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21 julio 2016 • Lo que terminó de forjar definitivamente su personalidad fue la experiencia africana • Fuente: La Gaceta

Jose Javier Esparza

4. ¿Franco era un psicópata?

Franco_joven¿Cómo era Franco, psicológicamente hablando? ¿Un frío asesino, un psicópata atenazado por oscuros complejos, una mente enferma, víctima de malos tratos infantiles, traumatizada por la experiencia de la guerra de Marruecos? Así lo pintan muchos de sus críticos contemporáneos. Como de costumbre, el retrato es tan exagerado que mueve más a risa que otra cosa. Sin embargo, no cabe duda de que Francisco Franco tenía una personalidad muy singular. Vale la pena ahondar un poco en ella.

Todos los que trataron a Franco coinciden en señalar rasgos de personalidad muy definidos: frío como un témpano, imperturbable, silencioso, hermético, muy poco dado a desbordamientos pasionales ni siquiera en el campo de batalla. También, poseído por un sentimiento muy vivo de la disciplina y la autoridad, y con un sentido elemental de la justicia que le hacía odiar la arbitrariedad; no por humanitarismo, ciertamente, sino por aversión a cualquier cosa que se saliera del reglamento. ¿Más? Hondamente religioso, sobre todo a partir de los años 30. Indiferente al sexo. Y convencido de haber sido designado por la providencia para una misión trascendental.

Un análisis grafológico

Como uno de los rasgos esenciales de su personalidad era el hermetismo, no es fácil saber qué tenía dentro nuestro personaje. Hay quien ha tratado de reconstruir su carácter a partir de la grafología. Un gabinete de peritos calígrafos, Excon-Art, que trabaja habitualmente para instancias judiciales, publicó en Internet un análisis que vale la pena reseñar. El texto analizado es el famoso parte del fin de la guerra, el 1 de abril de 1939: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo…”. Es un manuscrito que Franco redacta cuando su victoria ya es completa después de casi tres años de guerra. El general tiene 48 años y, esos días, le aqueja un tremendo gripazo. El informe pericial de Excon-Art dice así:

“Atendiendo a la disposición escritural nos encontramos con una personalidad inquieta, impaciente, a la que gusta asumir riesgos. En función del tamaño gráfico estamos ante una personalidad pragmática, que valora alcanzar sus objetivos de manera directa llegando incluso a ser impulsiva. El gran tamaño escritural suele estar asociado a personas con gran autoconfianza. La escritura lanzada ratifica la idea de un estado de excitabilidad, de alta actividad e inquietud. La dirección marca un estado de elevada agresividad y de fuerte ambición. Es una persona con gran iniciativa, muestra también una gran tenacidad, perseverando en una acción hasta que alcanza sus objetivos. Posee un modo de pensamiento en el que aunque puntualmente puede dejarse llevar por la intuición, generalmente emplea un razonamiento sintético con juicio rápido tras realizar un análisis de los datos.

«Es una persona ordenada y muy organizada (características típicas de los militares). Los golpes de látigo presentes en el texto son propios de una personalidad agresiva, que puede llegar a ser brutal, combinados con la altura y longitud de los trazos horizontales, característicos de personalidades muy fuertes, con capacidad de imponer sus criterios a cualquier coste. En general intenta contener sus fuerte impulsividad, aunque en muchas ocasiones de forma infructuosa. Sufre con frecuencia importantes descargas de ira. Muchos rasgos caracterizan el escrito como propio de una persona de gran irritabilidad.

«Tiene una sobrevaloración del orden, pudiendo llegar a usar la fuerza para imponerlo. No obstante también podría emplear una actitud más amable o diplomática si la considera precisa”.

Acto seguido, los peritos calígrafos añaden estos perfiles:

“Perfiles identificados: agresividad / falta control / bajo nivel manipulación / diplomacia / egoísmo / intransigencia / rigidez moral / rencor / sobriedad /
Facultades intelectuales: capacidad de comprensión / claridad de ideas / intuición / creatividad / baja capacidad concentración / nivel cultural alto / firmeza moral / capacidad deductiva / agudeza mental / gran memoria / inteligencia elevada”.

