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12 octubre 2019 • Reina de la Hispanidad, ruega por nosotros

Angel David Martín Rubio

La Virgen María, Reina de la Hispanidad

Bautizo de los indios Pedro y Cristóbal en Guadalupe, obra de J.M. Núñez

Monasterio de Guadalupe: Bautizo de los indios Pedro y Cristóbal, obra de J.M. Núñez

Es bien conocida la página de Vázquez de Mella en la que, al evocar una serie de episodios de nuestro pasado más glorioso, acaba afirmando que «No hay acto nacional de trascendental importancia en que no aparezca la imagen de María».

A esta conclusión se llega porque el culto y el amor a la Virgen María se encuentran enlazados con toda la historia de España y brilla como una honrosa distinción en el espíritu de sus hijos. Entre esos hechos, no podían faltar el descubrimiento, conquista y evangelización de la América hispana. León XIII, en su carta apostólica “Quarto abeunte saeculo”, del 16 de julio de 1892, con ocasión del IV Centenario del Descubrimiento de América, enlazó la obra de Colón con la Virgen, recordando que la Madre del Señor asistió al Almirante en las dos fases del Descubrimiento: preparación y travesía.

Obligado por los portugueses y por los genoveses a partir sin ver cumplida su tarea, se dirigió a España y maduró al interior de las paredes de una casa religiosa su gran decisión de meditada exploración, teniendo como compañero y confesor a un religioso discípulo de San Francisco de Asís. Siete años después, cuando iba a partir al océano, atendió a cuanto era preciso para la expiación de su alma. Rezó a la Reina del Cielo para que esté presente en los inicios y dirija su recorrido. Y ordenó que no se soltase vela alguna antes de ser implorado el nombre de la Trinidad. Luego, estando en aguas profundas, ante un cruel mar y las vociferaciones de la tripulación, era amparado por una tranquila constancia de ánimo, pues Dios era su apoyo.

La historia nos dice que Colón y sus hombres desde un principio pusieron su empresa en manos de la Virgen María y América se llenó de lugares, santuarios, cofradías…, que conquistadores, misioneros y pobladores dedicaban a los misterios de mayor tradición hispana y a las advocaciones de sus propios lugares de origen.

Siglos más tarde, a propuesta unánime de las Cortes Generales Españolas, Carlos III solicitaba al Papa la declaración del patronazgo de la Inmaculada Concepción sobre España. Respondiendo a esta petición, Clemente XIII firmaba un Decreto el 8 de noviembre de 1760 proclamando a la Inmaculada como Patrona de España y el 25 de diciembre de 1760, la bula “Quantum Ornamenti” ratificaba de manera solemne esta proclamación. El 16 de enero de 1761, Carlos III firmaba un Decreto-Ley por el que proclamaba patrona de todos sus Reinos «a esta Señora en el misterio de su Inmaculada Concepción». Esta disposición de Ley lleva por título «Universal Patronato de Nuestra Señora en la Inmaculada Concepción en todos los Reinos de España e Indias». De esta manera alcanzaba reconocimiento oficial la veneración que durante siglos se ha dirigido en nuestra Patria a la Virgen Santísima bajo este Misterio. Y su protección se extiende a «todos los Reinos de España e Indias», es decir lo que entendemos hoy por España y las naciones de Hispanoamérica, donde recibe culto en numerosas advocaciones que, al igual que ocurría en la Península, jalonan la historia de los territorios situados entre el Atlántico y el Pacífico.

Reina de la Hispanidad

A comienzos de la década de los treinta del pasado siglo, la Cultural Isidoriana de Buenos Aires, anunció el propósito de proponer a todos los prelados hispanoamericanos que la Inmaculada Concepción, fuese proclamada solemnemente, Reina de la Hispanidad. Propondría, asimismo, que fuera el Rey de España, como sucesor de los Reyes Católicos quien presidiera la ofrenda y leyera el acto de consagración en presencia de todas las delegaciones y, por último pediría al Papa que enriqueciera con indulgencias la jaculatoria “Regina Hispanitatis, ora pro nobis” (Reina de la Hispanidad, ruega por nosotros), y a ser posible, fuese incluida en la Letanía Lauretana.

En 1946, el Consiliario Nacional de Acción Católica Española, Zacarías de Vizcarra (1880-1963), publico unas líneas elogiosas sobre la obra de Francisco Gutiérrez Lasanta titulada “La Virgen del Pilar, Reina y Patrona de la Hispanidad”. La tesis fundamental del libro quedaba a juicio de Monseñor de Vizcarra ampliamente demostrada: ninguna otra advocación de la Santísima Virgen puede alegar los mismos títulos que la del Pilar, para ser proclamada Reina y Patrona de la Hispanidad.

