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22 septiembre 2016 • Las desviaciones morales, consecuencias de los errores doctrinales • Fuente: HSSPX - Distrito de América del Sur

Padre Mario Trejo (HSSPX)

La alegría de cumplir la ley de Dios: Matrimonio y plan divino

Que el amor no tiene reglas, es mentira.
Que el amor no se somete a normas, es absurda falacia.
Que el amor no reconoce ley, es diabólico engaño.

Parece que hoy ya no importa si es varón-varón, o varón-mujer, o mujer-mujer. “Lo importante es que se quieran” repite el verso moderno, fruto del constante bombardeo de Hollywood, que es maquiavélica manipulación de pueblos.

Doloroso espectáculo es el de nuestros contemporáneos que, silenciando la ley natural, aprueban situaciones de orden contranatural.

Más doloroso aún es para el cristiano saber que incluso sus pastores se plantean siquiera la posibilidad de aceptar tales situaciones o bendecir adúlteras uniones…

Antes de estudiar en la presente “Iesus Christus” los artículos dedicados a este problema, estimado lector, recordemos el plan divino, fuera del cual no hay amor valedero ni alegría verdadera.

El matrimonio en el plan divino

MATRIMONIO Y MATERNIDAD

Matrimonio es unión. Los antiguos sabios lo definían con la palabra latina coniunctio, unión, alianza, asociación.1 Marido y mujer, poniéndose de acuerdo en buscar juntos un mismo fin –acuerdo de voluntades que se llama contrato–, por el matrimonio se unen en una unidad moral que se llama familia. Ahora bien, ¿con qué fin se unen en matrimonio? La pregunta apunta a descubrir la esencia de dicha unión.

Estudiemos la etimología que resume el pensamiento de los antiguos. Una palabra conlleva una condensada experiencia colectiva.

Es fácil ver en la palabra matrimonio su relación con la maternidad. Madre –en latín, mater, matris– y matrimonio. Matrimonio y maternidad, que implica paternidad, son nociones íntimamente relacionadas. “La mujer no debe casarse sino para ser madre”, decía San Agustín resumiendo la sabiduría antigua y cristiana.2

Además de madre, la palabra matri-monio está compuesta por otro vocablo latino: sea munium, sea muniens, sea monens.3 A saber:

– Munium significa oficio, cargo, empleo de madre.

– Muniens, significa defensa, protección de la madre.

– Monens, significa el que amonesta, hace saber, aconseja, advierte a la madre.

PRIMERO Y PRINCIPAL FIN DEL MATRIMONIO: CONDUCIR A LOS HIJOS AL CIELO

El matrimonio tiende así, por su misma naturaleza, a la maternidad-paternidad. Es su primer fin. Es lo que le da la diferencia específica, lo que lo distingue de otras clases de uniones o asociaciones. “Por medio del matrimonio los esposos se ordenan a una misma generación y educación de la prole, y además a una sola vida doméstica”.4

Pero no sólo se trata de traer al niño. Es, sobre todo, cuestión de formarlo y educarlo, de llevarlo al estado perfecto: «El matrimonio ha sido instituido principalmente para el bien de la prole, no solamente para engendrarla, porque esto puede hacerse sin el matrimonio, sino también para promoverla al estado perfecto, puesto que cada cosa intenta llegar naturalmente a lo perfecto”.5

¿Hacia qué perfección hay que conducir a los hijos? A la perfección del alma humana que se obtiene en y por la virtud: “La naturaleza no tiende únicamente a la generación de la prole, sino también a su formación y educación hasta el estado perfecto del hombre, en cuanto es hombre, que es el estado de la virtud”.6

La tarea principal del matrimonio, la más alta y delicada, será entonces una obra de educación del alma humana: formar inteligencia y formar voluntad, preparar al hijo para que rectamente use su libertad. Así se entienden las palabras de Aristóteles, que decía que de los padres recibimos el ser, el alimento y la disciplina.7 Lo cual implica no dejarlos librados a la merced de sus caprichos y pasiones sino darles estructuras de alma para que puedan alcanzar la virtud.

En un matrimonio cristiano la educación no se limitará a una perfección terrena y natural sino que trascenderá a la felicidad celeste y sobrenatural que es la gracia y la santidad.8 El matrimonio adquiere así una dimensión infinita: conducir a los hijos al cielo.

