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30 octubre 2016 • Esta es la razón de nuestra esperanza… • Fuente: Radio Cristiandad

Padre Juan Carlos Ceriani

Sermón de la Solemnidad de Cristo Rey

En aquel tiempo, dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los judíos?Respondió Jesús: ¿Dices tú éso de ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?Replicó Pilatos: ¿Qué? ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuese mi reino, mis gentes me habrían defendido para que no cayese en manos de los judíos; mas mi reino no es de aquí. Le replicó a ésto Pilatos: ¿Conque tú eres Rey? Respondió Jesús:Así es como dices: Yo soy Rey. Yo para ésto nací, y para ésto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz.

Con gran fervor y piedad debemos celebrar esta Fiesta en honor de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores.

Ante las apasionantes circunstancias que nos tocan vivir, dicha celebración no deja de tener ciertos justificados ribetes de añoranza y de tristeza, que pueden llevar al pesimismo, desconsuelo y abatimiento.

Pues, ¡no debe ser así!

Nuestro fervor debe enardecerse y nuestra piedad ha de acrecentarse, ya que Cristo Rey reina y reinará por siempre.

Para alcanzar este doble objetivo, no llevados de un optimismo irreflexivo y alborotado, sino fundamentados en un sano realismo, cimentado en la divina Revelación, recorramos al largo camino de la realeza de Cristo desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pasando por los Salmos, los Profetas, los Evangelios y las Cartas de San Pablo.

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Sabemos que solamente a Dios pertenece el Reino, porque Él es el creador de Cielos y tierra.

Dios hizo al hombre para que fuese el rey de la magnífica creación; y le confirió a Adán una investidura divina, estableciéndole depositario de una parte de su autoridad, con la cual debía someter la tierra y dominar a los animales. Todas las cosas fueron puestas bajo su dominio…

Sin embargo, para recordar a Adán su autoridad, Dios puso un límite al poder conferido; se reservó un árbol.

Por medio de esta reserva quiso significar su autoridad suprema. Desde el jardín del Edén quedó, pues, a salvo el principio de la divina soberanía, de la realeza de Dios.

Conocemos el desarrollo de una triste historia. Con su gesto de independencia, Adán sobrepasó sus derechos, intentando arrebatar el Reino a Dios para hacerse rey a sí mismo y por él mismo.

El hombre siguió el mal ejemplo del ángel orgulloso en su revuelta; y conocemos sus consecuencias.

Jesucristo, obediente, viene al mundo para restaurar el Reino, cuya posesión perdieron Lucifer y Adán por su insubordinación a Dios.

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Sin embargo, como estaba profetizado, esa restauración ha sido parcial en la Primera Venida de Señor. La restauración plena y definitiva se realizará después de su Segunda Venida, con el establecimiento de su Reino.

Efectivamente, este Reino será instituido en los tiempos de la restauración de todas las cosas en Cristo y por Cristo.

San Pedro nos dice claramente en las Actas de los Apóstoles (III, 21):Arrepentíos, pues, y convertíos, para que se borren vuestros pecados, de modo que vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el cual ha sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas.

En su Segundo Advenimiento, el Mesías operará la restauración de todas las cosas, según el orden prefijado por Dios.

Será entonces cuando Dios juntará en una todas las cosas en Cristo, las cosas que están en los cielos y las que están en la tierra, como enseña San Pablo escribiendo a los Efesios.

Se entiende por esto, dice Fillion, la época en que el universo entero será restaurado, transformado, regenerado con todo lo que contiene. En efecto, según la doctrina bíblica, si la tierra, que participó en cierto modo en los pecados de la humanidad, fue condenada con ella, será también transfigurada con ella al fin de los tiempos”.

San Pablo nos describe de este modo la sucesión de los acontecimientos (I Cor. XV, 22-25):

Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía; después el fin, cuando Él entregue el Reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies”.

Hasta que ponga, etc.: Después de haber triunfado completamente de todos sus enemigos, Jesucristo cambiará esta manera de reinar en otra más sublime y más espiritual; así lo explica Santo Tomás.

