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25 julio 2016 • Occidente lleva en su frente el signo de la derrota

Manuel Parra Celaya

Mientras la guerra continúa…

Spengler_La decadencia de occidenteYa no es ni siquiera ocurrente decir, por ejemplo, que Niza somos todos ni que Francia (o Alemania, o Italia, o…) y toda Europa están de luto. La imaginación debe estrujarse en busca de nuevos titulares: el tópico ha dimitido porque los lugares comunes suelen desaparecer rápidamente en tiempos de guerra, cuando acaso haya frentes más urgentes a los que acudir. Ante todo, reiteremos, para los que aún no quieren enterarse, que todo Occidente está en guerra; como decía Arturo Pérez-Reverte en un artículo antológico, ¡Es la guerra santa, imbéciles!

Sabemos que, pesar de los buenismos imperantes y de las declaraciones del Parlament de Catalunya declarándola zona desmilitarizada (el calificativo de D. Arturo podría repetirse aquí sin pedirles a ustedes disculpas por la redundancia), el fenómeno de la guerra es connatural al ser humano; desde que puso sus pies no prensiles sobre el suelo, siempre han dado sus malignos frutos las semillas de la ira, la envidia, el egoísmo, el rencor, la violencia y la obcecación que llevamos dentro, y que los cristianos atribuimos a lo que los catecismos denominaban pecado original, que no fue otra cosa que la rebelión de la criatura para ignorar a su Creador y ponerse en su lugar (¿les suena?).

Aunque parezca una paradoja, para lograr la paz –además de establecer bases de justicia y de libertad en las sociedades- son necesarios los Ejércitos; ellos tienen como último objetivo disuadir de la agresión o vencer al atacante; sigue en pleno vigor lo de si vis pacem, para bellum. No acostumbra a haber nadie más pacífico que el militar, ya que en ello le va la propia vida, y, por lo mismo, no es pacifista, que es otra cosa muy distinta. Las soflamas pacifistas quedan reducidas a aquel truco propagandístico, en los años sesenta del pasado siglo, del agitprop soviético y, en la actualidad, a la estrategia del separatismo, a la señora Colau o al exjejem de Podemos.

La guerra en la que estamos inmersos tiene unas notas diferenciales que la hacen aún más odiosa, como son la ausencia de trincheras definidas (puede ser cualquier ciudad, población, medio de transporte o lugar de veraneo) y el uso de todo tipo de recursos como armas, desde los aviones comerciales, los vehículos pesados, los cuchillos de cocina o las hachas de leñador.

Claro que no debemos olvidar otro tipo de armas, no tan inmediatamente letales pero sí más peligrosas para el futuro, como es la creación de ciudadanos sumisos e indefensos que sigan desconociendo que la guerra declarada sigue en toda su extensión y gravedad, por lo menos por una de las dos partes, que es la consciente. En esta estrategia es donde se consiguen los mayores éxitos, que luego son revalidados con los chalecos explosivos, los kalasnikov o los camiones lanzados contra niños, mujeres o ancianos turistas.

Es en el ámbito de la información y de la educación desde donde se instala en las conciencias el virus del pacifismo, el mito de la no-violencia; quienes esto propagan están actuando de colaboracionistas con un enemigo que tiene sobradas quintas columnas entre nosotros; el extraño maridaje del islamismo radical y la progresía tiene su antecedente histórico en aquellos petimetres que aplaudían las teorías revolucionarias que los llevarían a la guillotina.

Así se explican los titubeos y cucamonas de Occidente, que lleva en su frente el signo de la derrota, que no son otros que el de la cobardía, en orden a las actitudes, y el del relativismo y el nihilismo, en cuanto a los valores.

Axiológicamente, es falso el relativismo y también lo es antropológicamente: unas culturas han progresado mediante la agregación de elementos, la evolución de conceptos, la síntesis o la clarificación; otras se han estancado y son incapaces de alcanzar a las primeras; no se pueden equiparar unas y otras, por mucho diálogo de civilizaciones que se quiera imponer desde el relativismo.

Menos mal, volviendo al principio, que –lo quieran o no los separatistas, la señora Colau o el mencionado exjejem- sigue existiendo ese pelotón de soldados espengleriano que siempre ha salvado, en última instancia, a nuestra civilización.