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9 agosto 2016 • Los marxistas españoles han ahondado como nadie en la verborrea • Fuente: Dichos, actos y hechos

Pío Moa

Marx en España (II) Una historia lamentable

Cuenca Toribio_Marx en EspañaEl libro de Cuenca Toribio se subtitula El marxismo en la cultura española del siglo XX, es decir, que trata casi exclusivamente su influencia en el ámbito universitario, dejando los aspectos prácticos de “lucha de clases” que nunca salieron bien a los comunistas, así como las influencias en la literatura, etc. Creo que el libro debiera señalar más ampliamente el cambio de estrategia del PCE después del fracaso del maquis, uno de cuyos puntos principales, y desde luego más fructífero que el trabajo en el campo obrero, fue la infiltración en la universidad. Tan fructífera que al llegar la transición, intelectual o profesor universitario, o periodista que no se declaraba marxista mostraba sin embargo gran respeto por aquella doctrina (el pobre Tusell, católico, podría ser el modelo, entre muchos), o bien se callaba, con escasísimas excepciones, que debían arrostrar una especie de muerte académica, cuando no civil. El giro político posmaquis del PCE es esencial para entender el fenómeno, como he resaltado en Los mitos del franquismo. De todas formas se trata de un fallo menor, o ni siquiera es un fallo, dado el enfoque de conjunto del libro de Cuenca.

Hay en esta evolución un elemento señalado en la contraportada:

“Ya en 1968, el marxismo se había instalado en los sectores intelectuales más dinámicos de la nación, informando un elevado porcentaje de su producción bibliográfica, y las principales editoriales del país –sobre todo las radicadas en Barcelona—acogían en sus equipos a profesores represaliados y a expulsados de sus claustros por mor de su participación en huelgas gestadas en el tardofranquismo. Editoriales controladas por los principales bancos del país o en manos de empresarios de notoria ascendencia franquista tenían depositada toda su confianza en consejos, sociedades de redactores y cuadros intelectuales de creencias radicalmente opuestas a las de sus propietarios”.

Este es un fenómeno muy interesante, pero por debajo de él hay otro más fundamental: la quiebra del pensamiento franquista, que nunca fue muy lucido y quedó desarbolado por el Vaticano II. La Falange siempre había sido más dada a la literatura que al pensamiento, y en todo caso no se renovó; y el carlismo osciló entre una especie de trotskismo estrafalario y la fidelidad a unas “esencias” que sonaban cada vez más anacrónicas en una sociedad de consumo de masas… en la que, ¡sorprendentemente!, parecían nuy adecuadas las ideas marxistas, por lo menos en los planos universitarios y de su entorno.

Cuenca ToribioEl profesor Cuenca ha dedicado muchas horas a examinar la evolución de la bibliografía, las querellas y “debates” de nuestros ilustres marxistas, Sacristán, Tuñón de Lara, Fontana, Casanova, Solé Tura, Tezanos, y toda una nada famélica legión. A ninguno de ellos les preocuparon en lo más mínimo hechos como el muro de Berlín, las denuncias del GULAG, la huida de Cuba de todo aquel que podía, etc. Sus sesudos “debates” giraban en torno a “la transición del feudalismo al capitalismo”, “la transición del esclavismo al capitalismo”, “el modo de producción asiático” etc. Normalmente se trataba de ecos de otros “debates” parecidos sostenidos por marxistas de más enjundia en Inglaterra, Usa, Alemania, Italia y sobre todo Francia. Althusser, Poulantzas, Harnecker, Sweezy Thompson, Hobsbawm eran reverenciados, y muy a menudo las polémicas partían de afirmar que el contradictor, marxista también y que se había quemado las cejas leyendo y releyendo a Marx, Engels y buena parte de sus seguidores “no había entendido”… los aspectos más elementales de la doctrina. Todo ello con abundante verborrea especializada, que impresionaba e infundía respeto reverencial a los impresionables intelectuales de derecha, aunque no la entendieran gran cosa… como los propios “teóricos” marxistas, a decir verdad. La cosa fue peor aún en Cataluña, donde tradicionalmente la intelectualidad sufre de un esnobismo más acentuado que en Madrid, y más superficial con pretensiones cosmopolitas.

Realmente, la historia del marxismo español solo podría narrarse adecuadamente en tono de comedia o sainete, pues no da para más. Pero ¿y los “grandes” marxistas europeos y useños de aquellos años? Pues con ellos la cosa empeora, precisamente por su papel de maestros de sus aplicados y empeñosos, pero poco agudos discípulos hispanos (aunque en general se sintieran muy poco españoles). Decía Julián Marías que la Ilustración española, si no alcanzó la audacia y profundidad de la de otros países, al menos se libró de las exageraciones y absurdos en que estas también caían. Algo así puede decirse del marxismo español, un tanto romo y poco audaz en sus disquisiciones.

La caída del muro de Berlín, prólogo a la del Imperio soviético, tampoco ha dado lugar a grandes análisis de nuestros marxistas. Simplemente se quedaron boquiabiertos, muchos dejaron de llamarse marxistas, sin más y procuraron trepar en las nuevas condiciones. Hay que decir que las nuevas corrientes como el feminismo, el ecologismo, los juvenilismos, el animalismo, etc., puodrían entenderse como productos de descomposición del mal enterrado cadáver marxista.

La historia de estos intelectuales charlatanes no deja de ser un tanto vergonzosa. Pero su éxito durante bastantes años y aún ahora, testimonia una debilidad fundamental del pensamiento español. Y, hoy, no solo español, por cierto.