Si Jesús tiene que entregar a su Padre un Reino, es preciso que Él tenga un Reino claramente establecido.

¿Se ha realizado ya este Reino?

Evidentemente no.

Si su Reino estuviera establecido, no diríamos ¡Venga tu Reino!, y San Pablo no habría señalado el Reino de Cristo como algo que acaecerá después de su vuelta.

Actualmente Jesús participa del trono de su Padre. Ahora no vemos aún que todas las cosas le están sometidas (Hebreos II, 8), pero es preciso que su Reino sea un Reino personal, en el cual dominará todas las cosas.

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¿Cuál era el plan de Dios?

Dios, que por medio del don de la Ley preparó un pueblo para recibir a Cristo, quería también prepararlo para acoger el reino mesiánico.

Dios es arrojado por su pueblo, como lo ha sido por Adán, como Jesús lo será por los judíos.

Pero Dios no se deja vencer por el mal y frustra los designios perversos de los hombres.

El rey David será el antepasado directo de Cristo.

A David, pues, son conferidas las más magníficas promesas mesiánicas.

El Arcángel San Gabriel confirmará a la Virgen esta profecía: “Se le dará el trono de David, su padre“.

Así, la organización de la realeza humana, contraria al principio a la voluntad de Dios, llegó a ser la figura de aquella de Cristo, raíz y posteridad de David.

He aquí que viene Cristo. El tiempo se ha cumplido…, ese tiempo marcado por los Profetas, y muy particularmente por Daniel.

Desde su nacimiento es reconocido como Rey por algunos de entre los judíos y los gentiles.

Pero ¿será Él quien restaure el reino de Israel? ¿Será Él quien empuñe el cetro salido de Judá y rechace la dominación romana que se extiende sobre el pueblo de Sión?

Mi Reino no es de este mundo” declara a Pilato; lo que significa: mi Reino no procede de este mundo.

Jesús no dice que su realeza no ha de ejercerse sobre este mundo, sino que no procede de éste, viene ella de más arriba, de lo alto.

Pero a la pregunta de Pilato: “¿Eres tú rey?” Jesús responde: Tú lo dices; Yo soy rey, para esto nací.

Jesús nació para ser rey, pero su Reino no querrá recibirlo, ni de Satanás, que se lo ofreció en el desierto, ni de la multitud agradecida por el milagro de los panes y que quiere apoderarse de Él y hacerlo rey.

Cristo no podía ser proclamado rey en otra parte que no fuese Jerusalén. Las profecías eran claras sobre el particular.

El día de Ramos, en Jerusalén, Jesús aceptó la aclamación entusiasta del pueblo. ¿No debió traer consigo la de los jefes de la Sinagoga? Esta era la adhesión que Dios hubiera querido para su Cristo, si Israel no hubiese desechado su llamamiento.

Cristo permitió pues, el cortejo triunfal de Betfagé al Templo y montado sobre el pollino acoge los cantos de los niños.

Pero Nuestro Salvador no fue reconocido rey por los jefes, antes por el contrario ellos buscaban cómo hacerlo morir.

Entonces Jesús lloró sobre la ciudad deicida: ¡Jerusalén, Jerusalén! Yo os lo digo, ya no me veréis más hasta tanto que digáis: Bendito sea el que viene en el nombre del Señor.

La ciudad Santa y sus sacerdotes han desconocido al Rey. El establecimiento del Reino es, desde entonces, rechazado hasta que resuene el mismo grito, aquél de los niños en el día de las palmas: Bendito sea el que viene en el nombre del Señor.

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Cuando Jesucristo vuelva para reinar, se manifestará bajo un doble aspecto: traerá la paz definitiva a la tierra; pero para restablecer este reino de paz, aplastará el poder de sus enemigos.

