación de trascendencia, permanente en su discurso, ni siquiera es esgrimida por los partidos confesionales, cosa que nunca fue la Falange joseantoniana, al modo de una democracia cristiana de la posguerra mundial.

cara al sol_7 En el que iba a ser su último ensayo –no concluido por razones evidentes, en la cárcel del Frente Popular, un par de meses antes de su condena, desarrolló estas ideas y las aplicó a una cosmovisión de su momento histórico; se trata del Cuaderno de notas de un estudiante europeo y, allí, Primo de Rivera ya ha superado la atracción ideológica del seductor fascismo y lo denuncia como falso, porque acierta a barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por la idolatría y porque no remueve la verdadera base: el capitalismo; después de pasar revista a otras pretendidas soluciones, su conclusión es que la solución es religiosa: el recobro de la armonía del hombre con su contorno en vista de un fin trascendente. Este fin no es la patria ni la raza, que no pueden ser fines en sí mismos: tienen que ser un fin de unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento.
Su rechazo rotundo de las tesis marxistas no venía dado, en consonancia con lo anterior, por oponerse a la necesidad de una transformación radical de la sociedad capitalista injusta, sino por su repudio al materialismo histórico y dialéctico, que asimilaba el comunismo a una nueva invasión de los bárbaros; la revolución falangista, por el contrario, partía del respeto al hombre y a su trascendencia.

El trasfondo metafísico concede importancia fundamental a una dimensión ética de la política; la manera de ser, más que la manera de pensar, confiere la verdadera dimensión del falangismo joseantoniano, aspecto que a veces no ha sido bien entendido por algunos que se decían sus seguidores. La trayectoria vital de José Antonio constituye un ejemplo por sí misma, y no es extraño que el genial Enrique de Aguinaga, decano de periodistas, lo defina como arquetipo, es decir, como modelo, por encima de las fluctuaciones de la historia y de la aceptación o no de algunas claves de su pensamiento.

Si de lo esencial pasamos ahora a lo permanente, destaquemos la voluntad de síntesis que se refleja en todas sus propuestas: síntesis superadora de la dicotomía de la izquierda, de la derecha y de un supuesto centro, por integración de los valores importantes que todas estas tendencias propugnan; síntesis entre posiciones centrífugas y centrípetas, lo que nos puede llevar a una reflexión, histórica y actual del problema de los nacionalismos en España y, por qué no, al problema de Europa, sacudida por las tentaciones de los euroescepticismos y del brexit; síntesis, volviendo a lo antropológico, entre individualismo y colectivismo, por asunción de un personalismo, más próximo a los movimientos franceses de este signo en los años 30 que a las corrientes totalitarias, como ha demostrado recientemente un trabajo de Ernesto Milá.

Por supuesto, es imposible reducir la riqueza de contenido en José Antonio a las breves líneas de este artículo; queden para la erudición o para un digno museo de historia diversos aspectos de lo contingente y lo superficial, pues, como ya señalaba agudamente Adriano Gómez Molina hace años, ni el tiempo de José Antonio es el nuestro ni las soluciones que él bosquejó para aquella circunstancia histórica pueden ser acaso adecuadas para este momento, tan distinto al suyo, aunque prevalezcan, en el fondo, los mismos problemas de entonces.

Y esta es la tentación que deben superar quienes se definen hoy, de alguna manera, como herederos de lo joseantoniano: ni caer en inútiles ucronías ni hacerle el peor favor que se le puede hacer a un clásico: repetirlo una y otra vez, imitarlo en sus expresiones o trasplantar sus soluciones de entonces al hoy. Lo indicado será, a lo mejor, adivinarlo: qué hubiera dicho y hecho de encontrarse en el momento actual, con fidelidad a unas constantes que mantuvo a lo largo de la evolución, desarrollo y acumulación de ideas (Francisco Torres); y, por supuesto, crear a partir de esas constantes.

Aquel Dionisio Ridruejo, frustrado en cuanto a falangista pero no olvidado de sus raíces y de su admiración por quien fue su maestro y jefe, lo dejó dicho en una añeja revista universitaria: Más que vivir de José Antonio, hay que vivir en José Antonio.

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