Los otros fines del matrimonio

Del fin primario derivan, según la doctrina católica, otros dos fines secundarios: la ayuda mutua y el remedio a la concupiscencia.9

LA AYUDA MUTUA

Por ayuda mutua se entiende la entrega y el amor que conviene a los esposos, el ser compañía y el llevar una vida compartida. Comprende ser apoyo y ser apoyado, complemento y felicidad del ser amado.

Ser ayuda significa el no conviene que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada que dijo el Creador cuando creó a Eva.10 Significa también tener un amor tan grande hasta dar la vida por los amigos enseñado por el Redentor.11

Ciertamente esta ayuda mutua implica muchas renuncias que son causas de innumerables alegrías. El bien del alma no es para quedarse en sí encerrado sino para darlo y entregarlo. Paro aquí, pues los esposos por experiencia saben todo lo que esto significa.

REMEDIO DE LA CONCUPISCENCIA

Y con la expresión remedio de la concupiscencia se afirma la licitud y la bondad del acto conyugal evitando caer en la exaltación moderna de la sensualidad. La teología católica evita caer, por una parte, en el extremo cátaro-maniqueo que condena todo lo corporal-carnal y, por otra, rechaza el hedonismo actual que en lo sexual pone el acento convirtiéndolo en lo principal.12 La verdadera moral camina en la delicada cima de la virtud sin desbarrancarse en los peligrosos acantilados de los extremos, suaves y sin pendiente al inicio, vertiginosos e irreversibles después.

El sacramento del matrimonio

Al matrimonio instituido por Dios Creador, Cristo Redentor lo elevó a la categoría de sacramento. Nuestro Señor lo hizo sagrado, fuente de gracia para los esposos y ayuda sobrenatural para cumplir todas las tareas y responsabilidades de la vida conyugal.13

Admirado por la grandeza del matrimonio cristiano, San Pablo señala su relación con la unión de Cristo y la Iglesia: “El hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la Iglesia”.14

Por el sacramento Cristo ratifica el matrimonio natural confirmando sus propiedades de unidad e indisolubilidad. Unidad, pues es de uno solo con una sola, absteniéndose –incluso en su interior– de ser infiel a la palabra dada: “Quienquiera mire a una mujer deseándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón” (San Mateo, 5, 28). Indisolubilidad, pues es hasta que la muerte los separe: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (San Mateo, 19, 6).

RESUMEN

El Código de Derecho Canónico anterior al Vaticano II resumía así la doctrina de la Iglesia: “Cristo Nuestro Señor elevó a la dignidad de sacramento el mismo contrato matrimonial entre bautizados” (canon 1012). “La procreación y la educación de la prole es el fin primario del matrimonio; la ayuda mutua y el remedio de la concupiscencia es su fin secundario. La unidad y la indisolubilidad son propiedades esenciales del matrimonio, las cuales en el matrimonio cristiano obtienen una firmeza peculiar por razón del sacramento” (canon 1013).

La enseñanza de la Iglesia era clara y precisa: fin primario es la prole; las otras cualidades y bondades del amor conyugal se derivan de este fin principal. Era el modo correcto de encarar la grandeza del amor conyugal.

Hasta que llegó el Segundo Concilio Vaticano…

moises-diez-mandamientosLas desviaciones morales, consecuencias de los errores doctrinales

EL VATICANO II Y LA INVERSIÓN DE LOS FINES DEL MATRIMONIO

El Código promulgado por Juan Pablo II trastoca la doctrina invirtiendo los fines del matrimonio: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (canon 1055). Como señalan los comentaristas, el nuevo Código recogió así la enseñanza conciliar.15

LA PERSONA, POR ENCIMA DE LA FAMILIA

El cambio parece menor, como si sólo fuese una cuestión de orden de exposición. Pero implica una nueva concepción. Hacia el lado de los esposos es llevado el “centro de gravedad” del matrimonio que antes estaba sólidamente asentado en el bien de la familia, concretado en el bien de los hijos. “Ya no se coloca el don de la vida y el bien de la familia en primer plano, sino la realización personal y el desarrollo espiritual de los cónyuges”.16 La persona de los esposos gana terreno, perdiendo fuerza la institución familiar.