El Apóstol San Pablo da una gran importancia a este triunfo de Jesucristo sobre sus enemigos. Las profecías relativas a esos tiempos y las descripciones de esos combates están referidas especialmente en los Salmos, en los Profetas y en el Apocalipsis.

Si Jesucristo debe establecer un reino de paz, vendrá primero a destruir las falsas autoridades y a fundar su Reino sobre la justicia.

¿Qué pasará entonces el día del Reino de gloria?

Encontramos una primera respuesta, muy precisa, en la interpretación dada por el Profeta Daniel a un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia.

Nabucodonosor había visto en sueños una gran estatua cuya cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies en parte de hierro y en parte de barro. El rey la estaba mirando, cuando una piedra se desprendió sin ayuda de ninguna mano y golpeó la estatua en los pies de hierro y de barro y los trituró. La estatua se desplomó y la piedra que la golpeó llegó a ser una gran montaña que llenó toda la tierra.

El Profeta Daniel explicó la significación simbólica: En los días de aquellos reyes el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una piedra —no por mano alguna— que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de suceder en lo porvenir. El sueño es verdadero, y es fiel la interpretación.

La piedra de que habla esta profecía es el mismo Jesucristo.

Ahora bien, si lo que anuncia una profecía para la venida del Señor no tuvo lugar, ni lo pudo tener en su Primera Venida, lo esperamos seguramente para la Segunda, que entonces tendrá lugar, y se cumplirá con toda plenitud.

Vino la primera vez pacíficamente, sin ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes que le quisieron dar.

Pero llegará tiempo, y llegará infaliblemente, en que esta misma piedra baje por segunda vez con el mayor estruendo, espanto y rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la gran estatua.

Entonces se cumplirá con toda plenitud la segunda parte de la profecía.

No tenemos, pues, razón alguna para confundir un misterio con otro. Aunque la piedra en sí es una y la misma, esto es, Cristo Jesús, sin embargo las venidas a esta nuestra tierra son ciertamente dos, muy diversas entre sí, y tan de fe divina la una como la otra.

De este modo, lo que no se verificó, ni pudo verificarse en la primera, se verificará infaliblemente en la segunda.

Consideremos. La Iglesia presente, ¿es en realidad aquel reino célebre, que ha arruinado ya, ha desmenuzado, ha convertido en polvo y consumido enteramente todos los reinos figurados en la estatua, o en los dedos de sus pies?

Comparemos las palabras que se dicen de la piedra, que quebrantará y acabará todos estos reinos; con aquella evacuación de que habla San Pablo,cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud, y veremos un mismo suceso, anunciado con diversas palabras.

San Pablo dice que cuando el Señor venga, evacuará la tierra, en primer lugar, de todo principado, potestad y virtud. El Profeta Daniel dice que destruirá y consumirá todos los reinos figurados en la estatua.

Comparemos, del mismo modo, estos dos lugares con lo que se dice en el salmo CIX, hablando con Cristo mismo, El Señor está a tu derecha, quebrantó a los reyes en el día de su ira, con lo que se dice en el Salmo II, entonces les hablará Él en su ira, y los conturbará en su furor, con lo que se dice de todos los reyes de la tierra en el capítulo XIX del Apocalipsis, y ésto al venir ya del Cielo el Rey de los reyes.

Todo ésto, y muchas más cosas que sobre ésto hay en las Escrituras, es necesario que se verifique algún día, cuando la piedra baje del monte; pues para entonces están todas ellas anunciadas manifiestamente.

Entonces deberá comenzar otro nuevo Reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual Reino lo formará la misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua; la piedra que había herido la estatua, se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra.

A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade, después de la evacuación de todo principado, potestad y virtud, que es necesario que Él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies.

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A los que temen la caída de la piedra, la venida del Señor en gloria y majestad se les dice en el Salmo segundo: Cuando en breve se enardeciere su ira, bienaventurados todos los que confían en Él.

A estos se les dice en el Evangelio: Entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Cuando comenzaren pues a cumplirse estas cosas, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

A estos se les dice en el Apocalipsis: Y el Espíritu, y la Esposa dicen: Ven. Y el que lo oye diga: Ven.

