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19 septiembre 2016 • Villafranco del Guadiana se ve afectado por el vendaval revisionista que asola a España

Alberto González Rodríguez

No se hizo el hombre para el sábado

plan-badajoz-1952-revistaPor Ley de 7 de Abril de 1952 se aprobó la ejecución del Plan Badajoz, vasto proyecto dirigido a transformar e impulsar una amplia zona de la Baja Extremadura secularmente sumida en el atraso, mediante un ambicioso conjunto de obras hidráulicas y la colonización, industrialización y electrificación del territorio. Sus objetivos fundamentales eran regular el Guadiana mediante los grandes embalses de Cijara, García de Sola, Orellana y Montijo; poner en regadío 105.000 hectáreas de terreno; colonizarlas, e industrializar los productos; y como complemento ampliar luego la acción al resto de la provincia más allá de las Vegas del Guadiana con un amplio programa de repoblación forestal, optimización de los recursos naturales y adecuación de la red viaria.

En aplicación de tales propósitos, y con una inversión total de algo menos de seis mil millones de pesetas -unos 36 millones de euros de hoy- durante los veinte años siguientes se construyeron los embalses previstos y alguno más; se pusieron en regadío las hectáreas calculadas y se fundaron medio centenar de poblados de nueva planta en los que se asentaron unos diez mil colonos, a cada uno de los cuales se entregó una casa, una yunta de ganado de labor, aperos, abonos, asistencia técnica y cuanto precisaban para su trabajo. Cumplidos casi todos sus objetivos el Plan Badajoz es hoy la base del desarrollo de la región.

La mayoría de los poblados recibió el nombre del paraje o finca en que se asentó, muchas expropiadas a grandes terratenientes: Valdelacalzada, Valdebótoa, Sagrajas, Gévora, Guadalperales, Gargáligas, Barbaño… y a otros se les aplicó de nuevo cuño con evocadoras sonoridades: Valdivia, Balboa, Hernán Cortés, Alcazaba, Zurbarán …

Uno de ellos, próximo a Badajoz, del que depende como entidad menor, es Villafranco del Guadiana, al que, afectado por el vendaval revisionista que asola España por causa de la Ley de Memoria Histórica, se pretende quitar el apelativo Franco bajo la excusa de que evoca a quién lo fundó. A quien, además de fundarlo, junto con muchos más, proporcionó un futuro esperanzador y próspero a miles de nuevos colonos que desde entonces no han dejado de progresar y enriquecer a la región.

Ante los trámites iniciados el pueblo entero, como Fuenteovejuna, encabezado por su alcalde, se la levantado contra el propósito y el asunto está siendo objeto de viva controversia.

Cierto que la ley hay que cumplirla. Pero hay que recordar que la ley debe ser, como decían los griegos, “el ordenamiento de la razón dirigido al bien común, dictado por quien tiene la autoridad”. La “autorictas”, no solo la “potestas”. Y de la razón, no de los sentimientos, y menos de los partidistas. Esto es, regular las cosas de forma que propicie la convivencia, el entendimiento y la buena relación entre las gentes y no su enfrentamiento, midiendo muy bien los daños colaterales que ciertas normas pueden ocasionar. Para resolver problemas, no para crearlos donde no existen.

Así las cosas, los que piden que se cumpla la ley, hacen bien. Pero los que no quieren que a su pueblo se le quite el nombre, también. Porque un pueblo es su nombre. Y quitárselo es arrancarle las raíces; suprimir su identidad; dejarlo huérfano de historia y de referentes.

Por raro que pueda parecer hoy el nombre de algunos pueblos, pocos hay dispuestos a cambiarlo, considerando que su arraigo como elemento de identificación está por encima de su envoltura verbal y cualquier otra connotación, y que las circunstancias que lo motivaron son ya solo cuestión muy lejana, cuyo detalle, incluso, muchos desconocen.

Hoy, ni en Matajudíos matan judíos; ni en Valle de Matamoros matan moros; ni en Peñalsordo oyen mal; ni el Malcocinado queman los alimentos; ni en El Gordo son obesos; ni en Pescueza; Guarromán, Botija, Cambroncino, Urdemalas, Salsipuedes, Villapene, Pepinos y cien localidades más de nombres semejantes, reniegan de ellos. Al contrario, los proclaman con orgullo y por nada del mundo estarían dispuestos a cambiarlos.

Esperemos que en el caso de Villafranco del Guadiana, el laborioso pueblo del Plan Badajoz, la ley y el sentido común se armonicen para que el cumplimiento de una norma muy controvertida no origine más perjuicios que dejar las cosas como están. Porque, como recuerda la cita evangélica, no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Exacto. La ley para el hombre, no el hombre para la ley.
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El autor es Doctor en Historia y Cronista Oficial de Badajoz