Esta inversión de fines es consecuencia lógica del Vaticano II que afirma que “el principio, el sujeto y el fin de toda institución social es, y debe ser, la persona humana”. “Todo lo que existe en la tierra se ha de ordenar hacia el hombre como hacia su centro y culminación”.17

Antes el individuo sabía que su fin era el bien común. Por él estaba dispuesto a renunciar a bienes personales y a sacrificar la propia vida si era necesario. Ejemplo de esto eran los esposos que soportaban situaciones muy difíciles en aras del bien de su familia y, en concreto, por sus hijos.

Ahora el individuo, creyéndose el fin de todo cuanto existe en la tierra, reservará celosamente su derecho de invocar su propio bienestar por encima de la sociedad. En esta lógica el esposo moderno dirá: “no tengo ninguna obligación de aguantar tal o cual situación sólo por mis hijos o sólo por mi matrimonio; tengo el derecho de pensar en mí”…

LA LIBERTAD, POR ENCIMA DE LA LEY

La teología tradicional iniciaba el tratado del matrimonio descubriendo el orden natural.18 Era la naturaleza y sus leyes, objetivas y universales, las que guiaban la reflexión católica y las que dictaban el “mecanismo” de la sociedad y amor matrimonial. Se reconocía el valor del amor conyugal y de la libertad de los esposos en la medida en que éstos se sometían voluntariamente al plan divino.19 Libertad y ley natural estaban armoniosamente hermanadas en la enseñanza tradicional. Ambas empujaban hacia el mismo lado: la naturaleza, manifestando la ley divina, y la libertad, sometiéndose a ella. El hombre usaba su libre albedrío para cumplir el plan del Creador.

Pero el modernismo rompió la armonía… El modernista liberal dijo: “La libertad es el don más divino que tengo, es lo que más me hace semejante a Dios; no la limitemos, sino exaltémosla”.20

La discusión se llevó entonces, en moral matrimonial, del campo de la ley natural al campo, subjetivo y relativo, de la libertad y del amor humanos. Éstos crecieron en detrimento de la ley del Creador. Actualmente todo se justifica en nombre de la dignidad de la persona humana, de la libertad y del amor. Ya no importan la ley de Dios ni la Verdad. Lo que importa es amar y creer en el amor, aunque éste se llame Buda, Cristo o Alá.

LA EXHORTACIÓN “AMORIS LAETITIA”

Las autoridades y los autores intelectuales del Vaticano II quisieron salir al encuentro de la cultura moderna incorporando los nuevos “valores”. Así fue como entraron en las filas de la Iglesia los errores que hoy lamentamos. En los textos conciliares se presentaron como pequeños cambios. Pero en documentos posteriores, como “Amoris Lætitia”, comprobamos hasta qué extremos llevan esas desviaciones. Lo invitamos a estudiar, estimado lector, los artículos que analizan atinadamente dicha exhortación.

Finalmente, nuestro agradecimiento y admiración a tantas familias católicas que, remando día a día en contra de la corriente, se esfuerzan con determinación heroica a cumplir en la vida conyugal la ley de Dios, fuera de la cual no puede haber verdadera alegría.

Ustedes, queridas familias, son ejemplo y son fuerza indecible que conmueve a todos a creer en el poder de la gracia de Dios.

Que el Buen Dios les conceda la dicha de ver a sus hijos bien encaminados y les dé la alegría de reencontrarlos, de la mano con el ser amado, en la alegría del cielo bienaventurado.

Con mi bendición,

Padre Mario Trejo, Superior del Distrito de América del Sur

__________

NOTAS:

1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Suplemento, cuestión 44, art. 1.

2. “Mulier non debet ad aliud nubere nisi ut sit mater”, Supl., 44, 2, c.

3. “Puede decirse matrimonio como oficio de la madre (matris munium), puesto que a las mujeres incumbe principalmente el oficio de educar la prole. O también se dice matrimonio como defendiendo a la madre (matrem muniens), porque ya tiene quien la defienda y ampare, esto es el marido. O también como advirtiendo a la madre (matrem monens) que no abandone al marido y se una a otro”. Santo Tomás refiere dos etimologías más: “O bien se dice matrimonio como materia de uno solo (materia unius), porque en él se hace la unión para producir materialmente un sola prole, como si se dijese matrimonio de monos (en griego, uno) y materia. O se llama matrimonio, como dice San Isidoro de matre y nato, porque por el matrimonio alguna se hace madre del nacido”. Supl., 44, 2, c.