Por lo tanto, los que Esperan al Salvador Nuestro Señor Jesucristo, el cual reformará nuestro cuerpo abatido, para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso, según la operación con que también puede sujetar a Sí todas las cosas, nada tienen que temer; deben arrojar fuera de sí todo temor, y dejarlo para los enemigos de Cristo, a quienes compete únicamente temer, porque contra ellos viene.

Dichosos mil veces los que la creyeren; dichosos los que le dieren la atención y consideración que pide un negocio tan grave; ellos procurarán ponerse a cubierto, ellos se guardarán del golpe de la piedra, ciertos y seguros que nada tienen que temer los amigos; pues sólo están amenazados los enemigos.

Mas si no se cree la noticia, o se la desprecia y echa en olvido, ¿qué hemos de decir, sino lo que decía el Apóstol de la venida del Señor? Que el día del Señor vendrá como un ladrón de noche. Porque cuando dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repentina.

Las profecías no dejarán de verificarse porque no se crean, ni porque se haga poco caso de ellas; por eso mismo se verificarán con toda plenitud.

Toda autoridad será recogida por Cristo. Sí, toda autoridad. En Él se concentrarán todos los poderes celestes y terrestres. Todas las autoridades de la tierra, que han sido ejercidas desde Adán hasta el fin, autoridades imperfectas, menguadas, a menudo culpables, injustas y violentas; todas estas autoridades débiles o falseadas, usurpadas o degeneradas serán restablecidas según la justicia de Cristo, cuyo trono se asentará sobre la justicia y equidad.

Serán restauradas estas autoridades en cada uno de los redimidos, de los vencedores, porque, al lado del Rey de los reyes, cada elegido será rey.

Restablecimiento incomparable del poder de Adán y de todos los poderes conferidos por Dios a los hombres en el curso de los siglos.

Jesús será realmente el Príncipe de los reyes de la tierra.

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El Profeta Daniel contempló el tiempo en que Nuestro Señor Jesucristo tomará posesión personal de su trono para reinar sobre la tierra y los Cielos:

Se sentó el tribunal y fueron abiertos los libros. Miraba yo entonces a causa del ruido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; y mientras estaba mirando fue muerta la bestia y su cuerpo destruido y entregado a las llamas del fuego. A las otras bestias también les fue quitado su dominio, pero les fue prolongada la vida hasta un tiempo y un momento. Seguía yo mirando en la visión nocturna, y he aquí que vino sobre las nubes del cielo uno parecido a un hijo de hombre, el cual llegó al Anciano de días, y le presentaron delante de Él. Y le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es un señorío eterno que jamás acabará, y su Reino nunca será destruido.

El Apóstol San Juan, por su parte, en sus visiones de Patmos vio también esta hora magnífica:

Y tocó la trompeta el séptimo ángel, y se dieron grandes voces en el cielo que decían: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos.” (…) Y salió del trono una voz que decía:“¡Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, pequeños y grandes!” Y una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: “¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado. Regocijémonos y saltemos de júbilo, y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”.

Después de los combates de Cristo descritos en el Capítulo XIX del Apocalipsis, Satanás es encadenado, ligado por mil años.

San Juan ve también a los que resucitan después de la gran tribulación.

Entonces, sólo entonces, se efectuará el juicio final, aquél del “gran trono blanco”, aquel juicio de los impíos en que serán abiertos los libros.

Después, vencidos Satanás y la muerte, Jesucristo entregará el Reino a Aquél que es Dios y Padre para reinar con Él por los siglos de los siglos.

Esta es la razón de nuestra esperanza…

Es por eso que celebramos con gran fervor y piedad esta Fiesta en honor de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores.

Es por eso que nuestro fervor se enardece y que nuestra piedad se acrecienta, ya que Cristo Rey reina ahora y reinará por siempre.

Christus vincit ! Christus regnat ! Christus imperat !