Objeciones: es un análisis realizado sobre una persona sumamente conocida, sobre la que se han escrito miles de páginas, y toma asiento en un solo texto escrito en un momento muy determinado, probablemente el más importante de la vida del analizado, lo cual puede explicar determinados rasgos de exaltación e, inversamente, atenuar otros más convencionales. Con todo, no deja de ser un ejercicio interesante y por eso lo hemos traído aquí.
¿Cómo se hizo la mente de Franco?

Todas las biografías coinciden en que Franco tuvo una infancia no particularmente grata y que eso marcó su carácter. Su padre, Nicolás, era un bala perdida: mujeriego, jugador y poco inclinado a los afanes paternales. Su madre, Pilar, era una señora de corte tradicional, religiosa y prudente, resignada a soportar al marido. Frente al padre, los hijos menguaban; la madre, por el contrario, inculcaba en ellos una fuerte ambición. Era una forma de afirmarse ante una figura paterna poco digna de emulación. Algún autor insinúa, además, que el padre daba palizas frecuentes a los hijos. Los próximos a la familia dicen que no o, mejor dicho, que no más de lo que entonces se estilaba. La severidad paterna ha querido interpretarse como causa posible de traumas que habrían afectado decisivamente al carácter de los hijos. Pero lo cierto es que, en lo tocante a la severidad, la vida familiar, a finales del siglo XIX y principios del XX, era igual en todas partes.

Lo que sí es posible suponer es que el ejemplo negativo del padre, compensado por la resignada firmeza de la madre, debió de despertar en Franco un sentimiento instintivo de la disciplina y la justicia. Esa balanza familiar explica muchas cosas. La vida del padre –un plato de la balanza- era una perfecta muestra de los estragos que causa una existencia al margen de las normas. Las víctimas de esos estragos –el otro plato de la báscula- eran, invariablemente, la madre y los hijos. En consecuencia, resarcir a las víctimas, hacer justicia, pasa invariablemente por volver a las normas, esto es, a la disciplina. Una disciplina tan severa cuanto mayor haya sido la transgresión previa.

El sentimiento de injusticia debió de acompañar también a Franco en su periodo de cadete en la Academia de Toledo. Numerosos testimonios dan fe de cómo el joven “Franquito”, bajito y flaco, con voz aflautada, tan lejos del canon físico guerrero, era objeto de chanzas frecuentemente crueles. Pero Franco, bien aleccionado por su madre –otra cosa en la que coinciden las biografías-, determinado y ambicioso, persuadido de estar llamado a grandes destinos, no es un llorón: aguanta y calla. Su reacción frente al abuso es singular: no adopta una mentalidad de víctima, sino de justiciero. Se tomará la venganza en el campo de batalla, ascendiendo más y más rápido que todos los demás, en una ambición propiamente obsesiva que le hará incluso trocar condecoraciones por ascensos. Y cuando sea él quien dirija la Academia Militar, una de sus primeras decisiones será prohibir taxativamente las “novatadas”. Siempre la justicia a través de la disciplina.

El carácter de Franco ya es perceptible en estos primeros años, pero lo que terminó de forjar definitivamente su personalidad fue la experiencia africana. Él mismo lo dijo reiteradas veces. Franco es un muchacho de 19 años cuando llega a Marruecos en febrero de 1912. Pasará allí los catorce años siguientes, sin más paréntesis que su destino en Oviedo entre 1917 y 1920. La de Marruecos fue cualquier cosa menos una guerra convencional: nunca hubo enfrente un ejército propiamente dicho, un cuerpo de oficiales rival con el que establecer comparaciones, un estado con el que pactar treguas o intercambios de prisioneros. La del Rif fue una guerra asimétrica por definición: los únicos frentes estables eran los que los propios españoles creaban con sus líneas de abastecimiento y protección, líneas que eran una y otra vez perforadas o desmanteladas por los ataques sorpresivos de los rifeños. El enemigo no sólo era un guerrillero con un perfecto conocimiento de su territorio, sino también un pueblo extraño, ajeno, con costumbres propias –y poco tranquilizadoras- y una fe, el islam, que bendecía su esfuerzo y le dotaba de una misión mucho más que guerrera. Frente a esa amenaza constante, Franco, joven y pequeño, también debió de desarrollar la convicción de que tenía ante sí una misión mucho más que guerrera.