4. “Coniunctio ad unam generationem et educationem prolis et ad unam vitam domesticam”; Supl., 44, 1, c.

5. Supl., 59, 2, c.

6. Supl., 41, 1, c.: “Non intendit natura solum generationem prolis sed traductionem et promotionem usque ad perfectum statum hominis inquantum est homo, qui est status virtutis”.

7. Supl., 41, 1, c.: “esse, nutrimentum et disciplina”.

8. Supl., 59, 2, c.: “Mas en la prole hay que considerar una doble perfección, a saber: la perfección de la naturaleza, no sólo en cuanto al cuerpo sino también en cuanto al alma, por medio de las cosas que son de ley natural; y la perfección de gracia. La primera perfección es material e imperfecta respecto de la segunda”.

9. Supl., 49, 2, ad 1º: “En la prole no solamente se entiende la procreación sino también su educación, a la que como a su fin se ordena toda la comunicación de obras –communicatio operum– que tiene lugar entre el varón y la mujer en cuanto están unidos en matrimonio, porque los padres atesoran naturalmente para sus hijos (II Corintios, 12, 14). Y así en la prole, como en fin principal, se incluye el otro como secundario”.

10. Génesis 2, 18.

11. “Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos”, Juan 15, 13.

12. Santo Tomás trata magistralmente el asunto en la cuestión 49 del Suplemento cuando desarrolla la doctrina sobre los bienes del matrimonio.

13. Supl., 42, 3, arg. 3º del corpus: “El matrimonio, en cuanto es contraído en la fe de Cristo, tiene la virtud de conferir la gracia que ayuda a hacer las cosas que se requieren en el matrimonio… Puesto que todas las veces que el hombre recibe de Dios una facultad, le son dados también los auxilios con los cuales puedan manifestar sus actos”.

14. Efesios, 5, 31-32.

15. Lumen Gentium nº 11: “Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio… se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos…” Cfr. también comentario al canon 1055: “Con este canon se recoge –en buena parte literalmente– la enseñanza conciliar al respecto, contenida en el nº 48 de la Constitución Gaudium et spes: “Fundada por el Creador en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor está establecida sobre la alianza (foedus) de los cónyuges… Por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole…” (Cód. de Derecho Canónico, con anotaciones a cargo de Pedro Lombardía y Juan Ignacio Arrieta, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1984).

16. Declaración de la FSSPX sobre la exhortación “Amoris Lætitia”, nº 5.

17. Cfr. Gaudium et spes nº 25 y 12. Esta inversión se debe al personalismo moderno que bien describe uno de nuestros profesores de seminario: “El personalismo contemporáneo exagera tanto la dignidad y autonomía de la persona, que la considera amable por sí misma de modo semejante a Dios… La persona, entonces, nunca podría ser considerada medio o instrumento, como las simples cosas, sino que debe ser fin”. Padre Álvaro Calderón FSSPX, libro Prometeo, la religión del hombre, Ed. Río Reconquista, 2010, pág. 43.

18. Según el célebre adagio: gratia non tollit naturam sed perficit. Ejemplo de esto es el tratado de Santo Tomás sobre el matrimonio en el Suplemento. Allí comienza su exposición diciendo: “Y primero hay que tratar del matrimonio en cuanto es un deber natural, in officium naturæ” (prólogo de la cuest. 41). Así se asientan las bases sólidas para todos los otros aspectos del matrimonio (contrato, sacramento, propiedades).

19. Así Santo Tomás decía que “la naturaleza inclina al matrimonio pero se ejecuta mediante el libre albedrío, ad quod inclinat natura sed mediante libero arbitrio”. Supl. 41, 1, c.

20. Prometeo, la religión del hombre, pág. 31: “La perfección del hombre conviene que se mida en términos de libertad… La trascendencia de la persona humana reside en su condición de imagen de Dios, que crece en dignidad en la medida en que participa más de la libertad del Creador”.