Recordaba también el autor como dieciséis años antes había enviado desde Buenos Aires al Congreso Mariano Hispano-Americano de 1929, en nombre del Clero Español de la República Argentina, una memoria impresa, con el título “Reina de la Hispanidad”, proponiendo que el Congreso pidiese a la Santa Sede que, tanto en España como en las demás naciones hispánicas, se pudiese añadir en la Letanía Lauretana la invocación “Regina Hispanitatis, ora pro nobis”, y fundamentando ampliamente las razones de esta petición.

Zacarías de Vizcarra relató ampliamente en “El Español” (7-octubre-1944) la ocasión que determinó el descubrimiento y promoción del vocablo “Hispanidad”, cuya creación le atribuían el propio Ramiro de Maeztu (autor de “Defensa de la Hispanidad”) y el cardenal Gomá (que pronunció un trascendental discurso sobre el tema):

Por iniciativa del cónsul argentino D. Enrique Martínez Ituño, se celebró por primera vez, en la Casa Argentina de Palos, la fiesta del 12 de octubre, con el nombre de «Día de la Raza», en 1915. Esta iniciativa encontró eco simpático en América y, sobre todo, en Buenos Aires, donde tenía entonces mi residencia. En 1917, el Gobierno Argentino declaró fiesta nacional la fecha del 12 de octubre; y, aunque en el decreto no se le llamaba “Día de la Raza”, ni aparecía tampoco la palabra “raza” en todo el texto del mismo, los periódicos comenzaron a usar dicha denominación, que a mí y a otros muchos nos parecía “poco feliz y algo impropia”, como escribí en una revista de Buenos Aires.

En efecto, España es la menos racista de todas las naciones. Ha sabido asociar a su familia étnica toda clase de razas blancas, negras, amarillas y cobrizas, en el Viejo y Nuevo Mundo, desde los aborígenes ibéricos, célticos, ligúricos, etc, hasta los semitas e indoeuropeos de Cartago, Arabia, Berbería, Grecia, Roma y Germania, y desde los negros o morenos de África hasta los cobrizos de América y los amarillos de Filipinas. Es ciertamente chocante que llamemos “raza” al mosaico hispánico de razas. No sé qué pensarán en sus adentros los filipinos auténticos, cuando los españoles les hablan de “nuestra raza” o lo que se imaginarán los españoles y americanos, cuando aquéllos a su vez aludan a la raza común.

Además, el artículo “la”, antepuesto a “raza”, hace pensar que no se trata de una raza cualquiera, sino de “la raza” por excelencia, la única que merece plenamente la denominación de “raza”.

Por todas estas razones busqué un nombre más simpático y exacto con que pudiera denominarse el conjunto de las veinte naciones hispánicas, para reemplazar a la palabra “raza” y designar con mayor propiedad el “Día de la Raza”.

Y encontré la palabra anticuada “HISPANIDAD”, inútil ya en el sentido que le daban los diccionarios y los autores antiguos, pero capaz de recibir dos significaciones nuevas que nos prestarían un gran servicio.

En un artículo publicado en ABC (30-enero-1944), Eduardo Paradas ponía en relación la iniciativa que estamos glosando con la única posibilidad de una auténtica fundamentación de la Hispanidad, más allá de las comunes raíces culturales, recurriendo a sus raíces religiosas:

Sólo la Religión podía servir de palanca de Arquímedes. Si los pueblos americanos aceptaron en otro tiempo los beneficios de la cultura hispánica, fue en tanto en cuanto los recibieron engarzados en el tesoro de la fe. Providencialmente, aun existía ese tesoro como fundamento primario y base principal del hispanoamericanismo, aunque por entonces no se le dio pábulo a causa de las vicisitudes de aquellos luctuosos tiempos […] Aún abrigamos la firme confianza de que la nueva jaculatoria Regina Hispanitatis, ora pro nobis sea repetida diariamente en ambos mundos por más de cien millones de almas. Hay señales indelebles de que la Divina Providencia quiere perpetuar el milagro de un arco iris por encima del Atlántico.

El proyecto de proclamar a la Inmaculada como Patrona de la Hispanidad y de añadir la invocación Regina Hispanitatis a la Letanía Lauretana no salió adelante. No obstante, cuando Argentina se consagraba al Sagrado Corazón de Jesús, el 28 de octubre de 1945, Pío XII se refirió a España llamándola «gran madre de la Hispanidad»:

Vosotros, dignos hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia bajo el signo de Jesucristo; pero hoy, en esta hora solemne, siguiendo principalmente el ejemplo de tantas naciones, hermanas vuestras de lengua y de sangre, —y de la misma gran madre de la Hispanidad— habéis decidido saltar a la vanguardia, al puesto de los que no se contentan con menos que con ofrecerlo todo.

Y el 28 de abril de 1958, con motivo de la beatificación de la Madre Teresa Jornet, en el discurso pronunciado en tal ocasión el Papa calificó a la Virgen del Pilar de “Reina de la Hispanidad”. Muchos lo interpretaron como una especie de sanción solemne y reconocimiento oficial de este título glorioso.