La huella de la guerra

El Franco que pasa a la Historia, el tipo arrojado pero reservado y glacial, es el que nace en estos barrancos rifeños. El cine actual nos ha familiarizado con la noción del “stress post-traumático” que sufren los ex combatientes. La exposición a una serie ininterrumpida de fuertes impactos psicológicos termina modelando las conciencias a golpes de martillo pilón. Unas se quiebran y otras no. En aquellos años, miles de españoles pasaron no sólo por la experiencia de ver su vida en peligro, sino por el trance aún más amargo de recoger los cuerpos mutilados de los compañeros y limpiar la sangre y los miembros amputados. Basta leer los testimonios de quienes limpiaron el escenario después del desastre de Annual. Ahí estuvo Franco, como muchos otros. Al miedo se le puede vencer y, después, deja un sentimiento de triunfo, pero el terror cala en el alma y no desaparece nunca. El que ha vivido una guerra no deja de vivirla jamás. Después vuelves a casa y lo que encuentras alrededor te deprime. Todo parece mezquino e irrelevante, incluso despreciable. Quien ha vencido al horror se siente siempre tocado por una mano sobrehumana. El desdén de Franco por los políticos y los oligarcas es bien conocido y muy probablemente bebe aquí, en este contraste extremo entre la experiencia del frente y el vacío de la retaguardia. Y esto, por cierto, no sólo le pasaba a Franco.

Sería interesante establecer una vinculación psicológica entre la experiencia de tantos españoles en la guerra de Marruecos y sus comportamientos posteriores hasta la guerra civil y aun después. Muchos historiadores despachan el asunto con una simple aproximación “corporativa”: Marruecos habría creado en parte del ejército un espíritu de casta que después ayudó a formar el bloque de los oficiales sublevados en 1936. Y punto. Pero este es un juicio un tanto apresurado, porque por Marruecos pasaron también los oficiales que permanecerían al lado del Frente Popular. Por ejemplo, casi todos los principales nombres de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), que fue el principal grupo militar de izquierdas, tenían buenas hojas de servicios en África: Núñez de Prado, Hernández Saravia, Díaz-Tendero, Puigdendolas, Guarner o Bayo, por citarles sólo a ellos. Lo mismo vale, por supuesto, para Miaja, Pozas y Rojo. Y otros que luego llegarán muy alto en el Ejército Popular de la Republica, como Modesto, Cordón o el Campesino, pasaron igualmente por la áspera escuela africana. Aquella guerra marcó muchas almas, no sólo las de Franco y los suyos.

Con ojos contemporáneos, lo primero que uno puede pensar es que una guerra como la del Rif, tantas veces cruel hasta la locura, imprimió en aquellos hombres un desprecio propiamente inhumano por la vida ajena. Pero esto tampoco es cierto, porque los grandes matarifes de la guerra civil, los que dirigieron las matanzas más bárbaras en la retaguardia, no fueron en realidad militares, sino civiles: jovencitos atiborrados de lecturas revolucionarias como Carrillo y sus compañeros, funcionarios como Loreto Apellániz o tipógrafos como García Atadell, por ejemplo. Lo mismo vale para el bando sublevado, donde todos los testimonios coinciden en que los más encarnizados represores no fueron militares combatientes, sino burócratas o incluso personas que antes de la guerra no habían dado muestras de un particular entusiasmo político. Cuando se abre la jaula de las fieras, los que más ruido hacen no son los leones, sino las hienas. Sean rojas o azules.