Banderas de la Hispanidad en la Basílica del Pilar (Zaragoza). Junto a ellas las bombas (sin explotar) que la aviación republicana arrojó en agosto de 1936

Banderas de la Hispanidad en la Basílica del Pilar (Zaragoza). Junto a ellas las bombas (sin explotar) que la aviación republicana arrojó en agosto de 1936

El Pilar y Guadalupe

La Virgen María, tanto en su advocación del Pilar como en la extremeña de Guadalupe ha sido proclamada como Reinas de la Hispanidad. En relación con la Virgen del Pilar, subrayaba Zacarías de Vizcarra que, para atribuirle esta consideración era necesario que la advocación elegida recuerde no solamente a la Virgen María y a sus singulares privilegios de orden general, sino algún beneficio especial directamente relacionado con la entidad patrocinada. Concretamente, tratándose de la gran familia de naciones que se denomina Hispanidad, se necesitaba algún hecho especialmente relacionado con todos los miembros de ella, tanto los del Viejo Mundo como los del Nuevo.

Ahora bien; el hecho especial directamente relacionado con todas las cristiandades hispánicas de ambos hemisferios es la maternidad originaria de su Fe y de sus Iglesias, maternidad que ostenta especialmente la Virgen Santísima bajo el título del Pilar, por el hecho de haber venido a España en carne mortal, como misionera de la fe de su Hijo y consoladora y alentadora del Apóstol Santiago y de sus discípulos, primer núcleo de la Iglesia Hispánica, de la cual tomó posesión al estilo romano, plantando en su suelo a modo de mojón posesorio, el Pilar de jaspe que por ministerio angélico, según antiquísima tradición aprobada por la Iglesia, trajo de Jerusalén y entregó a Santiago como base para edificar en su nombre el primer templo mariano del mundo. (Vizcarra, l.c.).

La vocación hispánica de la Basílica del Pilar es inseparable de la que late en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, en Extremadura que estuvo íntimamente ligado tanto al descubrimiento de América como a su colonización y evangelización, con hechos tan significativos como el bautismo de los primeros indios traídos desde América. Guadalupe es también lugar en el que se hicieron presentes los Reyes Católicos, Cristóbal Colón o Hernán Cortés.

El 12 de octubre de 1928, la Patrona de Extremadura fue coronada como Reina de la Españas por el cardenal Segura. El término las Españas delimita con toda propiedad a los pueblos, extraordinariamente diversos y esparcidos, que en la Península y en América formaron la cristiandad hispánica, reserva y retaguardia en medio de la apostasía europea de la moderna civilización antropocéntrica, absolutista o revolucionaria.

Históricamente, la tradición de las Españas es el haz unitario, el cálido crisol donde se integran y sintetizan los conjuntos de las tradiciones de cada uno de los pueblos componentes.

O sea, es la tradición única, pero variada y multiforme, en sus expresiones sociales e históricas a tenor de la idea de los fueros.

En la Península Ibérica comprende las tradiciones particulares de Asturias, Galicia, León y Portugal; de Castilla, Navarra y Vascongadas; de Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares; de Extremadura, la Mancha y Murcia; de Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada; de Canarias. En América comprende la de todos los pueblos que hay desde el Río Grande del Norte y las misiones de Florida, Tejas y California, hasta los estrechos descubiertos por Fernando de Magallanes.

En Oceanía, la de Filipinas y otras más menudas. En Asia y África, las de las provincias portuguesas en ambos continentes. Y en Europa, la Europa geográfica, los pedazos que un tiempo fueron hispanos en plenitud de gestas, de ideas y de sentires, como Nápoles y el Franco-Condado, Cerdeña y Flandes, Sicilia y el Milanesado, Malta y el Finale.

Todos ellos, pueblos partícipes en la empresa universal que capitaneó Castilla y sostuvo León, la soñadora de imperios. Tal variedad era el aspecto interno de una solidísima unidad exterior, cimentada en la fuerza inquebrantable de la vigencia de la fe religiosa y de la pasión monárquica, del sentido católico misionero y e la lealtad al rey común de las Españas. La variedad foral fue posible porque cristalizaba en realidades de historia cuajada en culturas y en instituciones aquella ciclópea ilusión de servir mancomunadamente al mismo Dios y al mismo rey (Francisco Elías de Tejada y Spínola, Rafael Gambra Ciudad y Francisco Puy Muñoz, ¿Qué es el Carlismo?, Madrid: Escelicer, 1971, nº 79).

*

Un año más, al celebrar la Fiesta de la Hispanidad hacemos votos para que se acoja la feliz iniciativa de dar cabida en las Letanías del Rosario a la invocación a la Reina de la Hispanidad que todos debemos hacer nuestra:

¡REGINA HISPANITATIS, ORA PRO NOBIS!
¡REINA DE LA HISPANIDAD, RUEGA POR NOSOTROS!