Complejo de Parsifal

No, la guerra de Marruecos no hizo a Franco “inhumano” –ni a él ni a ningún otro-. Pero sí parece indudable que dibujó sus rasgos psicológicos acentuando los preexistentes y añadiendo líneas nuevas: el enfrentamiento cotidiano con la muerte congela los sentimientos, la dirección de hombres en el campo de batalla refuerza la devoción por la disciplina, la victoria sobre el peligro y sobre el enemigo afianza la idea de que uno está tocado por un designio especial.

Hay otros aspectos que es imprescindible abordar en el retrato psicológico de Franco, porque también ofrecen rasgos acusadísimos. Uno, muy llamativo, es el desinterés por el sexo. A Franco no se le conoce ningún episodio pasional. Tuvo sólo una novia, se casó con ella después de aplazar varias veces la boda por necesidades del servicio y tuvo sólo una hija. De sus años africanos, cuando era un oficial joven y victorioso, no se le conoce ni una sola relación íntima; a sus compañeros de armas les llamaba la atención su insólito ascetismo personal. ¿Padecía Franco algún problema de ese orden? No lo parece.

Hoy vivimos rodeados por una cultura social muy erotizada, donde la sexualidad forma parte del concepto común de “salud”, y eso nos lleva a ver la ausencia de sexualidad como algo patológico, pero no siempre fue así. Además de los tabúes de carácter religioso y moral, pesan otros resortes psicológicos del mayor interés. Uno, elemental, es la reivindicación de la propia personalidad frente a un ejemplo negativo: así, frente a un padre mujeriego al que se desprecia- como lo era el padre de Franco-, es natural reaccionar con una conducta puritana. Y otro resorte, en un plano más psicoanalítico, es la superación de la sexualidad como instrumento más o menos consciente de afirmación de sí mismo. Otto Weininger lo explicaba con la figura de Parsifal: la muerte simbólica de la mujer y la desaparición del lazo sexual significa la emancipación del yo masculino. Hay en la misma historia de España varias figuras que responden a ese patrón de castidad guerrera: Alfonso II de Asturias (“el Casto”), Alfonso I “el Batallador”… Reflexionando sobre la vida de Franco, en este aspecto íntimo, es imposible dejar de pensar en esos ejemplos. Franco fue un Parsifal cuyo Grial era España. Más precisamente: su particular idea de España.

Por último, otro elemento decisivo para entender la mentalidad de Franco es el religioso. Es sabido que recibió una educación particularmente piadosa por vía de su madre. Es sabido también que, después, nunca se significó por su fervor, al menos hasta los años 30. Franco, por formación, era un católico “convencional”, es decir, alguien en quien la religión forma parte del orden natural de las cosas. Sin embargo, a partir de los años 30 empieza a operarse en él un cambio muy visible: un apego cada vez mayor a la religión y a las formas externas de la fe. ¿Por qué? Sin duda porque estaba convencido de que su propia carrera personal venía guiada por la mano divina. Y también porque, en su mentalidad, cuanto estaba ocurriendo en España no podía ser ajeno a los designios de la Providencia. Stanley Payne ha recuperado un elocuentísimo testimonio del propio Franco en 1940: “No es un capricho el sufrimiento de una nación en un punto de su historia –decía el general victorioso-; es el castigo espiritual, castigo que Dios impone a una nación torcida, a una historia no limpia”. La causalidad divina explica la revolución, la guerra, la victoria, y también la represión y el sufrimiento y la carestía de aquellos años. Franco no era un cínico: estas palabras deben interpretarse como la sincera convicción de que España debía purgar su culpa. España entraba en periodo de penitencia. Y si Dios le había puesto ahí, él permanecería hasta el final.

Es muy significativo contemplar la figura de Franco durante los años siguientes, desde 1939 hasta su muerte: es la inmovilidad absoluta. Quieto como el sol copernicano, en torno al cual giran los astros sin que él se mueva ni un centímetro. Su régimen cambió sucesivas veces de faz, adoptó políticas distintas, fue regido por “familias” diversas, pero la imagen que identificaba al Jefe del Estado -“por la gracia de Dios”, como decían las monedas- era la del centro inmóvil. Hasta el día de su muerte. Seguramente, la imagen más parecida a como Franco se vió a sí mismo.